sábado, 3 de abril de 2010

MAQUIAVELO Y LA RELIGIÓN EN EL ESTADO

-RAÚL CONTRERAS OMAÑA
En su “Discurso sobre Tito Livio”, Nicolás Maquiavelo escribió: “Jamás hubo estado ninguno al que no se diera por fundamento la religión, y los más prevenidos de los fundadores de los imperios le atribuyeron el mayor influjo posible en las cosas de la política.”

Sin embargo, no debemos de pensar que un genio como Maquiavelo ignorase los males que con la entrada de la religión al poder caían sobre el pueblo, que considerase que el permitir la participación de la religión en la política fuera una medida noble, ni que el perpetuar las teocracias era una sabia elección.

Maquiavelo conocía el poder que como medio de control de las sociedades tiene la religión, y fundamentaba su recomendación en tres puntos:

Primero, por mucho que le disgustase, tenía que reconocer que la religión fue el primer impulso que permitió pasar a las naciones de la ferocidad prehistórica hacia la sociabilidad de las civilizaciones.

Segundo, la experta manipulación de los líderes del clero puede permitir al gobernante usarlos como herramienta para justificar sus acciones ante un pueblo creyente e ignorante, empleándolos como parapeto y vía de persuasión.
Tercero, la religión es una herramienta útil para convencer a las sociedades de que los riesgos que se corren con ciertas decisiones del poder están destinados a conseguir el bien, porque cuentan con las bendiciones de una divinidad cualquiera.

El papel que han jugado las religiones dentro del Estado a través de la historia es confuso en el mejor de los casos. El echar mano de un principio intrínseco en el hombre como es la fe para manipularlo y acallarlo ha sido una herramienta política tan antigua que se tiene evidencia de su uso desde las sociedades egipcias y sumerias. Y resulta frustrante que más de 4000 años después no podamos darnos cuenta de que nuestro gobierno actual, al permitir las declaraciones e intervenciones políticas de la iglesia católica, sigue jugando con las voluntades del pueblo a su antojo.

Pero la iglesia no tiene que olvidar un principio fundamental: la religión en el poder es, como cualquier otra herramienta, dispensable y reemplazable. Cuando los Reyes han dejado de necesitar de los líderes del clero, o cuando éstos han intentado usurparles el poder, el gobernante simplemente les ha mandado cortar la cabeza.