sábado, 28 de julio de 2007

TAN CERCA DE DIOS…

Desde los tiempos de la Revolución Mexicana, vivida hace ya casi cien años, es muy famosa la frase pronunciada por Don Porfirio Díaz, al referirse a la dominación que sobre nuestro país intentaba ejercer el vecino del norte: “Pobre México; tan lejos de Dios, y tan cerca de los Estados Unidos”.
Esta frase definía de manera muy adecuada dos situaciones propias de la época: una, el caos en el gobierno y la pobreza económica y militar que atravesaba nuestra nación; y otra, el inagotable deseo expansionista que desde décadas antes venían mostrando los Estados Unidos de Norteamérica, siempre justificándose en la muy conocida Doctrina Monroe –“América para los Americanos”—.
Con todo y eso, México aún era capaz de reconocerse a sí mismo como una Nación laica, progresista y con fundamentos de tinte liberal que le permitirían posteriormente soportar los embates de las diferentes luchas e ideologías revolucionarias, tan diversas como lo eran sus caudillos y dirigentes.
Esos fundamentos, esos cimientos, fueron construidos con las sólidas rocas de la Independencia, de los Sentimientos de la Nación, de la Constitución del ’24, de la Reforma, de la Ley Lerdo-Juárez, de la Constitución de 1857, y de las múltiples luchas de defensa de nuestro país ante múltiples invasiones extranjeras –francesa, norteamericana, española, etc—. Con esto, el México de la Post-Revolución intentó evolucionar, lenta pero persistentemente, hacia el liberalismo y el progreso. Por lo menos, hasta principios de los años sesenta.
Desde entonces, la situación política de nuestro país ha sufrido cambios importantes, y las alteraciones a nuestra Carta Magna, los intereses personalistas de diferentes gobernantes, la intervención de capitales extranjeros y las presiones de grupos acomodados han hecho que se pierdan prácticamente todos aquellos triunfos de los que tanto solemos ufanarnos.
Y uno de los ejemplos más palpables es la nueva entrada de la Iglesia a la vida pública nacional, que se sufre desde las reformas autorizadas por Carlos Salinas de Gortari a mediados de los años noventa. Entre las modificaciones importantes a este respecto, tenemos la autorización para realizar cultos religiosos en la vía pública, la capacidad de la iglesia para adquirir terrenos y bienes, de organizarse como comunidad política, de votar aunque no puedan ser votados—¡faltaba más!—, el permiso a ministros extranjeros para dirigir cultos en México, y sobre todo, la licencia a escuelas privadas para brindar enseñanza religiosa a los niños de niveles primaria y secundaria, perdiéndose así el laicismo educativo, antes obligatorio.
Ahora cada día, en periódicos y noticiarios, podemos encontrarnos con una nueva opinión o intervención que la iglesia tiene sobre algún asunto de la política nacional, criticando, ordenando, e incluso organizando grupos de protesta directa. Se ha perdido la cordura. ¿Es que acaso la sangre de la Reforma se derramó en vano? Parece que eso es lo que nos quieren hacer creer.
Por esto, con profunda pena, y tomando como base la frase de Díaz, hoy me atrevo a decir: Pobre México; tan cerca de Dios, y tan lejos del laicismo verdadero.