sábado, 6 de septiembre de 2008

REFLEXIONES PERSONALES: BERTOLT BRECHT Y LA VIDA

Bertolt Brecht solía decir que, si las personas quieren ver sólo las cosas que pueden entender, entonces no tendrían que ir al teatro: tendrían que ir al baño. A mí no me queda más que diferir un poco en lo siguiente: el teatro es el mundo, y sus actores somos nosotros; vivimos inmersos en una obra eterna, larga y sin sentido que nos sobrepasa todos y cada uno de los días. Ante dicha obra no tiene ningún sentido cerrar los ojos, o alegar demencia. Es una puesta teatral de la que no podemos escapar, la entendamos o no. El hecho mismo de ir al baño no es más que una escena que comienza a perfeccionarse desde el acto primero de nuestras vidas, y la mayoría de las veces tampoco entendemos muy bien por qué lo hacemos. El instinto llama y punto. Pero la vida no siempre tiene que entenderse para ser vivida. De hecho, no es un requisito sine qua non, sino uno más de los accidentes propios del actuar evolucionado de la mente humana, tratando de explicarse a sí misma los porqués de su devenir, la cercanía de sus muertes. Buscamos resultados racionales en el mundo porque, en el fondo, aún deseamos encontrar el secreto de la inmortalidad en alguno de los rincones del Cosmos que tal vez permanezcan inexplorados, plenos de revelaciones arcanas y símbolos místicos que, de golpe y de plumazo, nos lo expliquen todo. Nos dejen entenderlo todo. Nuevamente: nadie en realidad entiende la obra teatral de la vida, porque ninguno de nosotros fue invitado a participar en ella con previa lectura del guión. Hasta ir al baño es un evento sorpresivo, inesperado en la gran mayoría de las ocasiones. La charla con los amigos está en su apogeo, la discusión con la pareja poco a poco alcanza el clímax, en la reunión de trabajo se discute el tema toral del día y... simplemente todo tiene que frenarse para que la vida gire, tome en forma súbita un rumbo ajeno a los deseos de todos. y nos ponga en nuevos escenarios dentro de los cuales llega otra vez el momento de improvisar. Monólogo tras monólogo, citas sacadas de la manga del chaleco para llegar con vida al final del acto segundo, y poder sentir un poco de paz antes de la caída del telón. Sólo en algo tenía Brecht toda la razón -nunca lo menciona, aunque se adivina implícito en su declaración citada al inicio de este escrito-: la obra teatral es incomprensible. Y para que permaneza pura, deliciosa, atrayente, subyugante y enigmática, debe mantenerse así. Si desde el principio se revelaran todos los secretos y traumas de cada uno de los actores, si se conocieran de antemano todos los finales, todas las claves y criptogramas que le brindan estructura -sostén, esqueleto y forma- a las puestas en escena, entonces todos abandonaríamos la sala apenas cinco minutos después de haber llegado. En esta enorme obra teatral que conocemos como vida, es bueno -pienso yo- no conocer con anticipación todos los peligros que se ocultan detrás de las colinas del horizonte, así como las formas de vencerlos y salir avante en la cruda batalla por la cotidiana comprensión. Quien cree tener todas las explicaciones en la mano comienza a interpretar la vida bajo una visión maniquea y limitante: todo es blanco o negro. La certeza, al igual que la intolerancia, se pinta con colores absolutos. Y uno no puede estar demasiado tiempo de pié, observando la obra de un artista que siempre pinta sobre el mismo tema, y que llena por completo el lienzo con un único y aburrido color. En el teatro, estoy seguro de que nadie soportaría estar tres horas observando a un grupo de actores que permanecen inmóviles, en su mismo sitio, minuto tras minuto, hasta el calambre o la catatonia. Es el dinamismo del teatro lo que nos mantiene atentos a cada una de las palabras convertidas en visibles realidades: el movimiento inesperado, los giros en la trama, la traición oculta, la felicidad esperada aunque todavía no obtenida, la muerte del héroe y de la doncella, el nacimiento de los tiempos que vendrán... El blanco y el negro son los parámetros, los valores que permiten polarizar los sucesos y pensamientos propios de la naturaleza humana, pero siempre será dentro de la enorme escala de grises intermedios donde se sucederá la mayor parte de nuestras vidas. Una sinfonía que todo el tiempo permanezca en Altísimo acabará por aturdirnos; otra que todo el tiempo se ejecute en Morendo acabará por dormirnos. Pero no nos pongamos musicales. Acaba de iniciar el tercer acto de una semana que termina plena de sucesos tristes y aparentemente inexplicables, que en el fondo son responsabilidad de la libertad aparente, de la elección, de la voluntad inherente a todos los reencuentros. Después de tirada la baraja, sólo nos queda esperar la siguiente jugada de las personas que están frente a nosotros. Y es en esa espera donde descubrimos lo que significa ser "Humano"; ser uno más de esos envases materiales de carne y sangre dentro de los que se vierten los elementos que constituyen lo que, al paso de los siglos, hemos definido como "Humanidad". Más que el momento, y más que el recuerdo, es el momento de la expectativa el que nos hace sentir, el que nos marca la piel, el que nos deja grabada la memoria. Antes de la caída del telón que anuncie el final del acto tercero de cada uno de nosotros, sólo nos queda esperar. Y seguir jugando un poco con la capacidad de desición. Hay dos reglas importante para participar en esta obra de teatro que Bertolt Brecht nos regala: la primera, es que esta obra no está acabada, no ha sido escrita por completo todavía, sino que cada uno de nosotros sigue escribiendo las estrofas y capítulos -¿o cantos?- que le corresponden con el paso de los días. Y eso es una responsabilidad sobrecogedora cuando la hacemos conciente. La segunda, es que no debemos olvidar el principio fundamental sobre la capacidad humana de tomar desiciones: lo importante no es tener el poder de tomar una desición, sino que, una vez tomada ésta y conocidas sus consecuencias, ser capaces de decir si seríamos capaces de tomarla nuevamente o no. Si a pesar de conocer el precio a pagar, sabemos que volveríamos a recorrer el mismo camino, a tomar las mismas desiciones sin arrepentimientos, sin culpas y sin cargos de conciencia, entonces esa fue una desición que, sin importar si buena o mala -que son nuevos calificativos excesivamente extremistas y sin valor intrínseco real- dejó marcada para siempre nuestras vidas. Si las personas quieren ver sólo las cosas que pueden entender, entonces no sólo no tendrían que ir al teatro, sino que no deberían de ser personas. La incertidumbre y el error, los temores a todos los cuartos negros de lo desconocido dentro y fuera de nosotros, son característicos de la experiencia de los individuos racionales que viven dentro de un universo cuyas reglas apenas llegan a conocer. Son propios de ésta obra teatral que, en conjunto, escribimos con cada respiración. Tener que ir al baño, estimado Brecht, no nos ilumina en nada. Es meramente circunstancial.

1 comentario:

Cristihan Fabian dijo...

Saludos, la vida encuentra su sentido presisamente en no saber cual será el final de la obra, incluso el no saber que pasará en la siguiente esena, todo este enigma nos motiva a mantenernos de pie y poder proyectar lo que mas o menos queremos tomar como camino, sin embargo el verdadero sentido es la ilucion de tratar de ser cada dia mejor, hasta alcanzar la perfección, a pesar de que en realidad no sabemos que pasará el dia de mañana.