sábado, 2 de febrero de 2008

CONSTITUCIÓN MEXICANA -primera parte-

Siendo febrero el mes en que México celebra la promulgación de su Carta Magna, justo es que los escritos de las próximas semanas sean dedicados a estudiar las Constituciones de 1824, 1857 y 1917, así como los "Sentimientos de la Nación" de José María Morelos y Pavón; textos históricos determinantes para las bases de la evolución legislativa y política de nuestro país; de igual modo, para abordar la necesidad o no de realizar modificaciones a nuestra Constitución actual y, finalmente, discutir un poco acerca del papel que juega una Carta Constitutiva en las naciones de nuestros tiempos.
Quiero hoy comenzar hablando de la Constitución de 1857. ¿Por qué no por la de 1824, primera en estricto orden cronológico? ¿Por qué no con la de 1917, Carta vigente cuyo festejo se lleva a cabo precisamente en este mes? La respuesta puede ser desconocida por muchos: porque la Constitución de 1857 también fue promulgada el día 5 de febrero, exactamente 60 años antes que la del Congreso Constituyente de Querétaro. Esto sólo puede significar una cosa: que hace un año, el pasado día 5 de febrero de 2007, se cumplieron 150 años de su promulgación. Fecha nacional en verdad importante, que fue digna de celebrarse y de ser mantenida en mente por los hombres liberales.
Siguiendo el ejemplo de sus antecesores de 1824, personajes tan importantes como Ignacio Ramírez “el Nigromante”, José María Mata, Ponciano Arriaga, Santos Degollado, Melchor Ocampo y Sebastián Lerdo de Tejada, encabezados por el mismo Benito Pablo Juárez García, deciden en 1856 integrarse en Congreso Constituyente para realizar a la legislación las reformas apropiadas, entre las que se encontraba el juicio de amparo que Manuel Crescencio Rejón había dejado inscrito en la Constitución de Yucatán de1840. Otra adición importante fue la declaración de las libertades de expresión, manifestación, asociación, trabajo y enseñanza, además de dejar instituido el verdadero principio democrático mediante tres puntos: exigiendo la elección popular de los Ministros de la Suprema Corte de Justicia; ampliando las facultades de la Cámara de Diputados como representantes del pueblo; y limitando las atribuciones del Poder Ejecutivo. Finalmente, es aquí donde se ve ratificada la “Ley Juárez”, que prohíbe a los tribunales militares y eclesiásticos tomar juicio en asuntos que no sean de su estricta competencia, a la vez que aparece la llamada “Ley Lerdo”, que funge como reguladora del papel que la Iglesia debía desempeñar dentro de la sociedad, desamortizando los bienes de las corporaciones civiles y eclesiásticas. Entre las medidas creadas por los Liberales con el fin de "desarmar el clero" se encontraban: 1.-Separación absoluta de los asuntos de la Iglesia y el Estado; 2.-Supresión de las corporaciones religiosas, cofradías, hermandades y congregaciones religiosas en general; 3.-Cierre de los noviciados en los conventos de monjas, para que ya no hubiese más religiosas; y 4.-Declaración de que pasaban a propiedad de la Nación absolutamente todos los bienes del clero.
Promulgada luego de un año de intenso trabajo, un 5 de febrero de 1857, bajo la divisa final de “Dios y Patria”, este documento abrió paso a la Nación hacia un nuevo mundo, más acorde con el progreso y la lucha ideológica que se venía llevando a cabo desde casi un siglo antes en todo el mundo, sobre todo en Europa continental y América del Norte. Parte integral del movimiento más amplio y complejo que ahora conocemos como Guerra de Reforma, la Constitución de 1857 puede ser considerada como la Carta Liberal por excelencia. Entre sus mayores detractores, representantes de los poderes Conservadores y Religiosos de la época, se encontraban los Generales Fèlix María Zuloaga y Miguel Miramón, quienes criticaban fuertemente los tratados como el de "McLane-Ocampo", realizados por los Liberales con el Gobierno Norteamericano, y se escudaban tras el alegato de que "siendo todos los habitantes de la Nación católicos convencidos, la promulgación y aplicación de las Leyes de Reforma y de la Constitución del 57 sólo