domingo, 20 de abril de 2008

DUDA Y CRISIS: CAUSA EFICIENTE DE LA FILOSOFÍA (un muy breve ensayo metafísico)

La composición de lo absoluto sólo se da con la comunión entre el sonido y el silencio. No cuento con tiempo en demasía para explicar: el desastre de la humanidad espera ese silencio que habrá de eternizar todo sonido, que la salve de sí misma, que guarde los secretos de todo cuanto es reemplazable en este mundo.
La creación es paradoja de sí misma. En el justo momento en que asoma la cabeza comienza su decadencia. El hombre es tan transitorio en soledad como lo es en compañía. No hay música que lo salve, no hay gritos perpetuos. Deseamos ser inválidos, invidentes del todo ajeno que siempre queda fuera de nosotros. Deseamos construir nuestras propias sillas de ruedas para parasitar las visiones de las cosas, para que el mundo de los otros nos empuje y nos lleve sin esfuerzo alguno hasta el mirador de la decadencia de la duda, de la caída del lenguaje, de la pérdida de la dignidad del asombro ante todo cuanto el hombre aún no puede controlar.
Sólo nos queda leer, leer siguiendo la cadencia libre de los vacíos. Y más nos valiera hacerlo pronto: el mundo y su nada se agotan rápidamente.
¿Qué es el filósofo sin la crisis? ¿y qué de la filosofía sin la duda? Día con día las angustian decaen, y las ansiedades se reflejan en las actividades cotidianas. Los terrores nocturnos de la infancia se intercambian por los terrores diurnos y concientes de la edad adulta, y todo -o casi todo- acaba teniendo una justificación, una racionalización, una proyección o somatización: escondemos los temores en el propio cuerpo. Los miedos fatuos en el templo sagrado de la carne. Fuera de él, todo es perecedero y transitorio. La música no sería música sin sus silencios. La plenitud no valdría nada sin la melancolía de sus vacíos. Todo sería un sonido contínuo, una luz absoluta, una desesperanza ausente del pensar. La eternidad no está en lo que se dice, sino siempre en lo que se calla.
La calidad literaria la brinda la vida; la necesidad filosófica, la vivencia. La maduréz literaria la brinda la sabiduría; el título de filósofo, la otredad y la muerte. Todo está en recorrer el camino de los momentos que se van.
Se recompone la partitura de la vida. Se afinan con calma sus silencios y compases. Con la filosofía todo retoma su dirección y paz.
(Dedicado a Ma. del Pilar Torres Anguiano, Doctora en Filosofía por la Universidad Anahuac, autora del libro "Josè Vasconcelos" -Editorial Planeta Mexicana, 2006- y gran amiga de un servidor)

ROOSEVELT Y DARÌO

Contrario a lo que se suele creer, los grandes poetas y escritores de la historia nunca permanecieron ajenos a los eventos políticos y sociales que se sucedían a su alrededor. Muy al contrario. Muchos de ellos incluso echaban mano de su habilidad literaria –de forma totalmente intencional— para hacer llegar sus ideas y opiniones a un mayor número de individuos, con el fin de hacerlos concientes de las circunstancias que sus naciones atravesaban, exaltando la participación activa de la sociedad, o cuando menos manifestando libremente su tendencia en una situación particular.
Como ejemplos en Europa podemos mencionar a Víctor Hugo y a Diderot, y en América Latina contamos con Benedetti, Borges e incluso con el mismo García Márquez. Pero sin duda, uno de los más dignos representantes de la expresión política proveniente de la mente de un literato lo tenemos en el poema “A Roosevelt”, escrito a principios del siglo pasado por Rubén Darío.
En esta obra, Darío vislumbraba ya el enorme poderío económico, político y militar que los Estados Unidos de Norteamérica comenzaban a manifestar, al igual que la repercusión que este último tendría a futuro sobre los países latinoamericanos en general, limitándolos en su actuar y atrapándolos con una red económica de préstamos, alianzas y embargos muy difícil de romper.
“Eres los Estados Unidos, eres el futuro invasor de la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.”
“Los Estados Unidos son potentes y grandes. Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor que pasa por las vértebras enormes de los Andes."

Pero sin duda, lo más loable es la final exaltación del inquebrantable espíritu liberal e independentista que el resto de América presentará siempre ante el coloso del norte gracias a su gente, sus raíces y su corazón combativo. No importará el poder del dinero o de la política: el amor, la fe y la unión siempre nos mantendrán de pie ante la invasión:
“Mas la América nuestra, que tenía poetas desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl, que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco, que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió; que consultó los astros, que conoció la Atlántida, cuyo nombre nos llega resonando en Platón, que desde remotos momentos de su vida vive de luz, de fuego, de perfume, de amor, la América del gran Moctezuma, del Inca, la América fragante de Cristóbal Colón, la América católica, la América española, la América en que dijo el noble Cuauhtémoc ‘yo no estoy en un lecho de rosas’; esa América que tiembla de huracanes y que vive de Amor, hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.”
Así, Rubén Darío, junto con otros tantos, nos enseña que no importa la obra o la trinchera, el medio o el trabajo, la persecución, la pobreza o la opresión. La palabra es siempre un arma poderosa. Lo importante es mantenerse libre bajo todo fuego, y no callar jamás:
“Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol. Tened cuidado. ¡Vive la América española! Hay mil cachorros sueltos del León Español. Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo, el riflero terrible y el fuerte cazador, para poder tenernos en vuestras férreas garras. Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!”