sábado, 26 de enero de 2008

FRATERNIDAD: POR UN CONCEPTO POLÍTICO AMPLIFICADO

“El principio de la Fraternidad resulta una pauta
perfectamente realizable.”
John Rawls

En la Inglaterra de principios del siglo XVIII, las ideas del movimiento conocido como Racionalismo Iluminado comenzaron a inundar los corazones de los librepensadores de la época, siendo llevadas posteriormente hasta la Europa continental, particularmente a Francia, de donde nos llegaron como herencia con el paso de los años. Entre estos conceptos, los tres que cuentan con mayor peso y que por más de 200 años han funcionado como estandarte de diversos movimientos sociales, intelectuales o literarios son LIBERTAD, IGUALDAD y FRATERNIDAD, siendo éste último nuestro motivo de estudio el día de hoy.
¿Qué es realmente Fraternidad? ¿cómo la definimos? ¿la conocemos y practicamos en nuestros tiempos? Y, sobre todo, ¿tiene un concepto tan idealista como la fraternidad un peso intrínseco palpable y suficiente dentro de la sociedad y el mundo modernos? Como es debido, primero deberemos sentar un adecuado marco teórico, e histórico, sobre el cuál podernos desplazar.
La palabra “FRATERNIDAD” proviene del latín FRATERNITAS, que significa “Hermandad”, y que a su vez deriva de FRATER, que significa “Hermano”. Desde la Roma Clásica, este término fue utilizado para describir la relación entre individuos que fuesen hijos de los mismos padres, sin otro tipo de connotación. No es sino hasta el pleno surgimiento del Cristianismo provocado por Constantino, hacia mediados del siglo IV, que la idea de que “Todos somos hijos de un mismo Dios” se volvió generalizada, por lo que se hizo costumbre llamar a todo prójimo “Frater”. Todos Hermanos, hijos de un mismo padre trascendente. Es decir, el término originalmente limitado a la relación familiar rompió sus fronteras y se extendió a la totalidad de la humanidad.
Gracias a este suceso, incluso aquellos que no profesaban el Cristianismo comenzaron a llamar a sus seres queridos y a sus amigos más cercanos “Frater”; y una vez llegado el ápice de la Alta Edad Media, con el surgimiento de las primeras órdenes Monásticas Europeas, los miembros del Clero que pertenecían a las mismas fueron llamados “Frailes”, palabra que proviene de “Fray”, que a su vez se obtuvo por corrupción de “Frater”, es decir, “los Hermanos”. De igual modo, surgen las “Sores”, plural del término “Sor”, derivado de la corrupción de la palabra latina SOROS, que significa “Hermana”.
Pero la primera vez que la palabra FRATERNIDAD tomó la orientación y el significado con el que se entiende en nuestros tiempos fue el 5 de Diciembre de 1790, cuando el Diputado Robespierre presenta ante la Asamblea Francesa el más célebre de sus discursos, en el que sienta las bases para la formación de la Guardia Nacional, donde establecía que, siendo prerrogativa que todo aquel que obtuviese un bien debía hacerlo pensando en obtenerlo también para los que menos tienen, los uniformes de la Guardia deberían llevar bordadas en el pecho las palabras LIBERTAD, IGUALDAD y FRATERNIDAD, para que así nunca olvidaran su compromiso con el pueblo. A partir de ese momento no sólo los hijos de los burgueses, sino también los “canallas” o elementos de la parte explotada del pueblo, podían formar parte de dicha guardia para defender sus derechos y los de sus semejantes, siempre que contaran con más de 18 años y se encontraran físicamente íntegros. Así, se estableció la definición de FRATERNIDAD tal como la tenemos en nuestros tiempos: “Relación afectiva primariamente asociada al amor entre los miembros de la misma familia o grupo, donde nadie espera beneficiarse si no es que, con ello, beneficia también a los más débiles o desaventajados. Esta idea siempre deberá expresar la intensidad de un vínculo que puede ser motor de las acciones sociales altruistas”.
