sábado, 19 de enero de 2008

ENTROPÍA DE LA CIVILIZACIÓN

Y así sucedió. Hace poco más de seis años, un día martes 11 de septiembre de 2001, atestiguamos el ataque del que fue víctima el pueblo norteamericano. Miles de fallecidos, heridos incontables... cuatro aeronaves de dos de las compañías más fuertes de la nación americana secuestradas, supuestamente a punta de navajas y cuchillos, por hombres cegados por el fanatismo que entregaron su vida de forma suicida sólo con la finalidad de golpear al gigante mundial en los símbolos máximos de su poder: el Pentágono—paradigma del poder militar—; y las torres del World Trade Center—representativas en aquel momento del control económico—. Hipótesis diversas, de las que la mas aceptada adjudicó el origen intelectual del ataque a grupos fundamentalistas Afganos, terroristas resentidos por la continua intervención norteamericana en los conflictos y negocios del Medio Oriente, y que los acusaban de mantener intereses sólo a favor de su propio Imperialismo.
Desde ese momento llegó a mi mente, tal vez por una lógica inconsciente, un solo concepto: Entropía.
La Entropía no es otra cosa que un principio físico, matemático y estadístico que afirma que, dentro de todo sistema, grupo o conjunto ordenado, siempre habrá una medida de desorden o caos interno, amenazando con romper dicha secuencia, y mientras mayor sea el orden reinante, mayor presión se ejercerá sobre el desorden interno, hasta que dicho caos domine el sistema, superando al orden primario, obligando al conjunto de elementos a destruirse y regresar al punto de origen. Todo sistema en movimiento tiende a frenarse paulatinamente, hasta que llegue la inmovilidad absoluta, y con ella, el fin de ese sistema, el regreso al principio. Todo sistema en expansión, mientras más crece, más riesgo tiene de colapsarse. Todo aquello que contiene o produce calor o energía, tiende a enfriarse o apagarse. En resumen: a mayor orden, mayor tendencia al caos; mientras más complejo y organizado sea un sistema, más tiempo, trabajo, medios y energía serán necesarios para mantenerlo de ese modo y, por lo tanto, los riesgos de que ese sistema caiga o sea destruido aumentan con el paso del tiempo. Es como construir un castillo de naipes: mientras más grande y alto es, más hermoso y ordenado nos parece… pero a la vez, mayor es el riesgo de que el más mínimo soplo o movimiento nos deje con nada más que un montón de barajas regadas sobre la mesa.
Y no estamos hablando de fatalismo, magia o misticismo... todo es un principio científico bien fundamentado con años de investigación: es la relativamente nueva matemática del caos, respaldada por la sociología, la mecánica cuántica, la astrofísica, la filosofía, la ciencia política, la química, la física, la biología…
Siendo así, vemos que este principio es aplicable a cualquier sistema: al universo en expansión—destinado a un probable “Big Crunch” o colapso—, al cuerpo humano—que ha de envejecer—, a las fuentes de energía—que han de agotarse—, a los ecosistemas— que en algún momento pierden su equilibrio— y, desde luego, al centro de nuestro estudio en estas Tertulias de Filósofos: la Sociedad.
Ahora bien, una vez aclarado el concepto de Entropía, establezcamos algunas referencias históricas.
¿Qué denota civilización en un pueblo? Su teoría económica, su crecimiento laboral, su peso internacional, su fortaleza armamentista, su industria, su comercio, su crecimiento artístico y cultural, sus tratados internacionales, su legislación, el manejo de su ciencia política y su desarrollo científico y tecnológico, entre otras.
¿Qué trae como precio lógico a pagar dicha civilización? Suicidio, racismo, xenofobia, angustia, depresión, fanatismo, intolerancia, ambición, violación, asalto, violencia, imperialismo, frialdad, soledad, pérdida de identidad como pueblo, olvido del origen común, estratificación social e importantes desequilibrios en la escala de valores. Paradójicamente, todos los conceptos opuestos a los que supuestamente la civilización pretendiera englobar y representar. A mayor crecimiento de la masa social, menor control se puede mantener sobre la misma. El sistema pierde su equilibrio en un momento dado.
Remontémonos a la Antigua Roma. Nos encontramos ante una civilización que forjó las bases del derecho actual, que se distinguió por su avanzado sistema político, sus servicios públicos, su gobierno, su arquitectura. Una civilización donde las ciencias se unificaron para impulsarla como dueña del máximo poderío económico y, desde luego, militar de su época. Pero también vemos un pueblo que con el paso del tiempo se convirtió en el centro mundial de los vicios. Personas que hicieron de los misterios antiguos nada más que salvajes orgías sin sentido. Un pueblo que fue devorado por el poder, y esclavizó y destruyó las culturas más sabias. Centuriones que asesinan a los grandes filósofos, como Arquímedes, sólo por ignorancia. Vemos a los gobernantes controlar al pueblo con sobornos, y con un Coliseo en el que todos podían gritar y aplaudir mientras los leones devoraban al esclavo. El mismo pueblo se volvió desalmado, y exigía a sus emperadores más territorios, más guerras, más riquezas, sólo para demostrarse a sí mismos que dominaban el mundo conocido.
