sábado, 8 de diciembre de 2007

BREVE HISTORIA DE UNA TRADICIÒN NAVIDEÑA

“En cuanto a la señal de su nacimiento: vendrán de Oriente con una estrella más luminosa que el sol(...), ya que no se tratará de una estrella sino de un ángel de Dios”.
-Evangelio Apócrifo Árabe de la Infancia de Jesús (fragmento)

Éstas son fechas distintivas por los festejos y tradiciones que las rodean, y justo es dedicar un par de espacios a las vivencias y emociones que en estos momentos llenan las mentes y corazones.
Y si de tradiciones hablamos, pocas más mexicanas durante estos días de diciembre que la celebración de una pastorela: representación de las peripecias que sufren los pastorcillos para llegar hasta Belén con sus obsequios y deseos de adoración para un recién nacido niño Jesús, no sin antes haber sorteado las trampas y engaños de un demonio malicioso que trata de desviarlos de la senda; todo esto salpicado de bromas y situaciones humorísticas que llevan de la mano al espectador hasta un bien sabido desenlace.
Pero, ¿cómo surge la tradición de la Pastorela? Revisemos la historia: De entre los muchos Evangelios escritos durante el Cristianismo Antiguo, sólo cuatro resultaron finalmente elegidos para fungir como Canónicos –es decir, auténticos o legales— bajo el mandato del Emperador Constantino en Roma, y fueron los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Ahora bien, de entre estos cuatro, sólo dos describen la concepción y el nacimiento de Jesús en un pesebre –Mateo, en forma muy superficial, y Lucas—, ya que los otros dos no hacen mención de la infancia en ningún momento. Y aún así, sólo el Evangelio de Lucas en su capítulo segundo habla de cómo recibieron los pastores la “Buena Nueva” –que en griego se escribe Eú Angelión, es decir, Evangelio— y de cómo siguieron éstos el llamado para buscar a su señor. Y ya de los Evangelios no reconocidos por la Iglesia Católica como oficiales o auténticos –los famosos Apócrifos— sólo el llamado “Evangelio Árabe de la Infancia”, escrito hacia el siglo IX d.C. describe el nacimiento de Jesús en una cueva, presenciado por una anciana, quien se sorprende al ver que el niño, en plena noche, “brilla con una luz tan hermosa como el fulgor del sol”. Eso es lo que está en los textos, al alcance de todos.
Pero comencemos por recordar un punto importante: en los pueblos de la antigüedad el número de personas que sabían leer y escribir era muy contado: sólo los sacerdotes y los miembros de la realeza -con excepción, claro está, de los fenicios, donde todas las clases sociales dominaban la escritura comùn gracias a su intensa actividad comercial-. Así, la única manera con la que las Castas Religiosas contaban para comunicar al pueblo el contenido y las leyendas de sus Libros Sagrados no podía ser otra sino la narración oral, misma que se llevaba a cabo en las esquinas, templos y mercados, y que con el paso de los años se enriqueció con la representación actuada, donde un personaje simbolizaba al bien y otro al mal, para hacer más fácil la comprensión del mensaje. Y esto continuó una vez nacido el Cristianismo, e incluso se mantuvo como práctica hasta etapas muy tempranas del Renacimiento cuando eran los poetas y los monjes viajeros quienes llevaban el mensaje hablado de salvación a los pueblos y ciudades de la época, tanto para ricos como para pobres.
Gracias al drama, las imágenes empiezan a valer más que mil palabras. Y si estas imágenes además van acompañadas de cantos, narración y movimiento, su capacidad de impactar sobre las emociones de quienes las admiran se vuelve casi total.
Pero esta idea no es del todo original del Cristianismo. Muchos siglos antes de que éste último naciera como religión, otros grupos utilizaban ya esta vía de enseñanza y revelación. Los representantes de las religiones del Medio Oriente antiguo, como los cultos a Baal y a Moloch entre Asirios y Babilonios, y posteriormente al dios Mitra en Persia y Roma, echaban mano de la actuación para hacer llegar sus mensajes sobre la creación y la destrucción del mundo al pueblo, en su mayoría compuesto por agricultores y ganaderos, y en menor medida por alfareros, soldados y albañiles. Y es ya más tardíamente, también en Persia, que con el nacimiento del Mazdeísmo –o Zoroastrismo por su fundador, Zoroastro o Zaratustra— que las ejemplificaciones de las luchas entre el Bien y el Mal, entre Luz y Tinieblas, entre un “Ángel” y un “Demonio”, nacen en las esquinas de las plazas y Templos para dejar en claro a la población que estos dos principios opuestos existen y que es deber del hombre seguir siempre al más noble y puro de ellos: la Luz, la Gran Luz, la Verdadera Luz. Y los Griegos, varios siglos por delante, en sus cultos conocidos como “Misterios” hacían gala de majestuosas escenificaciones para expandir los mensajes de salvación y en las que ya podemos encontrar que símbolos como la vid, el olivo, el vino, el trigo y el muérdago eran ya considerados elementos sagrados. Como ejemplos tenemos los Misterios de Dionisio, de Orfeo y de Eleusis, de los cuáles tanto Romanos como posteriormente bárbaros nórdicos invasores tomaron símbolos y ritos para enriquecer sus cultos, los que se expandieron por toda Europa.
El Cristianismo, en sus años más tempranos, seguía también sus misterios para comunicar el Evangelio de manera actuada a unos pocos elegidos –primero a los Apóstoles, luego los Catecúmenos—, quienes recibían la enseñanza en secreto, escondidos en catacumbas, criptas subterráneas bajo templos de otras sectas y religiones, y cuevas. Pero en la Edad Media, con la “reglamentación” del Cristianismo y el nacimiento de los sacerdocios, el mensaje, la Buena Nueva, se vuelve patrimonio de toda la humanidad, por lo que las escenificaciones con motivos bíblicos, y particularmente las que enseñan el nacimiento del Cristo y la lucha entre los Arcángeles y Lucifer comienzan a llevarse a cabo en todas las ciudades.
Y en México, inmediatamente después de la primera conquista española –la de las armas— se vivió la inevitable y aún más profunda segunda conquista: la espiritual, la de la fe. Ésta no iba a lograrse por la fuerza: se daría por el convencimiento, por la suplantación de Dioses y lugares religiosos, y sobre todo por la representación, haciendo partícipes del drama a los pastores y agricultores indígenas, y haciéndoles sentir que su presencia es fundamental para que el mensaje de Jesús siga transmitiéndose de generación en generación. Nace así la pastorela, tradición que se disfruta en México desde los tiempos coloniales y que seguimos disfrutando en los albores de este siglo XXI.

sábado, 1 de diciembre de 2007

LIBERTAD Y ESTADO IDEAL: LA IGUALDAD IMPOSIBLE

“Ser indiferente a la Libertad
No es propio del Ser Humano.”

-Isaiah Berlin

¿Qué es la Libertad? Eterna pregunta. Dar una respuesta se antoja sencillo, ya que a todos nos viene a los labios una idea con la que dejar en claro la cuestión.
Pero la meta que persigo es hacer notar que la realidad es muy distinta. La interpretación de algo tan disperso como es la Libertad se ha vuelto, durante los últimos dos siglos, una tarea poco menos que imposible, sobre todo cuando hay que romper con ciertos anacronismos y lastres históricos que todos solemos cargar.
Primero, viene el más frecuente conflicto: la distinción entre Libertad y Libre Albedrío.
El LIBRE ALBEDRÍO es nuestra capacidad de usar nuestra VOLUNTAD, nuestra DECISIÓN y nuestros DESEOS para determinar los principios y los fines de nuestros actos como individuos, independientemente del medio o de las necesidades grupales. La Voluntad determina si queremos o no; la Decisión dicta qué camino elegir de entre los disponibles, y los Deseos nos dicen cuáles son las metas que pretendemos obtener, y que nos mueven a actuar de un modo u otro.
Pero LIBERTAD es un concepto de mayor amplitud, que no sólo habla de lo que quiero hacer –trabajo propio del Libre Albedrío—, sino también de lo que PUEDO HACER. Y esa es una situación muy distinta. La verdadera Libertad no puede estudiarse desde el enfoque del individuo; se requiere de las interacciones con el medio y con otros hombres, de los deseos de ellos y los deseos en mí, y de todo aquello que la sociedad pone a mi disposición para que yo pueda llegar a ser, independientemente de que yo lo quiera o no en ese momento.
Con esto, la Libertad, la que realmente tiene peso dentro de los grupos humanos, se convierte en LIBERTAD SOCIAL, y por lo tanto, la única manera en la que puede manifestarse en forma real en una Sociedad no es otra sino la POSIBILIDAD. El mayor determinante de mi Libertad dentro de un grupo es lo que ese grupo, con sus reglas, normas y relaciones intrínsecas me permite hacer, las posibilidades y facilidades que pone a mi alcance, y eso va mucho más allá de lo que yo pueda desear en un momento dado.
Ahora bien: la Posibilidad es un derecho. La Posibilidad es mi derecho. A un grupo social no debe importarle si yo quiero o no tomar una oportunidad en este instante. El deber de la sociedad, mediante sus leyes, normas morales e instituciones es el de brindarme esas oportunidades, de dejarme campo suficiente para que yo, en el momento que así lo decida, pueda realizarme como ser humano, llegar a ser, dentro de los límites de los deseos y necesidades de los demás –ejemplo: las instituciones gubernamentales tienen la obligación de poner al alcance de los individuos cuanto necesiten para su educación, independientemente de que un individuo en particular quiera aprovechar o no dicha educación; esto es, se nos brinda la Posibilidad de una adecuada educación. Libertad como Posibilidad—.
Ahora los problemas. Siendo que los deseos de los numerosos individuos que componen una sociedad son difícilmente reconciliables entre sí, ya que cada quien siempre buscará de forma egoísta –conciente o inconcientemente— lo que es bueno para sí o para los suyos, surge la necesidad de una mediación, de un medio de arbitraje entre las personas y sus intereses para alcanzar un bien común. Ese árbitro, ese órgano regulador, es la Teoría Política, la LEGISLACIÓN con sus múltiples componentes y normas, ya voluntarias, ya coercitivas. Y la forma más visible de los principios Políticos y Legislativos está en sus INSTITUCIONES. Así, el desempeño y desenvolvimiento del individuo dentro de la Sociedad, en la actualidad, no sólo depende de la relación con sus congéneres, sin también de su relación con las Instituciones Gubernamentales y Autoridades Legislativas, con lo que los límites de la Libertad en los albores del siglo veintiuno comienzan a volverse aún más irregulares. Comprendiendo lo anterior, podemos notar que la Libertad Social busca mantener sus posibilidades ante los Gobiernos en dos formas opuestas:

