domingo, 16 de noviembre de 2008

BREVÍSIMO ENSAYO SOBRE LA INEXISTENCIA DE LA DEMOCRACIA

ROBERTO BERNARDO ESCUDERO
-Post Invitado-
Si se examina la historia de la humanidad, podremos ver que existen innumerables ejemplos de dogmas falsos, que en algún momento fueron desplazados por la verdad, gracias a la razón y mediante la filosofía y la ciencia. En estos casos, la verdad no era aparente, nos eludía; tomemos por ejemplo los años en los que se pensó que la tierra era plana, porque en realidad así la perciben los sentidos, hasta que una observación más detallada de la naturaleza le permitió al hombre saber que vive en un planeta de forma elíptica; o el dar por hecho que es la cúpula celeste es la que se mueve mientras la tierra permanece inmóvil, cuando en realidad no existe tal cúpula y se mueve la tierra y se mueven los astros.

Tras una larga reflexión, provocada por la siguiente elección del ejecutivo imperial y por las ridículas y patéticas campañas para autoridades municipales en mi querida Pachuca, en ocasiones me parece que la noción del sistema de democracia en el que vivimos, particularmente en México, es uno de esos dogmas que tras muchos años se revelará como una falsedad, será sustituido o radicalmente transformado, mientras que quienes lo vivimos y lo aceptamos seremos calificados como ignorantes, ciegos, primitivos o llanamente brutos.

No trata este texto sobre si el partido tricolor hizo imposible que el pueblo eligiera a sus gobernantes en las urnas por más de medio siglo, o de si aún se manipulan las urnas o a los votantes con el partido azul, o de si el partido amarillo (de extricolores) se convertiría en una dictadura del proletariado encabezada por un megalómano delirante. No; lo que aquí quiero compartir va más allá de esto, no quiero hablar de fraudes y mentiras, tema mil veces tocado, hablo del sistema mismo.

Se define a la democracia como un régimen político en el cual el pueblo ejerce la soberanía por sí mismo, sin mediación de un órgano representativo (democracia directa) o a través de representantes intermediarios (democracia representativa). Me es clarísimo que la democracia directa es una utopía, no existe y por lo tanto no merece la pena discutir sobre ella, al menos para los fines de este texto. Se supone que vivimos en una democracia representativa, pero… ¿En realidad el pueblo ejerce la soberanía?, ¿En realidad el gobierno me representa?, yo creo que no.

Que no se puede hacer la voluntad de todos y cada uno de los ciudadanos, me queda claro (y hasta lo agradezco), que no se puede hacer referéndum para toda decisión del Estado también. Pero mis supuestos representantes no lo son en realidad, el mecanismo mediante el cual me puedo comunicar con ellos, no opera; muchos de ellos parecen no tener ni siquiera la noción de que representan a alguien, y lo que hacen en la realidad es ejercer la voluntad de sus dirigentes de partido en las cámaras, voluntad que a la postre tampoco deriva de la soberanía del pueblo, sino de negociaciones obscuras y ambiciones personales. Soy pueblo y esta democracia representativa no me representa.

Entonces podríamos pensar que podemos ejercer la soberanía a través de la elección de un partido político con cuyos principios se tenga mayor acuerdo; así, no puedo decidir, pero decide alguien que piensa como yo. La realidad es que tampoco es así, en este país no hay partidos verdaderos, no los hay realmente conservadores o liberales, no hay derecha ni izquierda genuinas y hasta nos inventamos el término de “centro” (que es absurdo per se), para poder negociar tanto con la derecha como con la izquierda e incomodar lo menos posible. Vemos muy pocos idealistas en los partidos con una postura real (que sí, ¡Existen!, yo conozco a uno), pero rodeados y anulados por abundantes copartidarios cuya inclinación responde a la mejor oportunidad de beneficio personal; vemos a los representantes de nuestras opiniones cambiar de partido, como se cambia de ropa interior. Los partidos tampoco me representan.

Vivimos en un país, donde los representantes no representan al pueblo y no legislan en conformidad con la voluntad de la ciudadanía, donde el ejecutivo no aplica la voluntad del pueblo (simplemente porque no existe la conexión que haga esto posible), y para colmo, donde el poder judicial permite una impunidad pasmosa y escalofriante.

Algunos me podrían decir que en las urnas se ejerce la decisión y que en ellas radica la democracia, tal y como fue en la antigua Grecia; pero lo que yo percibo con horror, es que la cruda realidad es que vivimos bajo una oligarquía, que la democracia es un espejismo (aún en el supuesto de que su proceso sea inmaculado) y que a lo que vamos a las urnas esa elegir a los que darán continuidad al sistema, a los próximos oligarcas (y que quede claro, que no votar es mucho peor que eso), entre cuyas intenciones buenas y malas siempre estará en prioridad el beneficio personal y el de su séquito.

Veo en México (y probablemente en todo país que se autodenomine democrático) una oligarquía, perene y autoperpetuada, de demagogia y promesas que insultan la inteligencia, construida de vanidad y avaricia, permitida por la ignorancia y el miedo. No veo democracia por ninguna parte, no veo la democracia real, la que no es el disfraz de una oligarquía; tristemente, tal vez pronto nos demos cuenta que es algo utópico que tal vez no pueda ser llevado jamás a la práctica.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay situaciones que desde el momento mismo de su concepcion son inviables; mas de dosmil años lo reiteran, pero, ¿por que seguir insistiendo en el mismo tema?.
"El poder corrompe".
Su amigo Leo