domingo, 25 de noviembre de 2007

¿OBEDECER?

Hace tiempo ya, siendo yo estudiante de la Licenciatura en Filosofía en la Facultad de Estudios Libres de la Universidad Panamericana, recuerdo haber recibido como obsequio un ensayo titulado “¿Por qué debemos de obedecer?”, escrito por una amiga, la Licenciada en Filosofía por la Universidad Anahuac Patricia Garza—a quien, hasta la fecha, agradezco tan amable gesto para con mi persona —.
Dicho texto básicamente se sustentaba sobre dos hipótesis a desentrañar: primera, ¿qué tan cierto es que el hombre deba pertenecer a un tipo de sociedad a la cual deba estar sometido? Y segunda, ¿por qué debemos de obedecer a dicha sociedad? Es más, ¿debemos de obedecer?
Con el fin de llegar a una respuesta, ella toma las obras de cuatro de los Grandes Maestros de la Filosofía Política Clásica en el orden siguiente. Su primera referencia es el Maestro del pensamiento griego Platón, quien en el Libro II de su República” menciona que “la ciudad toma su origen de la impotencia de cada uno de nosotros”, por lo que el hombre se agrupa en sociedades fundamentalmente motivado por el miedo, por el deseo de supervivencia. Siendo así, la sociedad resultante, y sobre todo sus instituciones, tienen el fin último de proteger al hombre. El hombre debe su obediencia ciega y su entrega a los dirigentes de esta sociedad, gracias a quienes permanece vivo.
Como segunda referencia cita a otro de los Grandes del pensamiento Escolástico Medieval: el Aquinate, mejor conocido como Tomás de Aquino—por muchos llamado “Santo”, mas no por un servidor—, quien en su obra “Sobre el Reino” afirma que “el hombre debe necesariamente ser gobernado, y por tal y como consecuencia debe de obedecer, pues de otro modo una multitud no dirigida u ordenada no alcanzaría su fin.”
Su tercera referencia es el corazón y palabra de la Patrística: Agustín de Hipona, también llamado “Santo”. Él, en su obra “La Ciudad de Dios” –misma que le tomó casi cuarenta años escribir— achaca todos los males de Roma a su desobediencia, tanto a Dios y sus representantes como a los gobernantes. Así, el libre albedrío queda supeditado sólo a nuestra “libertad para obedecer la voluntad divina”. La obediencia para Agustín es protección para el hombre y para el Rey.
Thomas Hobbes sirve como cuarto y último puntal de su exposición, En pleno Renacimiento Inglés, Hobbes expone en el “Leviatán” que es nuestra naturaleza como ciudadanos la de obedecer al Estado, ya que las bases y los límites de la obediencia política residen en la capacidad del mismo Estado para protegernos. Si efectivamente somos protegidos, entonces estamos obligados a obedecer.
La conclusión que al final la Licenciada presenta es la de que la obediencia ante el Estado tiene un fundamento ético incuestionable, y que el sistema jurídico debe ganarse el respeto de la sociedad. Un respeto llamado obediencia.
En aquel tiempo cuestioné para mis adentros, aún sin muchas bases, si las conclusiones de ese ensayo iban del todo de la mano con las ideas que yo tenía al respecto del tema. Pero hace unos días tuve el gusto de reencontrar entre mis archivos el escrito, así como de leerlo y de analizarlo bajo nuevas lentes cuatro años después, y creo que ahora lo vislumbro dentro de un campo harto distinto.
Preguntémonos: ¿los individuos, las sociedades, tienen la obligación ética de obedecer ciegamente los mandatos de los gobernantes y dirigentes, sólo porque estos últimos les proporcionan seguridad y protección? De acuerdo con las referencias tomadas por el ensayo que sirve de inspiración a éste escrito —Platón, Tomás de Aquino, Agustín de Hipona y Thomas Hobbes—, la respuesta a esta pregunta es: Sí; los miembros de la sociedad sí tienen la obligación de obedecer los mandatos de quienes detentan el poder, porque sólo así se mantiene la estabilidad y el orden en los pueblos y, por tanto, en el Estado.
Pero esto, como sabemos, tiene un alto riesgo de convertirse en una visión parcial y tendenciosa de las cosas, generalmente defendida únicamente o por poderes absolutistas, o por cátedras de algunas Universidades Privadas—que nunca en todas, ni por todos los catedráticos desde luego— donde gran parte de la enseñanza es controlada por grupos de extrema derecha, como los Legionarios de Cristo o el Opus Dei. En estas, tristemente, muchas corrientes de pensamiento, obras e incluso autores completos se ven vetados, por lo que a los alumnos se les brinda sólo una parte de la verdad: la parte que el grupo que mantiene el control desea mostrar. Educación parcial, manipulada.
Y ya siendo muy acuciosos, podríamos encontrarnos con que esto no sólo sucede en las Universidades Privadas. En muchas Universidades Públicas—que tampoco en todas, aclaro— con el fin de mantener una visión unilateral del pensamiento, y en otras ocasiones por mero desconocimiento de las referencias, también se brinda una enseñanza con conocimientos parciales y dirigidos. Aunque curiosamente, en estos casos la tendencia tiende a ser más bien de tipo comunista-izquierdista; situación que en muchos casos ya no es comprensible si pensamos que tanto el comunismo como el socialismo han demostrado ya ser ideologías inoperantes que, por si fuera poco, ya ni siquiera existen en los países que en su momento fueron sus principales abanderados.
