domingo, 1 de diciembre de 2013

"TODOS NUESTROS LIBROS SON FALIBLES"

-RAÚL CONTRERAS OMAÑA

En su ensayo titulado "La continuidad judía" el escritor Amos Oz comenta que "una gran parte de las Escrituras, incluida la Biblia en sus momentos más elocuentes, hace alarde de opiniones que no podemos comprender, y establece normas que no podemos obedecer. Todos nuestros libros son falibles". Debo comenzar por decir que hacía varios años ya que no me encontraba con una cita tan cargada de verdad. Y me parece importante hacer algunos comentarios al respecto.

En general, quienes tenemos por costumbre practicar la lectura en forma cotidiana, tendemos a juzgar a quienes no lo hacen acusándolos de parciales, sesgados, dogmáticos o intolerantes, y no comprendemos cómo es que su "corta visión del mundo" les permite vivir. Calificamos sus opiniones en comparación con nuestros parámetros literarios, y terminamos por no aprobar su visión o su modo de vida debido a que éste no se apega a los parámetros marcados por nuestros propios referentes teóricos. 

Nuestros márgenes de aceptación de lo que es correcto o incorrecto en el mundo pueden estar basados en un sinnúmero de libros, comenzando por los de línea sagrada o religiosa como la Biblia, el Corán, los Vedas o la Torá, pasando por aquellos de tinte filosófico/moral como la Crítica de la Razón Pura de Kant, el Capital de Marx, las Confesiones de San Agustín de Hipona, la Summa Teológica de Santo Tomás de Aquino, el Sistema de la Libertad de Schelling, la Etica de Aristóteles o El Ser y la Nada de Sartre, y cerrando con aquellos textos novelesco/narrativos que buscan erigirse como sumos censores de la moral o la ética de las sociedades, y que por su contenido incluso han llegado a ser perseguidos o destruidos, como Los Versos Satánicos de Salman Rushdie,  el Siddharta de Herman Hesse, 1984 de George Orwell o el Ulysses de James Joyce. Agregados a estos podemos incluir  aquellos textos de línea "espiritual" como el Kybalión, las obras de Metafísica, y los escritos de autores como Osho, Paulo Coelo, Carlos Cuauhtémoc Sánchez, Conny Méndez y una muy larga lista de etcéteras.  De nuestros referentes e influencias literarias y culturales dependerá la visión que desarrollaremos del mundo y sus problemas, de las emociones y los sentimientos, de la inteligencia y de la vida, de la política y la economía, y de ahí partirán, en conjunto con la educación y las influencias familiares y de la sociedad circundante, los juicios con los que evaluaremos cada uno de los actos humanos que esté en nuestro alcance presenciar.

Sin embargo, esta columna se llama "Todos nuestros libros son falibles". Y lo son desde varios puntos de vista. Su primer sesgo, y el obstáculo más grande para que cualquier texto provea de una auténtica verdad absoluta revelada, lo constituye la unilateralidad. En general, incluso quienes leemos más de veinte libros por año, tendemos a encadenarnos a una sola visión de las cosas, a una sola línea de pensamiento, a un solo grupo de autores y pensadores similares entre si, y eso nos lleva a pensar que nuestras ideas con respecto a un tema son las únicas válidas. La falta de exposición a las ideas opuestas a las nuestras generalmente lleva a la intolerancia,  y esto puede curarse mediante la apertura a modos de pensar distintos, y a través de la práctica del debate con personas que realmente piensen diferente a como lo hacemos nosotros. Por ejemplo: si somos judíos creyentes, tendrá poco caso debatir sobre el concepto de Dios con otros judíos creyentes, ya que el enfoque es prácticamente el mismo. Pero si como judíos creyentes debatimos sobre el concepto de Dios con judíos agnósticos, o mejor aún, con miembros de otras religiones o culturas, en ese momento en verdad surgirá un conocimiento nuevo para ambas partes. Esto tiene una condición: el verdadero debate debe conllevar como sine qua non una alta tolerancia a la frustración y capacidad de escuchar sin tomar las ideas del otro como ofensa personal, para evitar caer en absolutos. Como decía Hannah Arendt, "toda cultura de Totalidad tenderá a odiar a la totalidad de las culturas". Quien desde el principio cree tener toda la razón de su lado, tenderá a despreciar toda visión distinta a la suya.

