sábado, 24 de mayo de 2008

MEMENTO MORI

A veces recuerdo el dolor como una infancia pasajera, como un escalofrìo que llegaba en forma brusca e insensible, siempre bien reconocido por una piel acostumbrada.
A veces recuerdo el dolor como una juventud llena de hambre y de justicia, de sed y de esperanza, de heridas que en realidad nunca estuvieron ahì. Pero que duelen...
A veces recuerdo el dolor como la daga, y otras como el golpe sordo de una caìda de la cama. Agudo y contuso, en un grito callado, en una calma sin paz.
A veces recuerdo el dolor como la soledad de quien busca un espacio nuevo que no le pertenece, como un caminar por senderos no trazados, como la espina en el piè descalzo, la roca en el zapato, el llanto silencioso que se oculta tras las salpicadas notas de un piano que, a lo lejos, se va quedando dormido hasta soñar.
A veces recuerdo el dolor en rostros familiares que coloco como màscaras sobre otros rostros ausentes, de nombres que nunca alcanzarè a recordar. Como traumas del pasado, como calles llenas de viento, como casas sin pintura ni acabados, como miedo, como miedo, como miedo...
A veces recuerdo el dolor y me recuerdo a mì, aunque ya no soy el mismo que jamàs dejarà de ser quien siempre ha sido. Las primeras letras, las primeras làgrimas, las primeras caricias que vinieron desde fuera del hogar. El dolor como èse, el que no se reconoce en el espejo pero que sabe que està ahì, y que sigue andando sobre vìas interminables hasta topar de frente con su purificaciòn o su cansancio.
A veces recuerdo el dolor y me sudan las manos, me tiemblan los ojos, me lloran las piernas, y la frente se sostiene sobre un mueble lleno de cajones vacìos que todavìa aguardan por la llegada de una explicaciòn que los deje descansar.
A veces recuerdo el dolor en forma de partidas, y a veces en forma de llegadas. A veces como soledades ausentes y a veces como abrazos compartidos. A veces con y a veces sin. A veces y a veces. Pero siempre.
A veces recuerdo el dolor en el dolor ajeno. Y a veces sè que los otros sienten mi recuerdo de dolor y duele, les duele, y lloran girando la cabeza entre los brazos para desahogar aquello que yo sigo manteniendo adentro. A veces lloran y lloro. A veces lloran y viento. A veces lloran y quiero. A veces lloran y hay desierto. Porque cuando todos lloran juntos sòlo queda tras de ellos el rastro de la sequìa de la desesperanza compartida.
A veces recuerdo el dolor cortante y frìo, y otras calmo y tibio como frasco de agonìas. A veces tenue y transparente, y otras brumoso y asfixiante como el vapor caliente que se mete a los pulmones a pesar de que las manos opongan resistencia. A veces el dolor se esconde, y otras llega despreocupado por la puerta principal. A veces aquì y a veces allà. A veces pasado por presente y otras presente por futuro. Nostalgia contra angustia. Recuerdo contra ansiedad. Dolor contra Dolor. Todo al final es igual a su principio.
A veces recuerdo el dolor fijo en la boca del estòmago, con aroma de petròleo y agua frìa, y otras como parques y manos, como luces y blancos, como tiempo. A veces como un paso tras otro, y otras como una corriente incontenible que borra de golpe el parto del porvenir.
A veces recuerdo el dolor. Sì, era duro y arenoso al tacto. Paredes y pintura negra que manchaba todo cuanto tenìa cerca. Incomprensible, escrito en una lengua entonces para mì desconocida ( y por lo tanto, insospechada, inabarcable, sobrecogedora...). Fuerza de manos ajenas, de deseos, de falta de control sobre la propia vida. Sì, casi puedo verlo nuevamente: hago memoria, y asì era el dolor.
Ahora no sè si lograrìa reconocerlo tenièndolo de frente. No sè si lo extraño o sòlo escribo su retrato. No estoy seguro de que realmente se haya deslavado con los años. Quizà simplemente se fue. Partiò para perseguir las sombras de aquellos recìen llegados que aùn no saben leer el idioma que se escribe sin las manos. O tal vez sigue aquì, tras de mi hombro, guardando silencio y hacièndome creer que, dentro de todos mis recuerdos, he logrado olvidarlo.
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UN TESTIGO OCULAR
El adolescente perdido entre el movimiento agitado y su ebriedad, el invidente que rasguea descalzo dos acordes en una guitarra desafinada y una mujer que insulta su propio reflejo en la ventana oscura. Tres instantes sucedidos dentro del mismo viaje. Tres pinceladas del inmenso mural de los tiempos que vivimos.

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