miércoles, 2 de enero de 2008

EL POETA DE TIERRA

El poeta de tierra hundió profundo sus dedos en el propio pecho. Estaba amaneciendo, y el aroma de la vida que se escapa con cada suspiro se quedó fuertemente agarrado de su nariz. El día comienza. El cielo comienza. El canto comienza. Le fue fácil aceptar el despertar, sus largos años le habían enseñado que todo tiene un principio y un final.
Se vistió con la calma de la que es capaz aquel que ha perdido el miedo a los sonidos de lo inmóvil, y se sacudió los restos de noche que se habían quedado dormidos sobre él. Dando pasos casi imperceptibles, difuminados uno a uno con la luz de la mañana, se acercó al umbral del recuerdo hueco que habitaba—¿dónde más, si no ahí, podría vivir un buen poeta?—para asomarse al mundo, que en ese momento no tenía nada nuevo que decir.
El poeta de tierra sintió entonces su cuerpo: era un buen cuerpo, arenoso y húmedo, tibio y pastoso, amable. Hecho de la hojarasca que no se pierde con el viento. Y cada hoja era una memoria, cada memoria una palabra, cada palabra una hija lejana que lo abandonaba con cada nuevo escrito resignado. Así era su cuerpo. Y le gustaba. Aunque ocasionalmente le dolía, como pasa siempre con las memorias que nos metemos en el cuerpo para llegar a ser.
Pero fuera de las brevísimas interrupciones de la nostalgia, su vida seguía como agua que sale de una oxidada toma callejera: tranquila y sucia a la vez. Predecible. Casi monótona. Siempre le divertía fingir sorpresa en los momentos apropiados. Creía firmemente que en eso radicaba una pequeña parte del secreto del ser feliz. Secreto que aún no era suyo del todo, pero que alcanzaba a adivinar cada vez que sus páginas se convertían en grullas de papel para salir volando por la ventana—si es que los recuerdos cuentan con tal cosa—, buscando manos necesitadas de un poco del anhelo perdido.
Y es que, para él, en eso debía consistir el trabajo del poeta: en la narración de los misterios de las rocas, en la construcción de letras que se perdieran en voces diferentes, en la descripción detallada de cada uno de los ladrillos que alguna vez conformaron la casa de las infancias perdidas, y en el deshojar de las flores que nunca crecieron cerca de él. El poeta debía intuir la caricia, pensar el vacío, decir los silencios y contar los cuentos del mundo que para su desgracia nunca dejan de escribirse. Cada poema se convertía, en manos del poeta, en historia cotidiana no pedida, en crónica de un destete inacabado. Y así aceptaba que fuera. Cronista antes que historiador, historiador antes que poeta pero, muy a su pesar, poeta. Todavía poeta.
Aquel día él era una sombra tenue, un grito bajo la penumbra del tiempo, una pintura impresionista del hombre que alguna vez fue. Sus manos, puntillismo elegante de polvo con incienso, trazaban senderos cada vez que levantaba el brazo, y sus pies de arena mojada contrastaban con lo seco y ahora desgranado del lugar donde alguna vez sus ojos se pudieron ver. Apaciblemente, y sin lágrimas posibles, decidió sentarse a descansar. Minuto a minuto las nubes se juntaron sobre su cabeza, y el ambiente se impregnó rápidamente con la angustiante sensación de los momentos que se van.
Así empezó a llover, y el poeta de tierra se disolvió en esencia de sí mismo, en colores de bruma que se entregan sin lucha a la corriente, y su recuerdo protector se hizo cada vez más pequeño, hasta poder esconderse temeroso en la palma de la mano. Ambos durmieron, y se hablaron largo tiempo en el oído, y su abrazo no dejó de tejerse sino hasta que el penetrante aroma de un nuevo rocío los despertó.
Cenizas en cenizas, lodo en lodo. Tintas y papeles blancos como huellas últimas del sacrificio incuestionado. Nadie estuvo ahí cuando el poeta de tierra entregó su cuerpo al resto de los cuerpos que se van.