Negativa, que es aquella en que la persona mantiene su individualidad ante las Instituciones, defendiéndose de ellas y manteniendo en la mayor medida posible intactos sus derechos humanos. El derecho de asociación, el derecho de huelga, el juicio de amparo, la creatividad artística y otras tantas sirven como ejemplo de Libertad Negativa.
Y Positiva, que consiste en la participación activa con las Instituciones y sus actividades, integrándose e involucrándose directamente con las mismas, y exigiéndoles, con los medios que las mismas Instituciones establecen, el cumplimiento de su deber como guardianas y proveedoras de las facilidades necesarias para el actuar social. El derecho de voto, los códigos civiles, las leyes penales, los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, el ejército, los cuerpos policiales y muchos otros ejemplifican la Libertad Positiva.
Así, la relación Individuo-Institución arriba discutida ha llevado con el paso de los años –e incluso de los siglos—al surgimiento de múltiples formas de invasión o rechazo a los principios de la Libertad Social como Posibilidad, que van más allá del Esclavismo y la Represión –por parte del Estado— o de la Anarquía y la Demagogia –por parte de los Individuos—.
Ahora bien, en cuanto al ESTADO, se puede entender ahora que el papel ideal –utópico, por decirlo de alguna manera— que los gobiernos deberían desempeñar es el de proveedores de posibilidad. Es decir, que deberían vigilar que cada una de sus instituciones y reglamentos se origine y desempeñe basándose siempre en el bienestar y en el respeto de las garantías del pueblo en todas sus formas, brindando a cada uno de los grupos sociales e individuos las oportunidades—posibilidades—para ejercer, mantener y acrecentar el ejercicio pleno de su libertad. Y no solo eso, sino que también aquellos quienes formaran parte del gobierno deberían salir de entre los de mayor excelencia, conocimiento, virtud, afabilidad, educación, rectitud moral y conocimiento de la ley y sus principios, para que a su vez se preocuparan por cuidar y defender los intereses de los pueblos a quienes representan. A todas estas características se les conoce como ESTADO IDEAL, y éste no es un concepto nuevo en absoluto.
Ya hemos empleado arriba el término Utopía, palabra que se origina del griego U Topos que significa “Sin lugar”, y que se aplica a la idea de un Estado o Nación Ideal, que cumpliera con todas las características humanas, de gobierno, económicas, políticas y sociales que permitiesen a todos los individuos que la conforman crecer y progresar por igual, al mismo ritmo, sin preferencias ni estancamientos, sin pobrezas extremas ni riquezas privilegiadas, siempre dentro del margen de una legislación perfecta brindada por un gobernante o grupo de mando justo, equitativo, culto, dedicado y enfocado sólo a escuchar y resolver las peticiones y necesidades de su nación.
El concepto, o más bien el deseo de una sociedad ideal con un gobierno utópico viene planteándose en la historia desde Platón en sus diálogos “La República” y “Las Leyes” y desde Aristóteles en su “Ética a Nicómaco” y principalmente en su “Política”. Posteriormente, esta idea siguió viva gracias a las obras de Cicerón en Roma; a la “Ciudad de Dios” de Agustín de Hipona en la edad media, y en el Renacimiento con los escritos de Erasmo de Rótterdam, Locke, Hobbes y, sobre todo, con las obras “La Nueva Atlántida” de Francis Bacon y “Utopía” de Tomás Moro, en las que se describe con mucho detalle una vida perfecta en islas desconocidas, con pueblos prósperos y gobiernos autosuficientes sólo existentes en la mente de sus autores, pero escritas con el fin de servir como ejemplo e impulsar a los emperadores de aquella época a conducirse de manera virtuosa.
Y ya en tiempos modernos encontramos ejemplos del Estado Ideal Utópico en las raíces de las corrientes socialistas y comunistas, en Marx, Engels y Bakunin, y en pensadores contemporáneos como Ernst Boch, Kelsen e Isaiah Berlin, con quienes se siguió buscando mantener vivos los principios de igualdad de los individuos brindada por una justa y equilibrada administración por parte del Estado, desapareciendo los privilegios, los monopolios y las riquezas acaparadas por unos cuantos, y logrando una armonía entre el pueblo y el gobierno que permitiera el progreso y la libertad. Este siempre ha sido el sueño del hombre: una sociedad perfecta, un gobierno perfecto, una libertad absoluta. Pero la realidad de las sociedades actuales es otra muy distinta.
Por ejemplo: nuestro país, como tantos otros, es navegado sobre una forma de gobierno conocida como DEMOCRACIA, en la que, idealmente, el pueblo en su conjunto tiene voz y voto en los asuntos nacionales, siendo sólo coordinados por un pequeño grupo de representantes que expondrán ante los poderes correspondientes las decisiones tomadas.
Los gobiernos democráticos en la actualidad, así como sus principios y legislaciones, se construyen en la teoría sobre cimientos muy amplios y variados, entre los que encontramos tres que desde el siglo XVIII han dejado huella gracias a diversos movimientos ideológicos o bélicos surgidos a lo largo de la historia: LIBERTAD, IGUALDAD y FRATERNIDAD.
De la Libertad hemos hablado ya suficiente arriba dentro de este mismo texto, pero ¿qué papel debe desempeñar la búsqueda y defensa del principio de Igualdad en las sociedades humanas de nuestros tiempos? ¿Es la Igualdad un principio teórico, un lineamiento, un sine qua non? ¿O es, por el contrario, una meta distante a alcanzar?
Para empezar, entendamos por IGUALDAD aquel principio que dictamina que todos los individuos, por su sola calidad humana de nacimiento, tienen derecho a los mismos medios y garantías para disfrutar de una vida digna, sin privilegios ni menosprecios de ningún tipo. Esto, como ya se había explicado, se traduce dentro de los grupos humanos como Posibilidad, acceso a las oportunidades, lo que a la larga acaba convirtiéndose en una de las determinantes fundamentales de la verdadera Libertad Social.
La pregunta interesante en este momento es: ¿Son las Democracias de la actualidad un verdadero ejemplo de los Gobiernos encaminados a la Igualdad? ¿Qué es lo que sucede al encausar a todos los individuos que componen a los pueblos, con intereses y peticiones diferentes, dentro de las vías de una verdadera Igualdad Social?
Aristóteles, en el libro quinto del texto de su "Política" (segunda edición bilingüe griego-español, bibliotheca scriptorum graecorum et romanorum mexicana, versión de Antonio Gómez Robledo, Coordinación de Humanidades, UNAM 2000) , deja ver que son dos los principales eventos que obstaculizan el establecimiento de una verdadera Igualdad en los Estados Democráticos: Primero, en aquellos pueblos donde el Estado procura que todos sean iguales, siempre habrá una minoría que esté en desacuerdo, ya que considerará que tiene los merecimientos o los derechos suficientes para recibir privilegios especiales –situación ahora muy común en la organización de los movimientos de protesta—. Segundo: en aquellos Estados Democráticos en los que una mayoría de personas es dirigido o gobernado por una minoría privilegiada, por muy ideal que resulte su organización, siempre habrá quienes de entre aquella mayoría deseen gozar o participar de la jerarquía del grupo en el poder, con lo que nuevas luchas se desencadenan y, así, se impone el caos. Con todo esto, la conclusión a la que llega Aristóteles es que la Igualdad Social se vuelve en un ideal imposible de alcanzar, debido a intereses y vicios individualistas o grupales, por lo que aún el más virtuoso de los gobernantes, armado con la más ideal de las legislaciones, no lograría nunca llegar a establecerla.
Aunque, como sabemos, la opinión de los clásicos no debe servirnos más que como eje en torno al cual girar los estudios de las realidades contemporáneas, esto nos deja pensando un poco sobre si ahora, casi dos mil cuatrocientos años después, la situación en nuestras Naciones en este aspecto en particular no difiere mucho de aquella descrita por el filósofo de Estagira. Así que como vemos, de lo que la Igualdad significa para las sociedades de nuestros tiempos, y del enfoque histórico y actual -así como teórico y práctico- que de la Libertad y de la Democracia se mantiene a principios del siglo XXI, todavía queda mucho por decir.

domingo, 25 de noviembre de 2007

¿OBEDECER?