Con esto nos queda claro que FRATERNIDAD significa no sólo buscar mi bienestar, sino que, al mismo tiempo, buscar el de mis semejantes, en un ambiente de paz y concordia.
La FRATERNIDAD juega un papel fundamental, ya que es el único puente o vínculo que logra unir adecuadamente la LIBERTAD—entendida como potencial intrínseco del hombre o de los grupos humanos para autodeterminarse y decidir su rumbo en la vida, siempre que se cuente con los medios personales, sociales y materiales para desempeñar nuestro papel en el pueblo— y la IGUALDAD—que no significa que todos deben tener o hacer lo mismo independientemente de merecerlo o no, como es frecuentemente malinterpretada provocando el surgimiento de corrientes ideológicas como el Socialismo o el Comunismo, sino que todos debemos tener las mismas OPORTUNIDADES para llegar a obtener lo que deseamos de acuerdo con nuestras posibilidades y capacidades—.
Quiero dejar en claro que, cuando consideramos a la Humanidad en general como “nuestros Hermanos”, no lo hacemos como lo dictan los conceptos Teológicos de ninguna religión, ni lo hacemos porque sea nuestra creencia que todos somos hijos de la misma Divinidad. Mas bien, el concepto de Hermandad con la Sociedad tiene también su origen en otro pensador Liberal Francés: Francois-Marie Arouet, mejor conocido por su pseudónimo literario: Voltaire, quien hacia el año de 1734 dentro de sus “Cartas Filosóficas” dejó establecido que la Sociedad debía dejar de ser un rebaño acorralado por la Iglesia—a la que llamaba “la Infame”— para convertirse en un verdadero Taller de trabajo grupal, donde todos vieran por las necesidades y carencias de todos, constituyéndose así una verdadera gran familia, fortalecida por una verdadera Hermandad. Como vemos, en ese momento nació también el concepto actual que nos dice que la Humanidad es un Gran Taller, donde todos debemos Trabajar para obtener bienes generales, ya que es en el trabajo y en la necesidad donde los brazos de empatía y amistad se vuelven fuertes y sinceros.
Para finalizar este escrito, quiero hacer algunos comentarios acerca del estado y concepción de la Fraternidad en la filosofía política actual.
Nuevamente LIBERTAD, IGUALDAD y FRATERNIDAD. A todos nos es bien conocido que los grandes movimientos libertadores del mundo llevaban embebidos, de un modo u otro, los principios de la Ilustración Europea que posteriormente dio a luz al Liberalismo. Siendo así, vemos que las Constituciones, así como muy diversas Instituciones fueron erigidas sobre las Columnas de la Libertad y la Igualdad desde 1720 a la fecha. Pero, después de Robespierre, algo pasó con la Fraternidad en su aplicación dentro de los preceptos establecidos por escrito.
El Filósofo catalán Antoni Doménech, catedrático de la Universidad de Barcelona y especialista en temas de ética y filosofía política, hace en su libro “El Eclipse de la Fraternidad”, publicado en el año de 1989, un profundo estudio histórico para tratar de encontrar el punto en que la Fraternidad, como guía social que pudiese sustentar la formación de leyes, se perdió. Doménech llama a la Fraternidad “El pariente pobre de la tríada”, así como “la cenicienta de los valores democráticos” debido a que, a diferencia de sus compañeras de Terna, Libertad e Igualdad, ni siquiera está recogida en las sucesivas declaraciones de derechos humanos proclamados desde la Revolución Francesa. Establece que, desde el fracaso de la llamada “República de la Fraternidad” en 1848, fracasó también el ideario revolucionario fraternal que había venido dominando la escena política de la democracia europea durante décadas.
Partiendo de este punto, tanto Doménech como el filósofo norteamericano John Rawls en su obra “Teoría de la Justicia”, intentan rescatar a la Fraternidad del olvido político práctico para colocarla nuevamente en el pedestal que le corresponde, estableciendo que dicha FRATERNIDAD, aunque nunca apareció en el papel, “siempre se ha mantenido como determinante del actuar social desde la sombra y a distancia, logrando con su campo gravitacional que a su derredor gire el actuar democrático contemporáneo”.
