domingo, 17 de agosto de 2008

POR UN REPLANTEAMIENTO REAL Y ACTUAL DE LA SOBERANÍA DE LAS NACIONES

Tras pensarlo por varios días, decidí que la columna de esta semana estuviera encaminada hacia la comprensión de los principios del derecho natural sobre los cuales se fundamenta la Soberanía de las naciones, con el consecuente respeto y apoyo para los países más débiles por parte de los más poderosos, para posteriormente enfocarla al estado actual de ese concepto tan esquivo de "Soberanía", y su reflejo en la política internacional de nuestros tiempos.
Presento un ejemplo inicial: si echamos mano de la historia, encontraremos casos como el apoyo Persa hacia los recién liberados judíos cuando estos últimos eran oprimidos y explotados por los samaritanos –hecho que se expone ampliamente en el libro bíblico de Esdras—. Eventos como ese buscan establecer el enfoque ideal, y, ¿por qué no? incluso utópico de lo que deben ser las relaciones entre las diversas naciones, incluyendo los aspectos militar, de comercio, de respeto, de intercambio, de apoyo económico y político, y de alianza para obtener bienes comunes, siempre manteniendo como centro las necesidades de los individuos que las componen.

Pero ha llegado el momento de replantearnos el problema de la Soberanía de las Naciones como lo vemos en la realidad de los albores de este siglo XXI. En este momento histórico, a diferencia de lo que sucedía en la antigüedad, las armas no son la única manera de “invadir” los fueros de las naciones independientes, aunque no por ello han perdido su peso intrínseco -al contrario-.
Nos enfrentamos a problemas que van más allá del mero enfoque filosófico o de la ciencia política. Problemas tangibles que no logran resolverse con axiología y buenas intenciones, y que requieren de un abordaje más completo, así como de una visión mas amplia, para llegar a desentrañar sus etiologías.

Estamos inmersos dentro de la matriz de un mundo organizacional globalizado, donde los beneficios hasta el momento obtenidos del rápido intercambio de información y el acelerado crecimiento económico de diversos sectores y naciones primer mundistas no han logrado justificar las reacciones contraproducentes que se originan. Permítanme citar algunos ejemplos en forma de cifras objetivas: De las 100 economías más fuertes del mundo, 51 de ellas son EMPRESAS y sólo 49 son PAÍSES. Y si eso no es suficiente, podemos decir también que los ingresos por ventas anuales de CADA UNA de las Cinco empresas más grandes del mundo –e insisto, de cada una de ellas, no en conjunto— son superiores al PNB ACUMULADO de 182 países tercermundistas. Esto nos muestra que, por ahora, la globalización más allá de las comunicaciones aceleradas y el acortamiento de distancias que vemos a pequeña escala, a gran escala sólo ha traído beneficios palpables para las mayores potencias económicas, tanto en forma de naciones como de empresas multinacionales, que cada vez se infiltran más en el mundo, consiguiendo maneras de evadir las diversas legislaciones internacionales para lograr aliarse entre sí, formando grupos de poder económico superior a numerosas naciones.

Incluso los defensores de la globalización aceptan que, con la “apertura” de fronteras que se viene dando los últimos años, zonas como África y América del Sur se han visto mucho más perjudicadas que beneficiadas, aunque se defienden alegando que esto es debido a “su ausencia o casi nula cantidad de reformas económicas estructurales, que son mal instrumentadas y lentas en su andar”. Y yo pregunto: ¿es que acaso estos continentes deberían tener la OBLIGACIÓN de realizar reformas en sus economías, aún sin contar con la infraestructura adecuada para hacerlo, sólo porque así lo han decidido las naciones más poderosas? ¿es que acaso debemos tomar la opción del rápido suicidio económico para dejar de sufrir el lento asesinato de los bloqueos empresariales y las barreras para el comercio agrícola, seguida de la pérdida de subsidios? ¿es que, en verdad, no es esta una forma más avanzada y “civilizada” de invadir la soberanía de los pueblos? Pensemos...

Pero aún quedan esferas en el saco. Miremos esta vez hacia la invasión en su forma más tradicional y dolorosa: la armada, sustentada por una directa agresión política encubierta. ¿Casos? El más evidente de todos: Irak. Un dictador ambicioso y fanático, que provocó sufrimiento y pesar a su pueblo durante años –situación que sólo nos muestra la ineficacia de las formas actuales de regulación internacional y de defensa de los derechos humanos—. Un país poderoso con una naturaleza imperialista intrínseca, los Estados Unidos, decide tomar la “justicia” en sus manos e intervenir directamente para reestablecer la soberanía Iraquí -¿?-. El mundo entero debatió, luchó, se dividió en bandos... siendo realistas, eso nunca tuvo peso intrínseco alguno. Nadie se interpondría en el camino de las tropas norteamericanas, y los países que se atrevieron siquiera a considerarlo se encontraron seriamente afectados por nuevos bloqueos y exigencias de pago que los forzaban a cambiar de opinión. Y así, el mundo en que vivimos ya no nos parece tan distinto de aquel del pueblo Persa hace más de 2000 años. La ley del más fuerte continúa su aplicación. Se prometió a Irak una democracia... pero la megalómana ideología norteamericana olvidó un pequeño, pero fundamental detalle: la democracia, como la soberanía, RESIDE EN EL PUEBLO, y ellos habían dejado a ese pueblo sin la preparación o la capacidad de tomar decisión alguna. Ahora reina la anarquía. No es un lugar mejor. Sólo cambiaron la opresión por la incertidumbre y el terrorismo. ¿Más ejemplos? Las relaciones Israel/Palestina, Estados Unidos/Irán, China/Tíbet, la muy reciente invasión -apenas en días pasados- de Rusia a territorios recién formados por la división de la URSS, Colombia/Ecuador, y por supuesto Estados Unidos/México... la lista se antoja interminable (como mera curiosidad, ¿nos damos cuenta de que en tres de los seis casos mencionados aparecen los Estados Unidos...?)