Hace tiempo ya, siendo yo estudiante de la Licenciatura en Filosofía en la Facultad de Estudios Libres de la Universidad Panamericana, recuerdo haber recibido como obsequio un ensayo titulado “¿Por qué debemos de obedecer?”, escrito por una amiga, la Licenciada en Filosofía por la Universidad Anahuac Patricia Garza—a quien, hasta la fecha, agradezco tan amable gesto para con mi persona —.
Dicho texto básicamente se sustentaba sobre dos hipótesis a desentrañar: primera, ¿qué tan cierto es que el hombre deba pertenecer a un tipo de sociedad a la cual deba estar sometido? Y segunda, ¿por qué debemos de obedecer a dicha sociedad? Es más, ¿debemos de obedecer?
Con el fin de llegar a una respuesta, ella toma las obras de cuatro de los Grandes Maestros de la Filosofía Política Clásica en el orden siguiente. Su primera referencia es el Maestro del pensamiento griego Platón, quien en el Libro II de su República” menciona que “la ciudad toma su origen de la impotencia de cada uno de nosotros”, por lo que el hombre se agrupa en sociedades fundamentalmente motivado por el miedo, por el deseo de supervivencia. Siendo así, la sociedad resultante, y sobre todo sus instituciones, tienen el fin último de proteger al hombre. El hombre debe su obediencia ciega y su entrega a los dirigentes de esta sociedad, gracias a quienes permanece vivo.
Como segunda referencia cita a otro de los Grandes del pensamiento Escolástico Medieval: el Aquinate, mejor conocido como Tomás de Aquino—por muchos llamado “Santo”, mas no por un servidor—, quien en su obra “Sobre el Reino” afirma que “el hombre debe necesariamente ser gobernado, y por tal y como consecuencia debe de obedecer, pues de otro modo una multitud no dirigida u ordenada no alcanzaría su fin.”
Su tercera referencia es el corazón y palabra de la Patrística: Agustín de Hipona, también llamado “Santo”. Él, en su obra “La Ciudad de Dios” –misma que le tomó casi cuarenta años escribir— achaca todos los males de Roma a su desobediencia, tanto a Dios y sus representantes como a los gobernantes. Así, el libre albedrío queda supeditado sólo a nuestra “libertad para obedecer la voluntad divina”. La obediencia para Agustín es protección para el hombre y para el Rey.
Thomas Hobbes sirve como cuarto y último puntal de su exposición, En pleno Renacimiento Inglés, Hobbes expone en el “Leviatán” que es nuestra naturaleza como ciudadanos la de obedecer al Estado, ya que las bases y los límites de la obediencia política residen en la capacidad del mismo Estado para protegernos. Si efectivamente somos protegidos, entonces estamos obligados a obedecer.
La conclusión que al final la Licenciada presenta es la de que la obediencia ante el Estado tiene un fundamento ético incuestionable, y que el sistema jurídico debe ganarse el respeto de la sociedad. Un respeto llamado obediencia.
En aquel tiempo cuestioné para mis adentros, aún sin muchas bases, si las conclusiones de ese ensayo iban del todo de la mano con las ideas que yo tenía al respecto del tema. Pero hace unos días tuve el gusto de reencontrar entre mis archivos el escrito, así como de leerlo y de analizarlo bajo nuevas lentes cuatro años después, y creo que ahora lo vislumbro dentro de un campo harto distinto.
Preguntémonos: ¿los individuos, las sociedades, tienen la obligación ética de obedecer ciegamente los mandatos de los gobernantes y dirigentes, sólo porque estos últimos les proporcionan seguridad y protección? De acuerdo con las referencias tomadas por el ensayo que sirve de inspiración a éste escrito —Platón, Tomás de Aquino, Agustín de Hipona y Thomas Hobbes—, la respuesta a esta pregunta es: Sí; los miembros de la sociedad sí tienen la obligación de obedecer los mandatos de quienes detentan el poder, porque sólo así se mantiene la estabilidad y el orden en los pueblos y, por tanto, en el Estado.
Pero esto, como sabemos, tiene un alto riesgo de convertirse en una visión parcial y tendenciosa de las cosas, generalmente defendida únicamente o por poderes absolutistas, o por cátedras de algunas Universidades Privadas—que nunca en todas, ni por todos los catedráticos desde luego— donde gran parte de la enseñanza es controlada por grupos de extrema derecha, como los Legionarios de Cristo o el Opus Dei. En estas, tristemente, muchas corrientes de pensamiento, obras e incluso autores completos se ven vetados, por lo que a los alumnos se les brinda sólo una parte de la verdad: la parte que el grupo que mantiene el control desea mostrar. Educación parcial, manipulada.
Y ya siendo muy acuciosos, podríamos encontrarnos con que esto no sólo sucede en las Universidades Privadas. En muchas Universidades Públicas—que tampoco en todas, aclaro— con el fin de mantener una visión unilateral del pensamiento, y en otras ocasiones por mero desconocimiento de las referencias, también se brinda una enseñanza con conocimientos parciales y dirigidos. Aunque curiosamente, en estos casos la tendencia tiende a ser más bien de tipo comunista-izquierdista; situación que en muchos casos ya no es comprensible si pensamos que tanto el comunismo como el socialismo han demostrado ya ser ideologías inoperantes que, por si fuera poco, ya ni siquiera existen en los países que en su momento fueron sus principales abanderados.
¿Ejemplos? Pensemos en la misma Alma Mater de nuestra nación: la UNAM, donde hasta nuestros tiempos, como en los mejores momentos de los años sesentas, se esconden y crecen grupos retrógradas de “pensamiento comunista” o de “izquierda” que sólo usan de manera muy manipulada y adulterada las ideas que les convienen de grandes pensadores como Marx, Engels, Hegel y Bakunin, o la imagen de personajes como el Che Guevara, Fidel Castro, Lenin o Stalin, para movilizar y engañar a los estudiantes, crear paros o huelgas y justificar marchas, o demagogias que no tienen otra razón de ser. Falsas anarquías que sólo sirven de instrumento a futuros totalitarismos y a intereses de terceros. Terceros que nunca dan la cara.
Así, grandes ideólogos y filósofos como Berlin, Popper, Foucault, Kant, Locke, Voltaire, Arendt, Weber, Rawls, o Spinoza, quienes defendieron y proclamaron una filosofía política de tendencia o bien liberal, o bien más mesurada en sus técnicas y alcances, basada en un equilibrio entre los derechos y obligaciones tanto del Gobierno como de los Gobernados, nunca son estudiados, o son sólo superficialmente abordados.
Y por si fuera poco, la imágen antes respetada e intachable de las instituciones y partidos que conforman el Estado, que se supone son los encargados de brindar esa seguridad, estabilidad y protección a los miembros de la comunidad-situación que todavía hasta hace tres o cuatro sexenios funcionaba como pretexto para justificar esa exigencia de orden y obediencia- en estos momentos se ha perdido por completo, dejando entrever que pesaron más los intereses individualistas y las ambiciones de poder partidista que la defensa legítima de los principios que en tantos foros juraron defender. Se basaron en aquel antiguo principio que reza: "al pueblo pan y circo" para mantener acalladas las voces de miles de mujeres y hombres que sufren las carencias más apremiantes, hasta acabar con las mayores voluntades, dejando a los ciudadanos listos para agradecer a regañadientes las ridículas "bondades" que su Gobierno "tiene a bien" brindarles. Con todo esto, ¿cómo pedir a quien no tiene nada que no caiga en las mentiras y demagogias de políticos astutos y malintensionados que sólo explotan su ignorancia y sufrimiento para obtener cargos y ganancias cada vez más elevados?
Iglesias, partidos políticos, instituciones, sindicatos, gobiernos... y tristemente muchas de las mayores casas de estudio no solo piden, sino que exigen de manera abierta u oculta nuestra obediencia, echando mano de todo cuanto tienen al alcance (ya sean grandes cadenas televisivas, control por medio de la culpa o amenazas de desempleo o pérdida de privilegios laborales) y demandan nuestra ciega entrega a las ideologías y proyectos que nos son puestas al frente no para cuestionarlas -eso es privilegio de unos pocos-, sino para acatarlas independientemente de lo que nos dicte nuestra razón. ¿Por qué? La respuesta se resume en una sola palabra: Poder. A mayor número de masas obedientes, mayor poder en todos los sentidos para cualquiera de los grupos de que hablemos. Y mayor poder se traducirá en mayor capacidad de extensión y control, luego en mayor obediencia, y así sucesivamente. La esclavitud ideológica y económica en su máxima expresión.
Luego entonces, ¿obedecer? La obediencia ciega no es, ni debe ser, propia de la condición humana digna y respaldada por la civilización, la educación, el derecho y el progreso. La pura razón y la experiencia de la ciencia política nos dicen que, si bien no existen libertades absolutas, esto no es sinónimo de vasallajes, sino de integración y de sacrificio de algúnos bienes personales para obtener logros grupales cada vez mayores, siempre en beneficio de toda una sociedad, buscando a la larga el bienestar de la raza humana toda.
No podemos aplicar los conceptos de los filósofos políticos clásicos a las cambiantes masas humanas de nuestros tiempos, aunque sí es obligación del legislador y del filósofo político actuales conocerlos para ser capaces de plantear nuevas teorías y soluciones. Nuestras comunidades deben poder cuestionar si todo cuanto se les dice es cierto, y solicitar explicaciones a los organismos pertinentes en caso de sospechas de violación a la legalidad o la trasparencia. Las sociedades ya no deben ser dirigidas por medio de obediencia, sino a través de sanos diálogos democráticos y repartición de responsabilidades entre las instituciones de gobierno y los ciudadanos. Esto es válido incluso dentro de los centros religiosos: todo aquello que se nos plantee como incuestionable y absoluto debe ser frenado de primera mano, para luego pasarlo por el apretado tamíz de la razón una y otra vez ya que, de otro modo, la intolerancia será la consecuencia inevitable. Solo así se llega a las soluciones, solo así se logra el entendimiento, y solo así todos los grupos humanos lograrán obtener del individuo no su obediencia, sino su entrega voluntaria y su trabajo en equipo. Pensar en obediencias, creo yo, significa ignorar las realidades del mundo en que vivimos.