¿Nos suena familiar? ¿No es lo que sucede con el pueblo norteamericano, que sólo vive orgulloso de sus guerras y su poder económico? ¿Qué otra cosa podíamos esperar para el futuro de un país, donde su propia bandera puede ser utilizada para limpiarse los pies o hacer ropa interior; donde el día en que festejan su independencia se dan asesinatos múltiples y se queman por diversión sus símbolos nacionales; donde una familia de color despierta con una cruz en llamas en su jardín, o donde un grupo de “Panteras Negras” ataca a niños de tez blanca o latina sólo por rencor? ¿Un país donde se tortura y explota física y psicológicamente a los inmigrantes sólo para abusar de su necesidad económica? ¿Un país donde hay una violación cada 5 minutos, y un suicidio cada 3? ¿Un país donde la globalización y el imperialismo han logrado que la gente valore el dinero y el poder sobre cualquier cosa; donde la moral decae ante las comodidades día con día, donde no existe—y difícilmente existirá—unidad como pueblo? ¿De un país donde, tristemente, la democracia dirigida nunca va a resolver la falta de identidad y el olvido que sufren miles de individuos desde la infancia; donde todo se convierte en control o competencia? Pero creo que aún no he dejado claro mi punto al tratar de entrelazar sociedades y entropía.
Entropía y civilización. Principio de desorden latente, guardado en el seno de los sistemas más estructurados de la sociedad.
Regresemos nuevamente con nuestra memoria hacia aquellos momentos e imágenes del once de Septiembre de 2001. ¿Calificamos como horrible un atentado terrorista de la naturaleza del que sufrió nuestro vecino del norte? Indudablemente. Nada justifica una conducta tan reprensible, intolerante y fanática. Nada valdrá nunca lo suficiente como para sacrificar miles de vidas inocentes, se trate de un ataque externo o –como se manejó después— de un autoataque premeditado con el fin de desatar las pasiones del pueblo en pro de un gobierno Republicano dominante y dogmático. No existen actos más cobardes en la historia como lo son los creados por las mentes del terrorismo. Pero no olvidemos que los gobernantes de los Estados Unidos han realizado –y continúan realizando— a lo largo de su historia acciones similares en regiones como Irak, Irán, Afganistán, Hiroshima y otras tantas que se han visto atacadas de manera inesperada, y por motivos injustificables. Y es en este punto donde nos preguntamos: ¿Fuimos acaso, o seguimos siendo testigos del cumplimiento de la Ley del Talión? ¿O ya olvidamos que Bin Ladin fue el líder de la resistencia Afgana que obtuvo el total apoyo militar y económico de los Estados Unidos durante la lucha contra la invasión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en una época sumergida en la guerra fría, a mediados de los años ochentas?
Como vemos, los grupos humanos, como todos los conjuntos de elementos, como todos los sistemas, mantienen guardada una tendencia a la entropía. Mientras mayor sea el grado de civilización que alcancen, con mayor frecuencia se seguirán sacrificando unas bases por otras, hasta que sea el propio caos interior lo que derrumbe los cientos o miles de años de esfuerzo y trabajo. Pero insisto, no significa que esto sea malo. Todo en el universo sigue ciclos que deben cumplirse. Y los grupos humanos deben cumplir los caminos de la evolución que sus propias decisiones han trazado. Recordemos lo que sabiamente cita el texto Hermético del Kybalión en su Principio de Causalidad: Toda causa tiene su efecto, todo efecto tiene una causa que lo antecede.
Así, con una depleción moral de esta naturaleza, con esa pérdida de identidad nacional, con una economía en recesión y con el primer acto terrorista en su territorio, vemos todavía en la cara de sorpresa y en las actitudes políticas cada vez más agresivas de los Estados Unidos que ningún Goliat es invencible.
Prestemos atención; seamos observadores y aprendamos de los errores ajenos. Ahora la Comunidad Europea, China, la India, Brasil y Japón están despegando en esa carrera inevitable del despunte de las civilizaciones, mientras que muchos expertos a lo largo de todo el mundo coinciden en afirmar que Estados Unidos está viviendo sus últimos momentos como la Nación Hegemónica, Imperialista, Impositiva y Totipotencial que conocemos, hija ùnica de aquella multicitada Doctrina Monroe—que tan destructiva huella ha dejado a su paso a través de casi toda nuestra América Latina—.
Los ejemplos están sobre la mesa, y tal vez, sólo tal vez, la entropía esté comenzando a manifestarse. Quizás con su inagotable cacería de culpables y de enemigos ideológicos—entre los que ahora se encuentran también Naciones como Venezuela, Cuba, Bolivia, Irán y Palestina—, la poderosa civilización norteamericana esté dando el primer paso hacia su caída, la cual, no importa que sea en uno o cien años, indudablemente llegará.

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