domingo, 8 de marzo de 2009

EDUCACIÒN VS SOCIEDAD

-RAÚL CONTRERAS OMAÑA-
Cuando hablamos de Democracia siempre se ha considerado fundamental el papel que la educación desempeña en la formación del ciudadano apto para la misma. Forjar al pensador ético y moral, al niño que respete la diversidad, al adolescente que ponga en práctica la tolerancia y al adulto que se distinga por su participación en la vida comunal son las metas generales que desde hace varias décadas han perseguidos los diversos programas y reformas educativas que a nivel primaria y secundaria se han llevado a cabo en nuestra Nación.

Que conceptos tales como justicia social, equidad, igualdad, respeto, responsabilidad, derechos y deberes, integración de las diferencias y trabajo en equipo se vuelvan cada vez más arraigados desde la infancia en el general de los ciudadanos, y que temas torales como patriotismo, nacionalismo, civismo, federalismo, libertad e identidad nacional se conviertan en metas del actuar cotidiano de los miembros de cualquier País democrático. Eso es lo que una educación escolarizada de marcado tinte social-liberal ha venido persiguiendo desde mediados del siglo XX a la fecha.

Todo lo anterior con la firme idea de que el hecho de insistir teóricamente en el educando al respecto de las ideas e ideales arriba mencionados se traduzca a lo largo de su vida en una moralidad pragmática, en una verdadera ética social desarrollada. Es decir, se viene buscando convertir palabras recibidas durante la niñez en actos democráticos verdaderos hacia la edad adulta.

Pero fundar el total de las esperanzas de la democracia tan sólo en la educación, aunque bien intencionado, puede resultar en una solución parcial e incompleta que, al ser puramente idealista, olvida las realidades sociales ante las que el individuo se enfrenta día con día en la vida política comunal y que son capaces de modificar u orientar tendencias de comportamiento dentro de una nación o grupo cualquiera.

Porque una cosa es el concepto de democracia, y otra muy distinta es el actuar democrático. En la vida política, las meras definiciones de libro o diccionario resultan insuficientes para determinar o encausar, o mucho menos explicar, el actuar de los grupos humanos, siempre tan heterogéneos, activos, cambiantes, impredecibles y movidos por intereses personales o comunales en momentos simultáneos.

A pesar de lo que cualquiera haya podido aprender mediante los medios educativos a los que haya tenido acceso, el verdadero sentimiento democrático de un individuo se forma y transforma día a día según la influencia de partidos políticos, medios de comunicación, influencias externas, experiencias personales –como la desilusión por la corrupción o falta de cumplimiento de promesas de campaña— y, sobre todo, por las situaciones que en ese momento se encuentre atravesando su Nación.

La formación democrática debe ser dinámica y realista, y fundamentada en el equilibrio entre el ideal democrático y la realidad de los tiempos que vivimos. De otro modo, la pérdida de credibilidad de los conceptos e instituciones se vuelve inevitable, al no poder explicar al ciudadano porqué el mundo en el que vive es tan distinto de los bellos preceptos teóricos en los que, en algún momento, llegó a creer.

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