lunes, 12 de noviembre de 2007

¿PATRIOTAS O GLOBALES?

Uno de los grandes conflictos que la educación está enfrentando a nivel mundial, y que en México resulta evidente, es el de establecer una orientación adecuada a los programas y guías docentes, en materias y contenidos, con el fin de crear un ciudadano que se integre de manera adecuada al medio social que le rodea.
Hasta hace unos años esta tarea, más que conflictiva, parecía obvia y hasta sencilla: el medio que rodeaba al educando era su propia ciudad, su país, por lo que la intención de la educación debía ser formar individuos con un fuerte sentimiento de patriotismo y nacionalismo, listos a responder a las necesidades del Estado y su soberanía al alcanzar la vida adulta.
Esto permitía mantener la unidad cultural e ideológica de los pueblos, lo que se traducía en una palabra: identidad. Identidad que, a la larga, permitiría una convivencia pacífica entre los miembros de una sociedad particular, con lo que el actuar democrático se vería claramente facilitado. Además, la regla era una educación cívica de tinte caudillista, que reconociera las gestas heroicas de los grandes hombres de los movimientos Independentistas o Revolucionarios e hiciera notar al pueblo que es gracias a su lucha, y en muchos casos a su muerte, que podemos disfrutar de una Nación libre y pacífica.
Pero ahora pasamos por una etapa histórica en la que los medios de comunicación, las potencias primer mundistas y las grandes empresas multinacionales han permitido que ese gigantesco movimiento conocido como Globalización se expanda sin medida en todos los países, en todos los estratos socioeconómicos y, desde luego, en todos los niveles de educación y edad.
En este momento, se quiera aceptar o no, vivimos tiempos distintos, en los que sobre todo los jóvenes viven y se sienten identificados con los principios, las ideas, las metas y los fines no solo de la sociedad que los rodea de manera inmediata, sino también de países diversos, con lo que la propia cultura se pierde o se sacrifica –aculturización— a favor de la adquisición de la cultura del otro que es distinto a nosotros –transculturación—.
La pregunta ahora es: ¿Cuál es el enfoque que la educación en México habrá de tomar en los años siguientes? ¿deberá insistirse en rescatar los ideales de patriotismo a favor del rescate cultural de nuestra nación para evitar en lo posible la pérdida de identidad? ¿o es momento de enfrentar una realidad globalizada, que nos orille a una educación de tinte más plural, multicultural y unificador que prepare a los jóvenes para el mundo futuro al que habrán de enfrentarse, aún a expensas de una parte de la enseñanza cívica? o mejor aún: ¿acaso se logrará un casi imposible equilibrio entre ambas vertientes?
En las últimas dos décadas, en México se ha vivido una gradual y casi imperceptible transformación de la educación desde lo patriótico-cívico hasta lo democrático-plural, lo que ha abierto en los niños la tolerancia y aceptación a las ideas de quienes son distintos a ellos. A ese ritmo, en unos años más nos enfrentaremos a un programa multicultural que pondrá en duda muchas de las bases cívicas que antes considerábamos incuestionables.