sábado, 8 de diciembre de 2007

BREVE HISTORIA DE UNA TRADICIÒN NAVIDEÑA

“En cuanto a la señal de su nacimiento: vendrán de Oriente con una estrella más luminosa que el sol(...), ya que no se tratará de una estrella sino de un ángel de Dios”.
-Evangelio Apócrifo Árabe de la Infancia de Jesús (fragmento)

Éstas son fechas distintivas por los festejos y tradiciones que las rodean, y justo es dedicar un par de espacios a las vivencias y emociones que en estos momentos llenan las mentes y corazones.
Y si de tradiciones hablamos, pocas más mexicanas durante estos días de diciembre que la celebración de una pastorela: representación de las peripecias que sufren los pastorcillos para llegar hasta Belén con sus obsequios y deseos de adoración para un recién nacido niño Jesús, no sin antes haber sorteado las trampas y engaños de un demonio malicioso que trata de desviarlos de la senda; todo esto salpicado de bromas y situaciones humorísticas que llevan de la mano al espectador hasta un bien sabido desenlace.
Pero, ¿cómo surge la tradición de la Pastorela? Revisemos la historia: De entre los muchos Evangelios escritos durante el Cristianismo Antiguo, sólo cuatro resultaron finalmente elegidos para fungir como Canónicos –es decir, auténticos o legales— bajo el mandato del Emperador Constantino en Roma, y fueron los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Ahora bien, de entre estos cuatro, sólo dos describen la concepción y el nacimiento de Jesús en un pesebre –Mateo, en forma muy superficial, y Lucas—, ya que los otros dos no hacen mención de la infancia en ningún momento. Y aún así, sólo el Evangelio de Lucas en su capítulo segundo habla de cómo recibieron los pastores la “Buena Nueva” –que en griego se escribe Eú Angelión, es decir, Evangelio— y de cómo siguieron éstos el llamado para buscar a su señor. Y ya de los Evangelios no reconocidos por la Iglesia Católica como oficiales o auténticos –los famosos Apócrifos— sólo el llamado “Evangelio Árabe de la Infancia”, escrito hacia el siglo IX d.C. describe el nacimiento de Jesús en una cueva, presenciado por una anciana, quien se sorprende al ver que el niño, en plena noche, “brilla con una luz tan hermosa como el fulgor del sol”. Eso es lo que está en los textos, al alcance de todos.
Pero comencemos por recordar un punto importante: en los pueblos de la antigüedad el número de personas que sabían leer y escribir era muy contado: sólo los sacerdotes y los miembros de la realeza -con excepción, claro está, de los fenicios, donde todas las clases sociales dominaban la escritura comùn gracias a su intensa actividad comercial-. Así, la única manera con la que las Castas Religiosas contaban para comunicar al pueblo el contenido y las leyendas de sus Libros Sagrados no podía ser otra sino la narración oral, misma que se llevaba a cabo en las esquinas, templos y mercados, y que con el paso de los años se enriqueció con la representación actuada, donde un personaje simbolizaba al bien y otro al mal, para hacer más fácil la comprensión del mensaje. Y esto continuó una vez nacido el Cristianismo, e incluso se mantuvo como práctica hasta etapas muy tempranas del Renacimiento cuando eran los poetas y los monjes viajeros quienes llevaban el mensaje hablado de salvación a los pueblos y ciudades de la época, tanto para ricos como para pobres.