Con todo esto, y luego de un largo análisis situacional, Doménech concluye que las instituciones democráticas deben estar fuertemente comprometidas en la tarea de hacer de la Fraternidad una tarea política, ya que así los recursos asignados a diversos sectores servirán para alentar el autorrespeto de todos los ciudadanos, y “logrando que la exigencia de Igualdad sea más que una exigencia formal”. De igual modo, Rawls llega a la conclusión de que todo conflicto de intereses dentro del grupo, que provoca leyes de escasez y demandas conflictivas que llevan a la desunión, puede resolverse de manera definitiva eligiendo un sistema social adecuado, basado en la idea de Fraternidad. Es decir, que si bien existen—y deben existir—diferencias entre los miembros de la sociedad, nadie deberá querer tener mayores ventajas a menos que las mismas favorezcan a los desaventajados, o a los peor situados. Así, este principio tan puramente humanitario se convierte, para Rawls, en “un sentido de amistad cívica y de solidaridad moral que incluye la igualdad en la estimación social y excluye todo tipo de hábitos de privilegios o servilismos”.
En conclusión, al estudiar la FRATERNIDAD nos encontramos no sólo ante un principio maravilloso del actuar filosófico que nos lleva a buscar la unión entre los pueblos, y tampoco únicamente ante la necesidad de entender a la Humanidad para hacernos uno con ella y llevar nuestros esfuerzos hacia el bienestar de la totalidad de los individuos. También nos encontramos ante el planteamiento de un problema social real, que en nuestras manos puede quedar el resolver.

sábado, 19 de enero de 2008

ENTROPÍA DE LA CIVILIZACIÓN

Y así sucedió. Hace poco más de seis años, un día martes 11 de septiembre de 2001, atestiguamos el ataque del que fue víctima el pueblo norteamericano. Miles de fallecidos, heridos incontables... cuatro aeronaves de dos de las compañías más fuertes de la nación americana secuestradas, supuestamente a punta de navajas y cuchillos, por hombres cegados por el fanatismo que entregaron su vida de forma suicida sólo con la finalidad de golpear al gigante mundial en los símbolos máximos de su poder: el Pentágono—paradigma del poder militar—; y las torres del World Trade Center—representativas en aquel momento del control económico—. Hipótesis diversas, de las que la mas aceptada adjudicó el origen intelectual del ataque a grupos fundamentalistas Afganos, terroristas resentidos por la continua intervención norteamericana en los conflictos y negocios del Medio Oriente, y que los acusaban de mantener intereses sólo a favor de su propio Imperialismo.
Desde ese momento llegó a mi mente, tal vez por una lógica inconsciente, un solo concepto: Entropía.
La Entropía no es otra cosa que un principio físico, matemático y estadístico que afirma que, dentro de todo sistema, grupo o conjunto ordenado, siempre habrá una medida de desorden o caos interno, amenazando con romper dicha secuencia, y mientras mayor sea el orden reinante, mayor presión se ejercerá sobre el desorden interno, hasta que dicho caos domine el sistema, superando al orden primario, obligando al conjunto de elementos a destruirse y regresar al punto de origen. Todo sistema en movimiento tiende a frenarse paulatinamente, hasta que llegue la inmovilidad absoluta, y con ella, el fin de ese sistema, el regreso al principio. Todo sistema en expansión, mientras más crece, más riesgo tiene de colapsarse. Todo aquello que contiene o produce calor o energía, tiende a enfriarse o apagarse. En resumen: a mayor orden, mayor tendencia al caos; mientras más complejo y organizado sea un sistema, más tiempo, trabajo, medios y energía serán necesarios para mantenerlo de ese modo y, por lo tanto, los riesgos de que ese sistema caiga o sea destruido aumentan con el paso del tiempo. Es como construir un castillo de naipes: mientras más grande y alto es, más hermoso y ordenado nos parece… pero a la vez, mayor es el riesgo de que el más mínimo soplo o movimiento nos deje con nada más que un montón de barajas regadas sobre la mesa.