domingo, 30 de septiembre de 2007

CAPITAL CULTURAL Y DESARROLLO

De todos es sabido que el nivel de escolaridad de un individuo es fundamental para suponer su futuro éxito social, personal, profesional y financiero, y durante muchos años se consideró la medida más exacta del desarrollo de sus capacidades de lenguaje y responsabilidad.
Pero en la actualidad, los expertos han descubierto que el potencial de una persona no está sólo determinado por ella misma, sino que se ve todavía más influido por una serie bien identificada de circunstancias sociales y familiares, que en su conjunto constituyen una variable que recibe el nombre de CAPITAL CULTURAL, y que desde edades muy tempranas predispone ya las facilidades y las vías a través de las cuales cada uno de nosotros se desenvuelve satisfactoriamente dentro de la comunidad.
Muy en concreto, los elementos que constituyen este Capital Cultural son tres: la escolaridad de los padres, el número de libros en casa, y por increíble que parezca, la frecuencia con la que los estudiantes asisten al cine (esta última considerada como una medida del conocimiento del arte y la manera de pensar de otras naciones, aunque en este escrito no profundizaré más en ella). Tras décadas de estudios, ahora se sabe que el adecuado desarrollo de las llamadas COMPETENCIAS COMUNICATIVAS (es decir: hablar, escuchar, leer y escribir) depende enormemente de esos tres elementos, y la medida en que cada uno de ellos influye o deja de influir en un niño o un adolescente es la causa principal de sus diferencias de éxito y adaptación.
En lo que toca a la escolaridad de los padres, ya desde tiempo atrás es un hecho conocido que, mientras mayor sea el nivel educativo paterno, mayor será también la tendencia de los hijos de alcanzar un nivel académico igual o mayor. Múltiples estudios en México y en países del primer mundo han demostrado que los hijos de individuos que han obtenido niveles de licenciatura, especialidad o maestría tenderán a relacionar estos grados como éxitos personales, por lo que ellos mismos tienden a obtener también más títulos de posgrado que los hijos de individuos con escolaridad secundaria o preparatoria. Por el contrario, los hijos de personas que no terminaron la primaria o la secundaria tienden también a abandonar sus estudios tempranamente. Claro, no debemos dejar que esto sea un sesgo para nosotros, ya que en todo esto se involucran también factores económicos y sociales que escaparon a las encuestas, pero aún al considerar estos últimos, la diferencia continúa siendo estadísticamente significativa.
En cuanto al número de libros en casa, se ha demostrado que el estímulo temprano hacia la lectura dentro del seno familiar también es mayor a medida que es más alto el nivel de escolaridad de sus miembros. Entre las personas sin escolaridad, o que no terminaron la educación primaria, el impulso a la lectura a sus hijos en sus hogares no alcanza el 6.1%, mientras que los padres con títulos universitarios estimulan la lectura en sus familias hasta en un 55.4%. Aquí surge un dato muy interesante: en encuestas realizadas a población abierta en tres grandes ciudades de nuestro país (DF, Monterrey y Guadalajara) hasta el 81% de los encuestados reportó tener libros en casa; pero de todos estos, 5% tienen de uno a cinco libros, 36% de cinco a diez, 37% entre diez y cuarenta y nueve libros, y sólo el 3% tienen más de 50. Datos importantes: existe un 19% de entre miles de encuestados que aceptó no tener un sólo libro en casa. Además, durante las preguntas iniciales, los encuestados consideraron como "libros" tanto las novelas y libros de consulta como los diccionarios escolares infantiles, cómics, revistas de espectáculos y demás "literatura barata". Al hacer la diferencia, y eliminar de las respuestas todos estos últimos elementos, los porcentajes caen de manera alarmante. Y un tercer dato importante: del 73% de encuestados que reportó tener de 5 a 49 libros, sólo el 5% aceptó haber leído por lo menos la tercera parte de los mismos.
Finalmente, dentro de los encuestados que afirmaron tener entre 10 y 49 libros en casa, y de los que prácticamente todos ejercían algún tipo de profesión, del 80 al 100% de sus libros se relacionaban con un sólo tipo de materia: la de su ejercicio habitual. No existió variedad suficiente en cuanto a los contenidos, y las lecturas sobre arte, poesía, novela u otras áreas resultó ser sumamente escasa.
¿Por qué son importantes estos datos? Bueno, consideremos que en países como Noruega o Alemania, que ocupan los primeros lugares de lectura a nivel mundial, el promedio de libros leídos completos en un año por cada habitante va de los 24 a los 35... muchos, muchos más de los que la gran mayoría de los mexicanos llegan a juntar en sus hogares durante toda su vida. ¿Cómo puede existir una competencia económica, educativa, laboral e industrial justa a nivel mundial, dentro de la cada vez más incontrolable tendencia globalizadora, cuando las realidades que afectan a cada una de las naciones son tan divergentes? Es, en realidad y por el momento, prácticamente imposible.
Agreguemos a todo esto la falta de bibliotecas públicas o el mal estado de las existentes, sus libros anacrónicos con mínima utilidad, la poca llegada de libros de gobierno a las escuelas rurales o de zonas marginadas y, por supuesto, las graves carencias económicas y de alimentación que millones de niños en un país como el nuestro sufren día a día, afectando todavía más su capacidad de memorizar y aprender.
Con todo lo anterior, ampliar y actualizar el Capital Cultural dentro de los hogares de nuestro país se nos presenta como una meta a alcanzar por parte tanto de los Gobiernos (nacional y estatales) como por cada uno de los miembros de las familias que los integramos. Aumentar el acervo cultural, la variedad en los tipos y temas de lectura, el acceso infantil a la lectura y la educación, los niveles de escolaridad regionales y la interacción entre padres e hijos se presentan como una parte de las soluciones posibles. Promover la creación de bibliotecas públicas y centros de lectura, estimular los programas de integración de bibliotecas en escuelas rurales, lograr que los planes de educación para adultos se expandan hasta las zonas más lejanas y, por supuesto, mejorar las condiciones de trabajo, de alimentación y de vida de los grupos con mayores carencias ejemplifican las necesidades urgentes que un país como México debe atender y resolver con prontitud, si es que que se desea que el desarrollo y la competitividad nacionales alcancen niveles suficientemente altos como para enfrentarse con el mundo en expansión en el que actualmente nos desenvolvemos.

sábado, 22 de septiembre de 2007

GEORGE ORWELL Y SU "1984"

¿Existe el Totalitarismo perfecto? ¿un gobierno todopoderoso tan bien planeado que nada ni nadie logre -o quiera- escapar de él?
Esas son las preguntas obligadas que me vinieron a la mente luego de leer por primera vez la novela "1984" del escritor hindú Eric Arthur Blair, quien durante toda su vida literaria se diera a conocer bajo el pseudónimo de George Orwell.
En esta obra, por mucho la más famosa y trabajada de Orwell, escrita hacia 1949, se plantea la hipótesis siguiente: ¿qué pasaría si todas las Naciones del mundo, tras una guerra global de proporciones titánicas, borraran sus fronteras para unirse en tan sólo tres superpotencias con poderíos económico y militar prácticamente idénticos? ¿qué sería de sus habitantes? ¿cómo mantener el control, la lealtad, el equilibrio?
Haciendo más que evidente la huella que la Segunda Guerra Mundial dejase en lo más profundo de su ser, Orwell nos lleva hasta los huesos de un pueblo dirigido -o más bien, dominado- por un Estado absolutista que mantiene su poder gracias al control emocional y psicológico de las masas, exigiendo un orden obsesivo y una reinvención casi neurótica de los eventos históricos para que éstos siempre lleven el sello de triunfo de un mismo héroe, de un redentor impuesto por el Partido Inglés Socialista o INGSOC desde los primeros momentos de su ascenso al poder: un caudillo conocido sólo como EL GRAN HERMANO.
Es éste Gran Hermano -o "Big Brother", por su original en inglés- quien todo lo observa y todo lo controla, quien todo lo da y todo lo quita. Nada escapa al ojo vigilante del Gran Hermano, quien aparece a través de pantallas instaladas en cada una de las viviendas para exigir obediencia y entrega, hora tras hora, minuto a minuto, de todos y cada uno de los días que la vida mira transcurrir; personaje que se mete en las mentes de los individuos para aparecer como salvador y protector, como dador de vida y esperanza, como conquistador y mesías: como Dios -de hecho, al leer las descripciones que Orwell hace del Gran Hermano al aparecer en las telepantallas, no pude dejar de pensar en la imágen de Fidel Castro en sus presentaciones dentro de los medios cubanos-. No nos es difícil notar ahora que es precisamente de esta novela de donde se tomó la idea de crear el famoso programa televisivo "Big Brother": minificción controlada de lo que es la vida real vigilada y documentada segundo a segundo, sin privacía, sin descanso, sin libertad. Ahora traspolémoslo a miles y miles de hogares en todo momento, y cambiemos los fines de entretenimiento por los fines de control. Ese es el sombrío mundo futuro que Orwell nos entrega.
Pero lo verdaderamente fascinante de esta novela no es sólo el mundo decadente, gris y sin caminos alternos en el que se sitúa, sino que su inicio se da al comenzar a narrar la vida de un hombre, de un sólo individuo, que por primera vez en mas de cuarenta años de disciplina casi militarizada y ciega obediencia, se pregunta por primera vez: "¿Esto es real? ¿el Partido lo ha sido todo siempre? ¿es cierto que el Gran Hermano es toda la historia que conocemos? ¿ACASO NO HAY NADA MÁS ALLÁ?". Y es entonces cuando surge un evento fascinante: el choque brutal entre la libertad intrínseca del individuo -que por más que trate de ser dominada, nunca puede vencerse del todo- y el poderoso gobierno absoluto, en el que incluso los pensamientos de subversión pueden ser severamente castigados. Rigidéz y rebeldía. Libertad y control. El deseo de levantar la cabeza de entre toda la masa que camina con el yugo sobre el cuello. Ser uno. Ser el único de entre millones. ¿Cómo cuestionar al invencible INGSOC, cuando nunca se ha conocido nada más? ¿O será que los recuerdos son falsos? ¿Y la historia reemplazable? La novela es absolutamente atrapante, y nos presenta un final completamente inesperado.
¿Que si existe el Gran Hermano? Eso no es lo importante. Lo toral aquí es ¿cómo ser el primero en cuestionar algo que parece tan perfecto? ¿por qué ser el primero en dudar de aquello que miles y miles aceptan, y que agradecen ciegamente? ¿el hombre puede ser sometido? ¿domado y psicológicamente condicionado como cualquier animal doméstico?
Creando todo un lenguaje novedoso, y basándose en las teorías filosóficas del Estado de grandes pensadores como Hegel, Engels, Marx, Lenin o Bakunin, George Orwell nos legó una obra finamente acabada sobre lo que sería un mundo en el que la supevivencia justificara el sacrificio de toda libertad elemental. Entre un futuro anárquico y uno absolutista, Orwell se inclina por el segundo sin dejar de sugerir que, con todo, al seguir casi sobre el hombro la vida cotidiana del camarada Winston, debemos recordar que el verdadero ser humano no debe dejar nunca de cuestionarse acerca de lo que cree que es su realidad.
"Morir odiándolos, ésa era la libertad."
"La Guerra es la Paz. La Libertad es la Esclavitud. La Ignorancia es la Fuerza."
Más que una novela, un clásico altamente recomendable.

