sábado, 20 de agosto de 2011

DE LA NOVELA FILOSÓFICA APARENTE

-RAÚL CONTRERAS OMAÑA
Leer novela permite conocer la mente de los individuos. Leer filosofía permite conocer la mente de la humanidad. Así que ahora no sé qué escribir: si comienzo una novela, estaría revelando la esencia más íntima de mi pasado, y si escribo filosofía estaría aceptando que creo haber vivido lo suficiente como para conocer el pensamiento universal. Y quizá ambas opciones son igual de improbables.
Creo que lo ideal sería mentir, o mezclar mentiras con verdades, en lo que se atreva a ser un intento de novela filosófica dentro de la cual se escondan rasgos auténticos de lo que soy, o de la manera en la que entiendo el mundo. ¿Cuáles son las mentiras, y cuáles las verdades? Eso, me parece, no importa. Cada una de ellas se ajustará a la mente de cada lector, multiplicando en forma exponencial las realidades aparentes, y volviendo reales las mentiras, a la vez que se reniega de las verdades engañosas. Y dentro del todo, inmerso, oculto, quedaré yo.
Y solo yo sabré dónde estoy. Solo yo tendré el control de mi secreto.
Pero muchos secretos más partirán del orden aparente -que en realidad será caos, pero nadie lo notará-. Para el lector, la coherencia será tan obvia como para mí será el desorden oculto, y la teleología, el fin último de la obra tras el telón, quedará inasible para ambos.
Siendo así, debemos partir de la oscuridad. Esa será nuestra raíz común, el punto de partida del tronco maniqueo de las falsedades universales y las verdades internas, del encuentro de lo propio con lo ajeno, de nuestro pasado con la otredad, de la novela del "yo" con la filosofía del "nosotros" -o del "ustedes", que para el caso es irrelevante-. Podríamos comenzar por decir "era una tarde carente de nostalgia...", o tal vez "aquella era una situación que el mundo apaciguado nunca lograría explicar...", e incluso "todo el dolor de los hombres mudos quedaba embebido en el agua lustral de ese momento preciso...". Con cualquiera de estas líneas dejaríamos abierta la ambigüedad del yo y el nosotros, del tiempo y el espacio, de la linea histórica rota por la mitad, de la filosofía que sabe amarga al tocarla con la lengua, y de la novela que se antoja impredecible al sentirla con las manos. Y podríamos seguir, hilar tramas fugaces de seres atónitos y grises, de escenarios húmedos y horas largas, de sabios reflexivos y mujeres que se entregan a la tentación del hombre que seguramente guarda un dolor sólo visible tras la niebla, transpartente, pero que se siente que está ahí.
Pero creo que no tendría sentido. Por lo menos no ahora. Primero hay que decidir cuándo mentir y cuándo decir la verdad, y cómo hacer para que una se disfrace como la otra a través de las distintas imágenes del cuadro de nuestras ficticias palabras.
Y como no soy muy bueno mintiendo, y tampoco diciendo la verdad, decido detenerme en este punto. Puede ser que, al final, ni siquiera seamos capaces de falsear los juicios a primera vista obvios. Nunca se sabe.