Y no estamos hablando de fatalismo, magia o misticismo... todo es un principio científico bien fundamentado con años de investigación: es la relativamente nueva matemática del caos, respaldada por la sociología, la mecánica cuántica, la astrofísica, la filosofía, la ciencia política, la química, la física, la biología…
Siendo así, vemos que este principio es aplicable a cualquier sistema: al universo en expansión—destinado a un probable “Big Crunch” o colapso—, al cuerpo humano—que ha de envejecer—, a las fuentes de energía—que han de agotarse—, a los ecosistemas— que en algún momento pierden su equilibrio— y, desde luego, al centro de nuestro estudio en estas Tertulias de Filósofos: la Sociedad.
Ahora bien, una vez aclarado el concepto de Entropía, establezcamos algunas referencias históricas.
¿Qué denota civilización en un pueblo? Su teoría económica, su crecimiento laboral, su peso internacional, su fortaleza armamentista, su industria, su comercio, su crecimiento artístico y cultural, sus tratados internacionales, su legislación, el manejo de su ciencia política y su desarrollo científico y tecnológico, entre otras.
¿Qué trae como precio lógico a pagar dicha civilización? Suicidio, racismo, xenofobia, angustia, depresión, fanatismo, intolerancia, ambición, violación, asalto, violencia, imperialismo, frialdad, soledad, pérdida de identidad como pueblo, olvido del origen común, estratificación social e importantes desequilibrios en la escala de valores. Paradójicamente, todos los conceptos opuestos a los que supuestamente la civilización pretendiera englobar y representar. A mayor crecimiento de la masa social, menor control se puede mantener sobre la misma. El sistema pierde su equilibrio en un momento dado.
Remontémonos a la Antigua Roma. Nos encontramos ante una civilización que forjó las bases del derecho actual, que se distinguió por su avanzado sistema político, sus servicios públicos, su gobierno, su arquitectura. Una civilización donde las ciencias se unificaron para impulsarla como dueña del máximo poderío económico y, desde luego, militar de su época. Pero también vemos un pueblo que con el paso del tiempo se convirtió en el centro mundial de los vicios. Personas que hicieron de los misterios antiguos nada más que salvajes orgías sin sentido. Un pueblo que fue devorado por el poder, y esclavizó y destruyó las culturas más sabias. Centuriones que asesinan a los grandes filósofos, como Arquímedes, sólo por ignorancia. Vemos a los gobernantes controlar al pueblo con sobornos, y con un Coliseo en el que todos podían gritar y aplaudir mientras los leones devoraban al esclavo. El mismo pueblo se volvió desalmado, y exigía a sus emperadores más territorios, más guerras, más riquezas, sólo para demostrarse a sí mismos que dominaban el mundo conocido.
¿Nos suena familiar? ¿No es lo que sucede con el pueblo norteamericano, que sólo vive orgulloso de sus guerras y su poder económico? ¿Qué otra cosa podíamos esperar para el futuro de un país, donde su propia bandera puede ser utilizada para limpiarse los pies o hacer ropa interior; donde el día en que festejan su independencia se dan asesinatos múltiples y se queman por diversión sus símbolos nacionales; donde una familia de color despierta con una cruz en llamas en su jardín, o donde un grupo de “Panteras Negras” ataca a niños de tez blanca o latina sólo por rencor? ¿Un país donde se tortura y explota física y psicológicamente a los inmigrantes sólo para abusar de su necesidad económica? ¿Un país donde hay una violación cada 5 minutos, y un suicidio cada 3? ¿Un país donde la globalización y el imperialismo han logrado que la gente valore el dinero y el poder sobre cualquier cosa; donde la moral decae ante las comodidades día con día, donde no existe—y difícilmente existirá—unidad como pueblo? ¿De un país donde, tristemente, la democracia dirigida nunca va a resolver la falta de identidad y el olvido que sufren miles de individuos desde la infancia; donde todo se convierte en control o competencia? Pero creo que aún no he dejado claro mi punto al tratar de entrelazar sociedades y entropía.