viernes, 14 de septiembre de 2007

REFORMA EN MEDIOS DE COMUNICACION

El miércoles pasado, poco antes de las once de la noche, los legisladores en México aprobaron una nueva Reforma según la cual los Partidos Políticos tendrán prohibido comprar tiempo en los medios de comunicación para realizar campañas electorales. En adelante, corresponderá al IFE la administración de los minutos que, de manera oficial, los canales televisivos y las estaciones de radio deberán conceder para eventos de carácter partidista, obligando así a un equilibrio entre las distintas fuerzas políticas en México, e impidiendo la sobresaturación de discursos proselitistas en los hogares de nuestra Nación.
Además, se verá limitado el número de meses previos a las elecciones durante los cuales los Partidos podrán llevar a cabo actos de campaña en dichos medios, ya que contrario a lo que sucede en la mayor parte del mundo, en nuestro país se hacía uso de estos recursos con tiempos tan excesivos como un año antes de los sufragios lo cual, además de convertir el debate democrático en un verdadero circo de "dimes y diretes", dejaba en clara desventaja a los Partidos con menos fuerza económica y política, los que no podían sobrellevar costos tan elevados, por lo que su discurso y sus propuestas quedaban bajo la sombra de lo desconocido.
No me resulta extraño, y hasta pienso que era previsible, que de inmediato los dueños y dirigentes de los distintos medios de comunicación levantaran la voz para protestar en contra de estas medidas, alegando ilegalidad e incluso inconstitucionalidad --por un supuesto "ataque en contra de la libertad de expresión"--, y haciendo uso de recursos tan absurdos como el comparar estos cambios, tan necesarios en nuestra Nación desde hace muchos años, con lo sucedido en los primeros meses de este año en Venezuela, donde el gobierno absolutista de Chávez desapareció la cadena RCTV por presentar programas y opiniones que atacaban y contradecían sus políticas dictatoriales (véase en este mismo blog "RCTV: Recordando a Rodó").
Y digo que no me resulta extraño porque para estas cadenas, sobre todo para las dos que mantienen el monopolio de las comunicaciónes en México --Televisa y TvAzteca--, esta reforma significa pérdidas anuales multimillonarias, y en muchos casos, también abatimiento de un importante poder político, ya que muchos partidos al no poder pagar en forma inmediata el tiempo que se les concedía en radio o televisión quedaban endeudados por varios años, lo que permitía a las cadenas intervenir u opinar a su favor en decisiones propias de los cuerpos políticos mexicanos, sin que éstos pudiesen hacer nada para impedirlo.
Por si fuera poco, es bien sabido que las cantidades que los partidos invertían en los medios sobrepasaban por mucho el presupuesto que el Estado otorgaba a cada uno para este fin, lo que obligaba a la entrada de recursos provenientes del bolsillo de empresarios, gobiernos extranjeros, narcotráfico, e incluso de los mismos dueños de las cadenas televisivas, permitiendo así la intervención de poderes fácticos ajenos en los asuntos propios de la democracia nacional, dejando a todos, sexenio a sexenio, con las manos atadas. Desde este punto, descubrimos que esta Reforma no sólo está bien justificada, sino que su llegada era inminente.
Lo que sí me llama fuertemente la atención es que los medios sigan buscando la forma de frenar o desprestigiar estas decisiones exigiendo referéndums, amenazando con despidos masivos, alegando ataques contra la libre expresión y utilizando todos sus programas de mayor audiencia, así como su influencia, para convencer al pueblo de que sus derechos están siendo oprimidos. Y lo más alarmante de todo es descubrir que un gran número de personas creen en esta postura, y critican lo que debería considerarse como un logro más --de los pocos que se dan, es cierto-- de la legislación en nuestro país.
Los poderes fácticos --"el cuarto poder"--han adquirido un peso desmesurado durante las últimas décadas, poniendo en jaque el actuar democrático de nuestras instituciones y elevando año con año los niveles de corrupción e ilegalidad en México. Las reformas como la aquí discutida surgen de necesidades verdaderamente apremiantes para reestablecer el orden y la gobernabilidad, y detrás de los intereses que hayan movido a nuestros legisladores, hay que valorarlas por los beneficios a largo plazo que a la soberanía pueden ofrecer.

sábado, 8 de septiembre de 2007

LA MUERTE DEL FILÓSOFO: RICHARD RORTY


La muerte de un filósofo no es un hecho que se dé por mero azar. El mundo y el destino conocen con precisión, y de antemano, el momento mejor para abrir la nueva puerta a la mente que se va. El filósofo no muere porque sea ya el momento de perderse dentro de los abismos de una inconsciencia inevitable, sino porque llegó la hora, el minuto, el segundo de atraer nuestra mirada hacia sus palabras y sus obras; porque se nos viene encima el día en que sus enseñanzas se nos vuelven necesarias; y sólo mediante la fuerte llamada de atención de su partida es que los hombres prestamos verdadera atención a todo lo que, en vida, siempre nos quiso compartir.
El pasado 8 de junio falleció Richard Rorty en Palo Alto, California, debido a complicaciones de un cáncer de páncreas. Pocas pérdidas más trágicas para la filosofía social y del lenguaje contemporánea.
Rorty, quien viera la luz de este mundo por vez primera el 4 de octubre de 1931, realizó estudios en la Universidad de Chicago y en Yale, y pronto mostró inclinación por la corriente pragmática del pensamiento: la idea no vale por sí misma, sino por la acción que es capaz de provocar.
Siguiendo importantes estudios en ética y filosofía de la mente, afirmaba que enfrascarse en debates sobre la complejidad o la importancia del lenguaje filosófico no era lo fundamental: lo verdaderamente importante era reconocer que más allá de la filosofía, en la novela o el cuento y en otras fuentes, también se podían encontrar enseñanzas con orientación moral. Como ejemplos de lo anterior mencionaba siempre a Marcel Proust y, sobre todo, a Walt Whitman.
Para Rorty, la metafísica y otras ramas que sólo se enfrascan en tratar de resolver preguntas elevadas y demasiado trascendentes estaban destinadas al fracaso, porque sus interrogantes y sus intenciones no conducen en realidad a nada práctico, a nada tangible. No ofrecen soluciones, sólo permiten lucir un vocabulario enredado y poco comprensible. La verdadera filosofía debería resolver los problemas del aquí y el ahora, del hombre y del mundo, de la ética y la realidad. El fin de toda investigación filosófica no debe ser el lucimiento del autor, sino el "hacernos más felices, permitiéndonos afrontar con más éxito el entorno físico y la convivencia."
Fue profesor de filosofía en la Universidad de Princeton hasta 1983 y luego profesor de Humanidades en la Universidad de Virginia. En abril de este año se le confirió la Medalla "Thomas Jefferson" por parte de la Sociedad Estadounidense de Filosofía, debido a su "decisiva influencia y distinguida contribución a la filosofía, y más ampliamente, a los estudios humanísticos."Antes de su muerte se desempeñaba como Profesor Emérito de Literatura y Filosofía de la Universidad de Stanford.
Entre sus obras encontramos "La Filosofía y el Espejo de la Naturaleza", "Objetividad, Relatividad y Verdad", y "Contingencia, Ironía y Solidaridad".
Sus últimas entrevistas para América Latina las brindó para la revista de Derecho THEMIS 53 en Perú (José Carlos Loyola: "Democracia y Capitalismo: los peores sistemas a excepción de los otros creados hasta el momento. Una entrevista con Richard Rorty"), y para LETRAS LIBRES en México (Danny Postel: "Últimas palabras con Richard Rorty").
En la entrevista publicada en THEMIS 53 afirmó que la sociedad en los Estados Unidos es una sociedad buena que está siendo gobernada por gente mala, y exhortaba a no confundir a nos Estados Unidos como Nación --que cuenta con una historia larga y, a su parecer, gloriosa-- con las políticas particulares adoptadas por sus gobernantes. Ahí definió a una cuestión moral como "aquella que tomamos tan seriamente que preferiríamos morir antes que estar en el lado equivocado".
Y en la entrevista de Postel--misma que tuvo que quedar incompleta debido a complicaciones en el estado de salud de Rorty-- declaró que después del once de septiembre se vio claro que la derecha política está tratando de sustituir la lucha contra el comunismo con la "guerra al terrorismo global", sólo con el fin de mantener al pueblo asustado y sumiso, conservando el Estado de Seguridad Nacional intacto, y socavando las instituciones políticas de las viejas democracias. Pero tarde o temprano, algunos grupos terroristas repetirán el once de septiembre y en mayor escala, lo que podría traer el fin de la democracia, y dudaba que las instituciones democráticas tuvieran suficiente capacidad de recuperarse ante tal tensión.
Pensador liberal, pragmático permanente y defensor de las sociedades ante la pérdida de fe sobre las instituciones y los gobernantes, hasta sus últimos días defendió la libertad y los derechos de los pueblos, llegando incluso a aceptar invitaciones para brindar conferencias en Universidades de Irán, en las que declaró que la juventud de ese país, con sus nuevos estudios y apertura cultural y literaria, será la que logre enfocar a su Nación al nuevo y pacífico futuro.
Descanse en paz el filósofo de la ética y la palabra. Descanse en paz el humanista liberal. Descanse en paz.