Gracias al drama, las imágenes empiezan a valer más que mil palabras. Y si estas imágenes además van acompañadas de cantos, narración y movimiento, su capacidad de impactar sobre las emociones de quienes las admiran se vuelve casi total.
Pero esta idea no es del todo original del Cristianismo. Muchos siglos antes de que éste último naciera como religión, otros grupos utilizaban ya esta vía de enseñanza y revelación. Los representantes de las religiones del Medio Oriente antiguo, como los cultos a Baal y a Moloch entre Asirios y Babilonios, y posteriormente al dios Mitra en Persia y Roma, echaban mano de la actuación para hacer llegar sus mensajes sobre la creación y la destrucción del mundo al pueblo, en su mayoría compuesto por agricultores y ganaderos, y en menor medida por alfareros, soldados y albañiles. Y es ya más tardíamente, también en Persia, que con el nacimiento del Mazdeísmo –o Zoroastrismo por su fundador, Zoroastro o Zaratustra— que las ejemplificaciones de las luchas entre el Bien y el Mal, entre Luz y Tinieblas, entre un “Ángel” y un “Demonio”, nacen en las esquinas de las plazas y Templos para dejar en claro a la población que estos dos principios opuestos existen y que es deber del hombre seguir siempre al más noble y puro de ellos: la Luz, la Gran Luz, la Verdadera Luz. Y los Griegos, varios siglos por delante, en sus cultos conocidos como “Misterios” hacían gala de majestuosas escenificaciones para expandir los mensajes de salvación y en las que ya podemos encontrar que símbolos como la vid, el olivo, el vino, el trigo y el muérdago eran ya considerados elementos sagrados. Como ejemplos tenemos los Misterios de Dionisio, de Orfeo y de Eleusis, de los cuáles tanto Romanos como posteriormente bárbaros nórdicos invasores tomaron símbolos y ritos para enriquecer sus cultos, los que se expandieron por toda Europa.
El Cristianismo, en sus años más tempranos, seguía también sus misterios para comunicar el Evangelio de manera actuada a unos pocos elegidos –primero a los Apóstoles, luego los Catecúmenos—, quienes recibían la enseñanza en secreto, escondidos en catacumbas, criptas subterráneas bajo templos de otras sectas y religiones, y cuevas. Pero en la Edad Media, con la “reglamentación” del Cristianismo y el nacimiento de los sacerdocios, el mensaje, la Buena Nueva, se vuelve patrimonio de toda la humanidad, por lo que las escenificaciones con motivos bíblicos, y particularmente las que enseñan el nacimiento del Cristo y la lucha entre los Arcángeles y Lucifer comienzan a llevarse a cabo en todas las ciudades.
Y en México, inmediatamente después de la primera conquista española –la de las armas— se vivió la inevitable y aún más profunda segunda conquista: la espiritual, la de la fe. Ésta no iba a lograrse por la fuerza: se daría por el convencimiento, por la suplantación de Dioses y lugares religiosos, y sobre todo por la representación, haciendo partícipes del drama a los pastores y agricultores indígenas, y haciéndoles sentir que su presencia es fundamental para que el mensaje de Jesús siga transmitiéndose de generación en generación. Nace así la pastorela, tradición que se disfruta en México desde los tiempos coloniales y que seguimos disfrutando en los albores de este siglo XXI.