Entropía y civilización. Principio de desorden latente, guardado en el seno de los sistemas más estructurados de la sociedad.
Regresemos nuevamente con nuestra memoria hacia aquellos momentos e imágenes del once de Septiembre de 2001. ¿Calificamos como horrible un atentado terrorista de la naturaleza del que sufrió nuestro vecino del norte? Indudablemente. Nada justifica una conducta tan reprensible, intolerante y fanática. Nada valdrá nunca lo suficiente como para sacrificar miles de vidas inocentes, se trate de un ataque externo o –como se manejó después— de un autoataque premeditado con el fin de desatar las pasiones del pueblo en pro de un gobierno Republicano dominante y dogmático. No existen actos más cobardes en la historia como lo son los creados por las mentes del terrorismo. Pero no olvidemos que los gobernantes de los Estados Unidos han realizado –y continúan realizando— a lo largo de su historia acciones similares en regiones como Irak, Irán, Afganistán, Hiroshima y otras tantas que se han visto atacadas de manera inesperada, y por motivos injustificables. Y es en este punto donde nos preguntamos: ¿Fuimos acaso, o seguimos siendo testigos del cumplimiento de la Ley del Talión? ¿O ya olvidamos que Bin Ladin fue el líder de la resistencia Afgana que obtuvo el total apoyo militar y económico de los Estados Unidos durante la lucha contra la invasión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en una época sumergida en la guerra fría, a mediados de los años ochentas?
Como vemos, los grupos humanos, como todos los conjuntos de elementos, como todos los sistemas, mantienen guardada una tendencia a la entropía. Mientras mayor sea el grado de civilización que alcancen, con mayor frecuencia se seguirán sacrificando unas bases por otras, hasta que sea el propio caos interior lo que derrumbe los cientos o miles de años de esfuerzo y trabajo. Pero insisto, no significa que esto sea malo. Todo en el universo sigue ciclos que deben cumplirse. Y los grupos humanos deben cumplir los caminos de la evolución que sus propias decisiones han trazado. Recordemos lo que sabiamente cita el texto Hermético del Kybalión en su Principio de Causalidad: Toda causa tiene su efecto, todo efecto tiene una causa que lo antecede.
Así, con una depleción moral de esta naturaleza, con esa pérdida de identidad nacional, con una economía en recesión y con el primer acto terrorista en su territorio, vemos todavía en la cara de sorpresa y en las actitudes políticas cada vez más agresivas de los Estados Unidos que ningún Goliat es invencible.
Prestemos atención; seamos observadores y aprendamos de los errores ajenos. Ahora la Comunidad Europea, China, la India, Brasil y Japón están despegando en esa carrera inevitable del despunte de las civilizaciones, mientras que muchos expertos a lo largo de todo el mundo coinciden en afirmar que Estados Unidos está viviendo sus últimos momentos como la Nación Hegemónica, Imperialista, Impositiva y Totipotencial que conocemos, hija ùnica de aquella multicitada Doctrina Monroe—que tan destructiva huella ha dejado a su paso a través de casi toda nuestra América Latina—.
Los ejemplos están sobre la mesa, y tal vez, sólo tal vez, la entropía esté comenzando a manifestarse. Quizás con su inagotable cacería de culpables y de enemigos ideológicos—entre los que ahora se encuentran también Naciones como Venezuela, Cuba, Bolivia, Irán y Palestina—, la poderosa civilización norteamericana esté dando el primer paso hacia su caída, la cual, no importa que sea en uno o cien años, indudablemente llegará.