sábado, 1 de septiembre de 2007

UN CUENTO NECIO Y EL POEMA 20 DE NERUDA


Es justo esa hora de la tarde en que todo tiene sabor salado, el momento que llega inmediatamente después de la lluvia y unas tres horas antes del anochecer. El cielo está callado, quizás demasiado, y yo sigo estirando el brazo a través de la ventana, pero no alcanzo a tocar nada. Ni siquiera el viento. Sé que hay tardes así, pero hoy la inmovilidad del mundo no hace sino encerrarme más en la cáscara del cuerpo que me rodea, y de la que tras largos días no me he conseguido liberar.
Mejor me alejo de los cristales, hace demasiado silencio afuera; y en cuanto lo hago comienza a llover. Hace años que la lluvia no caía con tal agresividad, como deseando borrarlo todo, acabar con el mundo y con todo ser viviente que se encuentre en su camino. Es esa lluvia pesada y densa, de la que busca lograr la renovación, la purificación, la catarsis; obscura cortina de fluido primordial que baja bañando las tristezas y memorias de todos los que no nos atrevemos a salir a sentirla deslizarse directamente sobre la piel; de todos los que, de un modo u otro, tenemos miedo de sentir.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir por ejemplo “la noche está estrellada
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.”
El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Hoy no hay estrellas. Ni siquiera se alcanzan a ver las nubes que seguramente se cierran sobre el firmamento que debía correspondernos por derecho. Todo es agua en sus múltiples manifestaciones: un poco de hielo, oleadas de líquido imparable, abundante llanto, y creo que en el fondo alcanzo a percibir un poco de vapor travieso escapando de las coladeras. Los ríos que caen, a la vez realidad y reflejo, me regresan una imagen de mí que no logro reconocer del todo: sólo quedan recuerdos. Contados recuerdos del argénteo rostro de mi destruida vanidad.
Nadie ha preguntado nada, creo que nadie sospecha. Pero no es necesario: la conciencia es un juez ineludible. El remordimiento se vive como el peor de los castigos; torcedor eterno del que las manos empapadas en pecado y agonía no pueden escapar. La mirada sorprendida, el grito ahogado y la violenta convulsión agitándolo todo, sacudiendo el cuerpo de un lado a otro y ejerciendo una cruel tortura que no tiene final. Los sueños esparcidos por el suelo, el desayuno frío con pan a medio comer, y la música de un piano tenue que –no sé por cuanto tiempo—no ha dejado de cantar.
Nadie más lo sabe. Solo yo conozco la verdad. Me detengo de golpe ante mis nuevas canas, y vuelvo a llorar.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como esta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Doy la espalda a la ventana, pero la dejo abierta para que se ventile un poco la peste del cigarro. Tengo que limpiar la sangre antes de que se filtre entre los azulejos. Esa sangre desgraciada que me llena y me anima, contradiciendo mi deseo expreso de morir dentro de una habitación llena de muebles rotos y botellas vacías de escocés. Sangre que reparte el alma a cuentagotas por cada célula del cuerpo, dejando satisfecha una mente que ya no quiere pensar más. Sangre que sólo finge partir, que amenaza fríamente con abandonarme para dejarme olvidado y desmayado, inmóvil, a lado de la cama. Sangre que luego se esconde nuevamente –en forma cobarde— dentro de la calidez de mis venas, impulsándome a reaccionar, a abrir los ojos de forma violenta, a seguir inmerso en la alucinación de sombras y colores opacos que conozco como vida. Maldita sea mi sangre.
Mi cabello está impregnado de un olor extraño. Es el aroma de la debilidad, de los suelos que se abren, de las distancias nunca recorridas, de las fotografías con miradas que persiguen, de la náusea y de la comida seca que lleva casi una semana sobre la mesa, sin ser tocada, sin ser deseada, sin ser. Cuerpo y manos llenos con el olor del arrepentimiento y la cobardía, de las sirenas que recorren las calles mojadas, de las flores que mueren aplastadas por la gente que corre a resguardarse de las gotas abusivas, de la soledad, de una soledad, de mi soledad. Abro la llave: por lo menos el agua está tibia. Todavía puedo sentir. Algo sigue siendo cálido a mi alrededor.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada, y ella no está conmigo.

El calor y el frío se encuentran sobre mi rostro en una lucha cada vez más violenta. El piso es demasiado áspero, y bajo mis pies se unen el jabón y el polvo dejando detrás las huellas de la evidencia; pureza e impureza en mezcla perfecta para formar un solo camino, un solo pasado. Creo que así nacen todas las nostalgias.
Me acerco al espejo –esta vez al de la pared— Un rostro ojeroso y arrugado sólo sirve para darme cuenta de que me será difícil olvidar el camino recorrido, los escalones que he debido subir hasta llegar a ser lo que no soy, lo que espero soñar con ser algún ayer, lo que dejo de ser en cuanto recobro la orientación para percatarme de la sensación impalpable, de la luz mutable, del cepillo entre mis manos, y del principio inexistente que sostiene este espejismo en el que todo sigue teniendo sabor a sal. Olvidar la infancia de hambre reprimida, la juventud de valor inexistente, o el presente que se escribe con lejanías simples pero constantes, con brazos que sólo se contienen a sí mismos muy en contra de su voluntad… Pero no. No siempre fue así.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ahora me doy cuenta. He pasado tanto tiempo en este cuarto que todo me parece despreciable. Cuatro paredes blancas, alfombra gris de uso pesado, quemada, olvidada; un colchón viejo con ropa amontonada y, al fondo, una ventana. Sólo una ventana. Todo se vuelca sobre mí, me ahoga, me crucifica. Pero tengo tanto miedo de salir…
Los amaneceres no han sido fáciles, ni los despertares deseables. Los últimos tres días no he parado de temblar, y los escalofríos azotan mi carne hasta hacerla sentir que se parte en dos; tal vez sea el hambre, tal vez la fiebre, tal vez la soledad.
La soledad. Únicamente bajo su influjo seductor se manifiesta el verdadero ser, se libera, se expande vanidoso y afirmado en busca de su realidad, muestra sus virtudes y defectos ante nadie. Porque cuando estamos con otros, con sonidos, con murmullos, con manos, con afectos, con luces y destellos, con el sol y con la noche, no podemos respirar. Nos escondemos silenciosos tras las puertas, embebidos en los muros, dormitando en las lágrimas reprimidas como lo hacen los niños regañados cuando, por pesadillas de leones y dragones, interrumpen las nocturnas caricias de sus padres, y corren a tirarse debajo de la cama. Esos chiquillos traviesos –los que somos—, capaces de convertirse en creadores de planetas y universos, de amores y de historias, de futuros y de paz, cierran los ojos y abrazan sus piernas en doliente posición fetal para no encarar el dolor, para no aceptar el castigo, para negar la culpa una y otra vez. Una y otra vez. Tal como ahora lo hago yo.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.

Me armo de valor, si es que así se le puede llamar a lo que me mueve ahora a levantarme. Llegó el momento de encarar la realidad: el pasado no existe, el presente es escurridizo y transitorio, y el futuro nunca llegará. A través de la ventana abierta nuevamente la calma, que entra violenta e irrefrenable para golpearme en el rostro, recordándome el ferroso sabor de un muro manchado por la humedad.
Así que vuelvo sobre mis pasos. No estoy listo. Afuera todo es demasiado grande, demasiado inabarcable. El último trago de una botella prácticamente vacía, e intento conciliar el sueño. Tal vez así me encuentre en un lugar seguro, en un estado de paz, en un escondite tibio que me mantenga a salvo de la memoria, que me abrace y me contenga entre manos firmes pero sin vida, esculpidas con caricias retenidas y deseos de ya no despertar, de ya no dormir, de ya no estar, de ya no ser… y de dejar de llorar. Ya nada tiene sentido. El espejo roto, el mosaico del baño, la ventana abierta, las paredes blancas. Las notas del piano siguen buscando vivir en forma de ecos que atraviesan el aire buscando la inmortalidad, y el penetrante olor ácido se va alejando lentamente hasta desaparecer. Sobre la cama vieja sólo un cuerpo desnudo que respira con tan poca fuerza que resulta casi imperceptible, y de la mesa cae un vaso haciendo ruidos que nadie alcanza a percibir. No hay luces que apagar, nunca estuvieron encendidas.
¿Cuándo se fue?

Aunque este sea el último dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.