¿Ejemplos? Pensemos en la misma Alma Mater de nuestra nación: la UNAM, donde hasta nuestros tiempos, como en los mejores momentos de los años sesentas, se esconden y crecen grupos retrógradas de “pensamiento comunista” o de “izquierda” que sólo usan de manera muy manipulada y adulterada las ideas que les convienen de grandes pensadores como Marx, Engels, Hegel y Bakunin, o la imagen de personajes como el Che Guevara, Fidel Castro, Lenin o Stalin, para movilizar y engañar a los estudiantes, crear paros o huelgas y justificar marchas, o demagogias que no tienen otra razón de ser. Falsas anarquías que sólo sirven de instrumento a futuros totalitarismos y a intereses de terceros. Terceros que nunca dan la cara.
Así, grandes ideólogos y filósofos como Berlin, Popper, Foucault, Kant, Locke, Voltaire, Arendt, Weber, Rawls, o Spinoza, quienes defendieron y proclamaron una filosofía política de tendencia o bien liberal, o bien más mesurada en sus técnicas y alcances, basada en un equilibrio entre los derechos y obligaciones tanto del Gobierno como de los Gobernados, nunca son estudiados, o son sólo superficialmente abordados.
Y por si fuera poco, la imágen antes respetada e intachable de las instituciones y partidos que conforman el Estado, que se supone son los encargados de brindar esa seguridad, estabilidad y protección a los miembros de la comunidad-situación que todavía hasta hace tres o cuatro sexenios funcionaba como pretexto para justificar esa exigencia de orden y obediencia- en estos momentos se ha perdido por completo, dejando entrever que pesaron más los intereses individualistas y las ambiciones de poder partidista que la defensa legítima de los principios que en tantos foros juraron defender. Se basaron en aquel antiguo principio que reza: "al pueblo pan y circo" para mantener acalladas las voces de miles de mujeres y hombres que sufren las carencias más apremiantes, hasta acabar con las mayores voluntades, dejando a los ciudadanos listos para agradecer a regañadientes las ridículas "bondades" que su Gobierno "tiene a bien" brindarles. Con todo esto, ¿cómo pedir a quien no tiene nada que no caiga en las mentiras y demagogias de políticos astutos y malintensionados que sólo explotan su ignorancia y sufrimiento para obtener cargos y ganancias cada vez más elevados?
Iglesias, partidos políticos, instituciones, sindicatos, gobiernos... y tristemente muchas de las mayores casas de estudio no solo piden, sino que exigen de manera abierta u oculta nuestra obediencia, echando mano de todo cuanto tienen al alcance (ya sean grandes cadenas televisivas, control por medio de la culpa o amenazas de desempleo o pérdida de privilegios laborales) y demandan nuestra ciega entrega a las ideologías y proyectos que nos son puestas al frente no para cuestionarlas -eso es privilegio de unos pocos-, sino para acatarlas independientemente de lo que nos dicte nuestra razón. ¿Por qué? La respuesta se resume en una sola palabra: Poder. A mayor número de masas obedientes, mayor poder en todos los sentidos para cualquiera de los grupos de que hablemos. Y mayor poder se traducirá en mayor capacidad de extensión y control, luego en mayor obediencia, y así sucesivamente. La esclavitud ideológica y económica en su máxima expresión.
Luego entonces, ¿obedecer? La obediencia ciega no es, ni debe ser, propia de la condición humana digna y respaldada por la civilización, la educación, el derecho y el progreso. La pura razón y la experiencia de la ciencia política nos dicen que, si bien no existen libertades absolutas, esto no es sinónimo de vasallajes, sino de integración y de sacrificio de algúnos bienes personales para obtener logros grupales cada vez mayores, siempre en beneficio de toda una sociedad, buscando a la larga el bienestar de la raza humana toda.
No podemos aplicar los conceptos de los filósofos políticos clásicos a las cambiantes masas humanas de nuestros tiempos, aunque sí es obligación del legislador y del filósofo político actuales conocerlos para ser capaces de plantear nuevas teorías y soluciones. Nuestras comunidades deben poder cuestionar si todo cuanto se les dice es cierto, y solicitar explicaciones a los organismos pertinentes en caso de sospechas de violación a la legalidad o la trasparencia. Las sociedades ya no deben ser dirigidas por medio de obediencia, sino a través de sanos diálogos democráticos y repartición de responsabilidades entre las instituciones de gobierno y los ciudadanos. Esto es válido incluso dentro de los centros religiosos: todo aquello que se nos plantee como incuestionable y absoluto debe ser frenado de primera mano, para luego pasarlo por el apretado tamíz de la razón una y otra vez ya que, de otro modo, la intolerancia será la consecuencia inevitable. Solo así se llega a las soluciones, solo así se logra el entendimiento, y solo así todos los grupos humanos lograrán obtener del individuo no su obediencia, sino su entrega voluntaria y su trabajo en equipo. Pensar en obediencias, creo yo, significa ignorar las realidades del mundo en que vivimos.