beneficiaba y apoyaba a una minoría, y se convertía en un sacrilegio y en una falta de respeto a la moral y las buenas costumbres del País"- sin olvidar que, tanto Zuloaga como Miramón se desempeñaron, en momentos consecutivos, como "Presidentes Legítimos" de México desde la capital, actuando de manera paralela en tiempo y opuesta en ideas al Gobierno de Juárez establecido en Veracrúz-. Los enormes debates que surgieron alrededor de la Constitución del '57 en todo el país, los cambios en el rostro militar, religioso y político que se vivirían en México a partir de su publicación, y el número de Grandes Hombres que intervinieron en su creación hacen de éste uno de los documentos cimentadores de la Patria que ahora disfrutamos. A poco más de 150 años de su promulgación, los librepensadores le rendimos honores.
Pero la Constitución del '57 no ha sido el único documento que ansiaba establecer la gobernabilidad, la legalidad y la paz en nuestro país. El proyecto de Nación que en nuestros días disfrutamos nos viene de mucho más atrás. Los vastos sembradíos de libertad, garantías y legislación parlamentaria que en nuestros tiempos florecen—o intentan florecer— fueron regados generación tras generación con la sangre y las ideas de grandes hombres que buscaban dejar como legado un país verdaderamente soberano, un mejor lugar para vivir.
Treinta y cuatro años antes, el 7 de noviembre de 1823, posterior al derrocamiento de Agustín de Iturbide, el poder Ejecutivo convocó un Congreso integrado tanto por Conservadores como por Republicanos, para buscar establecer una nueva forma de gobierno que fuese distinta a la monarquía. Los Conservadores, integrados por los Borbonistas y los últimos Iturbidistas, pugnaban por establecer un sistema Centralista –es decir, fundamentado en un solo poder que mantuviese todo bajo control— mientras que los Republicanos defendían la idea de una organización Federal para el país –división del territorio en estados, y del gobierno en poderes delegados—. Por lo anterior, los debates fueron largos e intensos. Entre los Republicanos Federalistas destacados, podemos recordar a Miguel Ramos Arizpe y Valentín Gómez Farías, mientras que en el bando de los Conservadores Centralistas destacó Fray Servando Teresa de Mier.
La falta de unidad dentro del mismo Congreso Constituyente, aunada a la inestabilidad provocada por dos puntos de vista tan distintos de lo que podría ser el futuro de la Nación, impulsó a algunos estados a lanzarse a la lucha, además de incentivar la creación de grupos reaccionarios en Jalisco, Colima y en la capital misma, todo lo cual amenazaba con terminar con la tranquilidad y la transitoria estabilidad que el país estaba atravesando. Pero el carácter y la firmeza del poder Ejecutivo permitieron dispersar los motines y sofocar los levantamientos, logrando la captura definitiva de Iturbide en Tamaulipas y dando paso a la continuidad de los trabajos legislativos ya establecidos, con lo que los Federalistas del Congreso pudieron llevar a buen término su propuesta.
De ese modo, el 4 de Octubre de 1824 concluyeron los trabajos con la promulgación de la que se convertiría en la primera Constitución Política del México Independiente, misma que se veía fundamentada en la Carta de Cádiz, en el Plan de Iguala, en los Tratados de Córdoba, y sobre todo en “Los Sentimientos de la Nación”, valiosísima herencia que Don José María Morelos y Pavón dejara grabada dentro de su ideario para mantener vivo el principio libertario y las virtudes humanas aún después de su muerte; herencia de la que hablaremos más a fondo en una semana posterior.
Así nacía nuestra primer Carta Magna, obra de la verdadera lucha liberal y ejemplo de todo aquello cuanto son capaces de lograr quienes están dispuestos a morir por sus ideales. De estos valiosísimos textos -el de 1824 y el de 1857- miles de cosas más, mucho más complejas, se pueden escribir en cientos de páginas. Baste este pequeño resúmen como un rápido antecedente histórico, y para servir de introducción a los escritos que expondré en las próximas tres semanas.

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