El segundo sesgo, consecuencia del anterior, se llama dogma. Al pensar que una sola idea contiene la razón absoluta, tenderemos a buscar imponer dicha idea a los demás a como dé lugar, porque pensaremos que hacemos lo correcto sin importar los sentimientos, conocimientos, trasfondo o necesidades del resto de los individuos. Esto puede suceder incluso con los principios que en su origen eran nobles o filantrópicos. Por ejemplo, al buscar defender a los individuos de la opresión de ciertos grupos religiosos, se puede caer en el extremo del odio a todas las religiones o sus símbolos, y dicha iconoclastía no es más que el reflejo de una intolerancia galopante ante lo que no siempre conocemos a profundidad, y confundimos el defender un derecho con la destrucción de una idea. Lo mismo pasa con la defensa de las libertades de cualquier tipo -pensamiento, escritura, credo, etc- donde dicha libertad puede volverse una obsesión tal que acabe en ataques incluso ante aquellos que voluntariamente desean seguir profesando algún credo o idea política en particular.  No sólo las ideas religiosas pueden ser dogmáticas. También la libertad, el agnosticismo y la ciencia mal llevadas o encaminadas pueden convertirse en dogmas intolerantes.

Finalmente, el tercer sesgo sucede cuando olvidamos que todos los libros, sean cuales sean, fueron escritos por otros individuos. Por personas de carne y hueso, con ideas propias, con sesgos propios, con errores y virtudes, con vivencias únicas y visiones distintas del mundo. Todo libro -incluidos los considerados Sagrados como la Biblia o el Corán- tuvieron que pasar por las manos de una o más personas, que modificaron y dieron línea al texto según la época, la sociedad, el país, la cultura, la religión y el momento histórico en el que vivieron; esto sin contar su muy personal trasfondo de educación, fe, familia, economía, lengua o tendencia política. Por si fuera poco, si a lo anterior le agregamos las transformaciones que sufren los libros con el paso de los años o los siglos, las múltiples veces que son reescritos o traducidos en diversos idiomas -y que es bien sabido que con cada traducción se pierde mucho del sentido original del texto-, las reimpresiones, ediciones, correcciones, cortes, comentarios y destrucciones que los mismos sufren, es obvio que cada libro que llega finalmente a nuestras manos contiene apenas una muy diminuta fracción de la totalidad de aspectos y visiones que se pueden tener sobre un sólo tema en particular en un momento dado. Ahora imaginemos si ponemos los libros que cada uno ha leído en comparación con la totalidad de libros que han sido publicados en todo el mundo a lo largo de la historia, ningún hombre o mujer que hayan pisado el planeta habrá llegado a leer en toda su vida siquiera una millonésima parte del saber humano que ha sido escrito o recopilado en todas las épocas. Así que, con lo que apenas hemos leído nosotros hasta ahora, ¿realmente podemos considerar que los libros son infalibles? ¿o que aquello que hemos leído nos permite juzgar y comprender el infinito de las ideas humanas que nos rodean?

Coincido con Amos Oz: todos nuestros libros son falibles. El secreto está en la apertura y el debate respetuoso, en escuchar y vivir, en viajar y entender, en ponerse en los zapatos del otro y, por supuesto, en desafiarnos a nosotros mismos y aceptar enfrentarnos a libros de temas y autores que sean por completo distintos a los que se encuentran en nuestra zona de confort siempre que sea posible. Quién sabe, tal vez al hacerlo descubramos algo de nosotros mismos que ni siquiera imaginábamos que se encontraba ahí.