miércoles, 2 de enero de 2008

EL POETA DE TIERRA

El poeta de tierra hundió profundo sus dedos en el propio pecho. Estaba amaneciendo, y el aroma de la vida que se escapa con cada suspiro se quedó fuertemente agarrado de su nariz. El día comienza. El cielo comienza. El canto comienza. Le fue fácil aceptar el despertar, sus largos años le habían enseñado que todo tiene un principio y un final.
Se vistió con la calma de la que es capaz aquel que ha perdido el miedo a los sonidos de lo inmóvil, y se sacudió los restos de noche que se habían quedado dormidos sobre él. Dando pasos casi imperceptibles, difuminados uno a uno con la luz de la mañana, se acercó al umbral del recuerdo hueco que habitaba—¿dónde más, si no ahí, podría vivir un buen poeta?—para asomarse al mundo, que en ese momento no tenía nada nuevo que decir.
El poeta de tierra sintió entonces su cuerpo: era un buen cuerpo, arenoso y húmedo, tibio y pastoso, amable. Hecho de la hojarasca que no se pierde con el viento. Y cada hoja era una memoria, cada memoria una palabra, cada palabra una hija lejana que lo abandonaba con cada nuevo escrito resignado. Así era su cuerpo. Y le gustaba. Aunque ocasionalmente le dolía, como pasa siempre con las memorias que nos metemos en el cuerpo para llegar a ser.
Pero fuera de las brevísimas interrupciones de la nostalgia, su vida seguía como agua que sale de una oxidada toma callejera: tranquila y sucia a la vez. Predecible. Casi monótona. Siempre le divertía fingir sorpresa en los momentos apropiados. Creía firmemente que en eso radicaba una pequeña parte del secreto del ser feliz. Secreto que aún no era suyo del todo, pero que alcanzaba a adivinar cada vez que sus páginas se convertían en grullas de papel para salir volando por la ventana—si es que los recuerdos cuentan con tal cosa—, buscando manos necesitadas de un poco del anhelo perdido.
Y es que, para él, en eso debía consistir el trabajo del poeta: en la narración de los misterios de las rocas, en la construcción de letras que se perdieran en voces diferentes, en la descripción detallada de cada uno de los ladrillos que alguna vez conformaron la casa de las infancias perdidas, y en el deshojar de las flores que nunca crecieron cerca de él. El poeta debía intuir la caricia, pensar el vacío, decir los silencios y contar los cuentos del mundo que para su desgracia nunca dejan de escribirse. Cada poema se convertía, en manos del poeta, en historia cotidiana no pedida, en crónica de un destete inacabado. Y así aceptaba que fuera. Cronista antes que historiador, historiador antes que poeta pero, muy a su pesar, poeta. Todavía poeta.
Aquel día él era una sombra tenue, un grito bajo la penumbra del tiempo, una pintura impresionista del hombre que alguna vez fue. Sus manos, puntillismo elegante de polvo con incienso, trazaban senderos cada vez que levantaba el brazo, y sus pies de arena mojada contrastaban con lo seco y ahora desgranado del lugar donde alguna vez sus ojos se pudieron ver. Apaciblemente, y sin lágrimas posibles, decidió sentarse a descansar. Minuto a minuto las nubes se juntaron sobre su cabeza, y el ambiente se impregnó rápidamente con la angustiante sensación de los momentos que se van.
Así empezó a llover, y el poeta de tierra se disolvió en esencia de sí mismo, en colores de bruma que se entregan sin lucha a la corriente, y su recuerdo protector se hizo cada vez más pequeño, hasta poder esconderse temeroso en la palma de la mano. Ambos durmieron, y se hablaron largo tiempo en el oído, y su abrazo no dejó de tejerse sino hasta que el penetrante aroma de un nuevo rocío los despertó.
Cenizas en cenizas, lodo en lodo. Tintas y papeles blancos como huellas últimas del sacrificio incuestionado. Nadie estuvo ahí cuando el poeta de tierra entregó su cuerpo al resto de los cuerpos que se van.