lunes, 12 de noviembre de 2007

¿PATRIOTAS O GLOBALES?

Uno de los grandes conflictos que la educación está enfrentando a nivel mundial, y que en México resulta evidente, es el de establecer una orientación adecuada a los programas y guías docentes, en materias y contenidos, con el fin de crear un ciudadano que se integre de manera adecuada al medio social que le rodea.
Hasta hace unos años esta tarea, más que conflictiva, parecía obvia y hasta sencilla: el medio que rodeaba al educando era su propia ciudad, su país, por lo que la intención de la educación debía ser formar individuos con un fuerte sentimiento de patriotismo y nacionalismo, listos a responder a las necesidades del Estado y su soberanía al alcanzar la vida adulta.
Esto permitía mantener la unidad cultural e ideológica de los pueblos, lo que se traducía en una palabra: identidad. Identidad que, a la larga, permitiría una convivencia pacífica entre los miembros de una sociedad particular, con lo que el actuar democrático se vería claramente facilitado. Además, la regla era una educación cívica de tinte caudillista, que reconociera las gestas heroicas de los grandes hombres de los movimientos Independentistas o Revolucionarios e hiciera notar al pueblo que es gracias a su lucha, y en muchos casos a su muerte, que podemos disfrutar de una Nación libre y pacífica.
Pero ahora pasamos por una etapa histórica en la que los medios de comunicación, las potencias primer mundistas y las grandes empresas multinacionales han permitido que ese gigantesco movimiento conocido como Globalización se expanda sin medida en todos los países, en todos los estratos socioeconómicos y, desde luego, en todos los niveles de educación y edad.
En este momento, se quiera aceptar o no, vivimos tiempos distintos, en los que sobre todo los jóvenes viven y se sienten identificados con los principios, las ideas, las metas y los fines no solo de la sociedad que los rodea de manera inmediata, sino también de países diversos, con lo que la propia cultura se pierde o se sacrifica –aculturización— a favor de la adquisición de la cultura del otro que es distinto a nosotros –transculturación—.
La pregunta ahora es: ¿Cuál es el enfoque que la educación en México habrá de tomar en los años siguientes? ¿deberá insistirse en rescatar los ideales de patriotismo a favor del rescate cultural de nuestra nación para evitar en lo posible la pérdida de identidad? ¿o es momento de enfrentar una realidad globalizada, que nos orille a una educación de tinte más plural, multicultural y unificador que prepare a los jóvenes para el mundo futuro al que habrán de enfrentarse, aún a expensas de una parte de la enseñanza cívica? o mejor aún: ¿acaso se logrará un casi imposible equilibrio entre ambas vertientes?
En las últimas dos décadas, en México se ha vivido una gradual y casi imperceptible transformación de la educación desde lo patriótico-cívico hasta lo democrático-plural, lo que ha abierto en los niños la tolerancia y aceptación a las ideas de quienes son distintos a ellos. A ese ritmo, en unos años más nos enfrentaremos a un programa multicultural que pondrá en duda muchas de las bases cívicas que antes considerábamos incuestionables.