El cepillo en algún lugar lejos de mis manos, y yo por fin vuelvo a dormir.

viernes, 24 de agosto de 2007

EL PASO DEL TIEMPO

Todavìa recuerdo, hace màs de 20 años, que las noticias y predicciones de tinte apocalìptico sòlo formaban parte del imaginario de unos pocos grupos. Hablar de la caída de las economías, la pérdida de valores, la anarquía, la carencia global de recursos, las disputas por el agua --continuadoras de las del petróleo--, las guerras ideológicas o religiosas, el sectarismo, el racismo y la pobreza espiritual sonaba a profesías de Nostradamus, y en realidad nadie las tomaba demasiado en serio, a pesar de la opinión y las investigaciones de numerosos científicos y letrados.
Esto es hasta cierto punto comprensible. Al ser humano le gusta vivir el momento, el ahora. Angustiarse por adelantado no es propio de la naturaleza de nuestra especie, a pesar de que por nuestro supuesto mayor alcance evolutivo debería de serlo. Lo verdaderamente grave es que no fue sólo el desinterés de las personas por separado lo que prevaleció: los gobiernos, las paraestatales y las Organizaciones Internacionales también prestaron oídos sordos. Si bien es propio del hombre el intentar despreocuparse, para eso crea instituciones especializadas en escuchar, en no olvidar, y desde luego, en actuar y prevenir.
Pero no es momento de buscar justificantes: la responsabilidad es global. Debió serlo desde el primer momento, desde la primer alarma. En estos momentos, tal como el título de aquella película de los años ochenta lo vaticinaba, el destino nos alcanzó. Y no hay marcha atrás.
Ahora sólo basta con abrir el periódico para enterarse: narcotráfico con poder incontrolable, genocidio, economías globalizadas dominantes, imposición ideológica, caída de unas economías para el fortalecimiento de otras, guerras fundamentadas en fanatismos ideológicos y extremismos religiosos, ciudades arrasadas por meteoros cuya potencia aumenta año con año gracias al calentamiento global y la contaminación, sistemas de drenaje insuficientes en las grandes ciudades, incapacidad de las compañías de electricidad para abastecer las demandas cada día más crecientes, provenientes de un número de viviendas nuevas fuera de control; carencia global de agua potable, hambrunas, sequías, epidemias incurables... y la lista podría seguir por largo rato.
¿Entonces todo está perdido? Muchas organizaciones no gubernamentales e investigadores concuerdan en decir que no, pero nos acercamos cada vez más rápido al momento en que ya no quede nada por hacer. Ahora serìa el momento --si no el mejor, por lo menos el último-- de recapacitar y centrar nuestras ideas y luchas por conservar el mundo que nos queda, por unificarnos y por planificar y preveer. El mundo no se acaba con nosotros.
Tristemente, nada parece indicar que el panorama vaya a cambiar a corto o mediano plazo. No quisiera pensar que todo lo que nos queda es contemplar la forma en la que el mundo y las sociedades humanas terminarán de resquebrajarse.

lunes, 6 de agosto de 2007

RCTV: RECORDANDO A RODÒ

Quienes han podido seguir atentamente los eventos desarrollados en la hermana Nación de Venezuela desde mayo de este año, saben que la polémica suscitada tras la negativa del Gobierno de Chávez para renovar la concesión a RCTV Internacional, cadena televisiva que venía transmitiendo desde el 13 de noviembre de 1953 bajo la dirección de las Empresas 1BC, ha dado a luz a levantamientos sociales nunca antes vistos dentro de aquel territorio.
Pero sin lugar a dudas, uno de los más notables dentro de esos movimientos de protesta –si no es que el más notable, a decir de su importante difusión por todo el mundo a través de blogs, periódicos, mails y cartas, que ejemplifican las vías de comunicación que todavía escapan a la represión contra la libertad de expresión— lo fue la movilización de estudiantes quienes, por primera vez en la historia de aquel país, se unificaron bajo una luz común: la defensa de la libertad.
El pasado día 27 de mayo, la ciudad de Caracas recibió la mañana con calles repletas de marchas y voceos estudiantiles. Alumnos de la Universidad Central de Venezuela, en conjunto con la Universidad Católica Andrés Bello, la Universidad Simón Bolívar y la Universidad Metropolitana salieron a dar la cara ante la opresión de la Presidencia, en un mitin que en mucho nos recuerda el levantamiento estudiantil de México el 2 de Octubre de 1968.
Incluso hubo quien, por la cercanía con la celebración de los juegos de soccer de la Copa América, que se celebrarían en Venezuela en julio de este año, sintió el temor de que estos últimos tomaran el lugar que en nuestro país ocuparon los Juegos Olímpicos del ’68 como detonantes del levantamiento en masa y, consecuentemente, de la opresión militarizada y violenta en contra del pueblo. Situación que, por fortuna, no se dio.
Este espíritu de protesta por la defensa de las garantías a las que tiene derecho tanto una empresa televisiva como cualquiera otro ciudadano, nos hacen pensar que los valores más profundos que la juventud y el pueblo guardan sobre lo que son sus libertades primordiales no se han perdido.
Con todo lo anterior recuerdo las palabras que el escritor uruguayo José Enrique Rodó dejara plasmadas en “Ariel”, su obra cumbre escrita hacia 1900, para la juventud a todo lo largo y ancho de América Latina:
“Las prendas del espíritu joven –el entusiasmo y la esperanza—corresponden en las armonías de la historia y la naturaleza, al movimiento y a la luz. ¿No nos será lícito, a lo menos, soñar con la aparición de generaciones humanas que devuelvan a la vida un sentimiento ideal, un grande entusiasmo; en las que una poderosa resurrección de las energías de la voluntad ahuyente, con heroico clamor, del fondo de las almas, todas las cobardías morales que se nutren a los pechos de la decepción y de la duda?”
Latinoamérica aún guarda dentro del cofre de lo más sagrado aquellos ideales que la forjaron y le dieron identidad. Es iluso pensar, por parte de un gobernante, que puede mantener acalladas las voces de un pueblo que está dispuesto a conservar su dignidad y su libertad a toda costa. Y es reconfortante notar que Rodó no se equivocó: la juventud de nuestros tiempos todavía tiene algo que decir.

sábado, 28 de julio de 2007

TAN CERCA DE DIOS…

Desde los tiempos de la Revolución Mexicana, vivida hace ya casi cien años, es muy famosa la frase pronunciada por Don Porfirio Díaz, al referirse a la dominación que sobre nuestro país intentaba ejercer el vecino del norte: “Pobre México; tan lejos de Dios, y tan cerca de los Estados Unidos”.
Esta frase definía de manera muy adecuada dos situaciones propias de la época: una, el caos en el gobierno y la pobreza económica y militar que atravesaba nuestra nación; y otra, el inagotable deseo expansionista que desde décadas antes venían mostrando los Estados Unidos de Norteamérica, siempre justificándose en la muy conocida Doctrina Monroe –“América para los Americanos”—.
Con todo y eso, México aún era capaz de reconocerse a sí mismo como una Nación laica, progresista y con fundamentos de tinte liberal que le permitirían posteriormente soportar los embates de las diferentes luchas e ideologías revolucionarias, tan diversas como lo eran sus caudillos y dirigentes.
Esos fundamentos, esos cimientos, fueron construidos con las sólidas rocas de la Independencia, de los Sentimientos de la Nación, de la Constitución del ’24, de la Reforma, de la Ley Lerdo-Juárez, de la Constitución de 1857, y de las múltiples luchas de defensa de nuestro país ante múltiples invasiones extranjeras –francesa, norteamericana, española, etc—. Con esto, el México de la Post-Revolución intentó evolucionar, lenta pero persistentemente, hacia el liberalismo y el progreso. Por lo menos, hasta principios de los años sesenta.
Desde entonces, la situación política de nuestro país ha sufrido cambios importantes, y las alteraciones a nuestra Carta Magna, los intereses personalistas de diferentes gobernantes, la intervención de capitales extranjeros y las presiones de grupos acomodados han hecho que se pierdan prácticamente todos aquellos triunfos de los que tanto solemos ufanarnos.
Y uno de los ejemplos más palpables es la nueva entrada de la Iglesia a la vida pública nacional, que se sufre desde las reformas autorizadas por Carlos Salinas de Gortari a mediados de los años noventa. Entre las modificaciones importantes a este respecto, tenemos la autorización para realizar cultos religiosos en la vía pública, la capacidad de la iglesia para adquirir terrenos y bienes, de organizarse como comunidad política, de votar aunque no puedan ser votados—¡faltaba más!—, el permiso a ministros extranjeros para dirigir cultos en México, y sobre todo, la licencia a escuelas privadas para brindar enseñanza religiosa a los niños de niveles primaria y secundaria, perdiéndose así el laicismo educativo, antes obligatorio.
Ahora cada día, en periódicos y noticiarios, podemos encontrarnos con una nueva opinión o intervención que la iglesia tiene sobre algún asunto de la política nacional, criticando, ordenando, e incluso organizando grupos de protesta directa. Se ha perdido la cordura. ¿Es que acaso la sangre de la Reforma se derramó en vano? Parece que eso es lo que nos quieren hacer creer.
Por esto, con profunda pena, y tomando como base la frase de Díaz, hoy me atrevo a decir: Pobre México; tan cerca de Dios, y tan lejos del laicismo verdadero.