Y ante esta falta de regulación a nivel global, es obvio que los pueblos en algún momento desean un once de Septiembre para todas las naciones con ánimo intervensionista. Y secretamente, una gran parte del mundo siente un pequeño placer culpable, y esboza una sonrisa disimulada para “aceptar sin conceder y conceder sin aceptar”. No es que estemos de acuerdo, pero...
...pero debemos dejar de lado nuestra visión puramente personal. Si en este siglo debemos seguir viendo como normal la actitud que dice que se debe pagar agresión con agresión, invasión con invasión, significa que la humanidad no ha evolucionado, y que décadas enteras de estudios humanísticos y tratados internacionales no han llegado a superar el poder de la ley del Talión. Porque sí, incluso países como Estados Unidos cuentan con una soberanía, y de un modo u otro las personas que los componen no tienen por qué sufrir la violencia ganada por sus gobernantes. Estaríamos dejando de ver al individuo. Y entonces el derecho natural perdería su aplicación.

Hace cinco o seis años se habló de la formación de un Tribunal para el Mundo, de una Corte Penal Internacional (CPI) unificada, que tuviera la capacidad de enjuiciar a los individuos o a las naciones inculpadas por los delitos de crimen de guerra, crímenes contra la humanidad, genocidio... Salieron a relucir las primeras bases del derecho mundial dadas en las cortes de Nuremberg y Tokio, originalmente fundadas para juzgar a los criminales alemanes y japoneses de la Segunda Guerra Mundial, y se habló de humanismo, de derechos del hombre, de hermandad entre los pueblos, de respeto a la vida. Incluso a mediados de 2004, en el mes de junio, se decía que esta Corte presentaría sus primeras sentencias.
Pero nuevamente Estados Unidos no permitió la adecuada creación de dicha Corte, alegando que jamás aprobaría que tribunal internacional alguno juzgara los actos de sus gobernantes y de sus tropas. Nuevamente, la nación con mayor poder económico del mundo había hablado. No se sometería a las decisiones de la Corte Penal Internacional. Y si una CPI no es capaz de regular las acciones de los Estados Unidos, entonces, ¿qué tanto peso real tendría? ¿quién la respetaría? ¿De qué serviría que 50 naciones decidieran que un hecho es ilegal, por representar atentados a la humanidad, si quien lo realiza no está dispuesto a acatar esta veredicto? De nuevo, mera utopía.

Y finalmente, tenemos la forma más sutil y peligrosa de pérdida de la soberanía: la que viene con la pérdida de la identidad nacional. La globalización y el mercantilismo actuales han convertido a los países en sociedades de consumo CONTROLADO, donde se compra y se distribuye sólo aquello que es autorizado por la compañías transnacionales, mediante cuantiosos sobornos a los gobiernos y pesadas remuneraciones a los medios de comunicación. Los jóvenes de todo el mundo muestran un interés cada vez menor hacia la historia y formas culturales de sus naciones, para convertirse en un grupo intencionalmente homogeneizado que viste y habla de la misma forma, y que consume los mismos bienes, escucha la misma música y comparte la misma sensación de vacío patriótico. Pérdida de la Identidad Nacional. Y debemos aceptar que en México, lentamente, sucede el mismo fenómeno, al igual que en todo el mundo.
Por si fuera poco, investigadores como Gabriela Warkentin afirman que esta irrefrenable agresión hacia las masas, utilizando los medios como arma, ha provocado una importante pérdida en la dimensión del lenguaje. Es decir, el mundo tiene cada vez más que decir de cosas menos importantes, y con un lenguaje alterado, cortado, destruido por los anglicismos, las abreviaturas, los monosílabos, los amarillismos. Warkentin nos alerta sobre un marcado empobrecimiento del espíritu comunicativo, que de no ser frenado nos llevará, a la larga, a una expresión unidimensional y vacía de nuestra realidad. ¿Y esta pérdida de identidad, de valores, de historia y tradiciones, no deben considerarse una forma silenciosa de invasión a la soberanía e independencia de los pueblos?

Soluciones. Para variar, es lo que el mundo necesita. Pero parece casi imposible llegar a encontrarlas a corto o mediano plazo. Se barajan en todo el mundo tres palabras como ingredientes del antídoto: SOLIDARIDAD, HUMANIDADES, DERECHO. Las dos primeras han sido ampliamente intentadas, y no han logrado superar las barreras de la mera especulación carente de operatividad palpable. La tercera, aunque queda como la mejor solución posible, tiene aún muchas pruebas a vencer. Ya vimos el ejemplo de la Corte Penal Internacional. Y es que, como dice una voz inglesa: “El Derecho debe trascender el poder de los poderosos y transformar la situación del débil. De otro modo, sería una farsa llamarle Derecho.” Pero todo sigue quedando, hasta el momento, en el mero enfoque teórico.
Disto mucho de ser un experto en los preceptos del Derecho Internacional. Mi meta era únicamente mostrar que la soberanía y la verdadera libertad de las naciones, en la actualidad, son conceptos más complejos de lo que se percibe a simple vista. Aún quedan muchos planos inacabados sobre el restirador, pero por lo menos espero haber logrado dejar reestablecida una pregunta que casi todos habíamos dado por sentada.

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