sábado, 1 de diciembre de 2007

LIBERTAD Y ESTADO IDEAL: LA IGUALDAD IMPOSIBLE

“Ser indiferente a la Libertad
No es propio del Ser Humano.”

-Isaiah Berlin

¿Qué es la Libertad? Eterna pregunta. Dar una respuesta se antoja sencillo, ya que a todos nos viene a los labios una idea con la que dejar en claro la cuestión.
Pero la meta que persigo es hacer notar que la realidad es muy distinta. La interpretación de algo tan disperso como es la Libertad se ha vuelto, durante los últimos dos siglos, una tarea poco menos que imposible, sobre todo cuando hay que romper con ciertos anacronismos y lastres históricos que todos solemos cargar.
Primero, viene el más frecuente conflicto: la distinción entre Libertad y Libre Albedrío.
El LIBRE ALBEDRÍO es nuestra capacidad de usar nuestra VOLUNTAD, nuestra DECISIÓN y nuestros DESEOS para determinar los principios y los fines de nuestros actos como individuos, independientemente del medio o de las necesidades grupales. La Voluntad determina si queremos o no; la Decisión dicta qué camino elegir de entre los disponibles, y los Deseos nos dicen cuáles son las metas que pretendemos obtener, y que nos mueven a actuar de un modo u otro.
Pero LIBERTAD es un concepto de mayor amplitud, que no sólo habla de lo que quiero hacer –trabajo propio del Libre Albedrío—, sino también de lo que PUEDO HACER. Y esa es una situación muy distinta. La verdadera Libertad no puede estudiarse desde el enfoque del individuo; se requiere de las interacciones con el medio y con otros hombres, de los deseos de ellos y los deseos en mí, y de todo aquello que la sociedad pone a mi disposición para que yo pueda llegar a ser, independientemente de que yo lo quiera o no en ese momento.
Con esto, la Libertad, la que realmente tiene peso dentro de los grupos humanos, se convierte en LIBERTAD SOCIAL, y por lo tanto, la única manera en la que puede manifestarse en forma real en una Sociedad no es otra sino la POSIBILIDAD. El mayor determinante de mi Libertad dentro de un grupo es lo que ese grupo, con sus reglas, normas y relaciones intrínsecas me permite hacer, las posibilidades y facilidades que pone a mi alcance, y eso va mucho más allá de lo que yo pueda desear en un momento dado.
Ahora bien: la Posibilidad es un derecho. La Posibilidad es mi derecho. A un grupo social no debe importarle si yo quiero o no tomar una oportunidad en este instante. El deber de la sociedad, mediante sus leyes, normas morales e instituciones es el de brindarme esas oportunidades, de dejarme campo suficiente para que yo, en el momento que así lo decida, pueda realizarme como ser humano, llegar a ser, dentro de los límites de los deseos y necesidades de los demás –ejemplo: las instituciones gubernamentales tienen la obligación de poner al alcance de los individuos cuanto necesiten para su educación, independientemente de que un individuo en particular quiera aprovechar o no dicha educación; esto es, se nos brinda la Posibilidad de una adecuada educación. Libertad como Posibilidad—.
Ahora los problemas. Siendo que los deseos de los numerosos individuos que componen una sociedad son difícilmente reconciliables entre sí, ya que cada quien siempre buscará de forma egoísta –conciente o inconcientemente— lo que es bueno para sí o para los suyos, surge la necesidad de una mediación, de un medio de arbitraje entre las personas y sus intereses para alcanzar un bien común. Ese árbitro, ese órgano regulador, es la Teoría Política, la LEGISLACIÓN con sus múltiples componentes y normas, ya voluntarias, ya coercitivas. Y la forma más visible de los principios Políticos y Legislativos está en sus INSTITUCIONES. Así, el desempeño y desenvolvimiento del individuo dentro de la Sociedad, en la actualidad, no sólo depende de la relación con sus congéneres, sin también de su relación con las Instituciones Gubernamentales y Autoridades Legislativas, con lo que los límites de la Libertad en los albores del siglo veintiuno comienzan a volverse aún más irregulares. Comprendiendo lo anterior, podemos notar que la Libertad Social busca mantener sus posibilidades ante los Gobiernos en dos formas opuestas:

Negativa, que es aquella en que la persona mantiene su individualidad ante las Instituciones, defendiéndose de ellas y manteniendo en la mayor medida posible intactos sus derechos humanos. El derecho de asociación, el derecho de huelga, el juicio de amparo, la creatividad artística y otras tantas sirven como ejemplo de Libertad Negativa.
Y Positiva, que consiste en la participación activa con las Instituciones y sus actividades, integrándose e involucrándose directamente con las mismas, y exigiéndoles, con los medios que las mismas Instituciones establecen, el cumplimiento de su deber como guardianas y proveedoras de las facilidades necesarias para el actuar social. El derecho de voto, los códigos civiles, las leyes penales, los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, el ejército, los cuerpos policiales y muchos otros ejemplifican la Libertad Positiva.
Así, la relación Individuo-Institución arriba discutida ha llevado con el paso de los años –e incluso de los siglos—al surgimiento de múltiples formas de invasión o rechazo a los principios de la Libertad Social como Posibilidad, que van más allá del Esclavismo y la Represión –por parte del Estado— o de la Anarquía y la Demagogia –por parte de los Individuos—.
Ahora bien, en cuanto al ESTADO, se puede entender ahora que el papel ideal –utópico, por decirlo de alguna manera— que los gobiernos deberían desempeñar es el de proveedores de posibilidad. Es decir, que deberían vigilar que cada una de sus instituciones y reglamentos se origine y desempeñe basándose siempre en el bienestar y en el respeto de las garantías del pueblo en todas sus formas, brindando a cada uno de los grupos sociales e individuos las oportunidades—posibilidades—para ejercer, mantener y acrecentar el ejercicio pleno de su libertad. Y no solo eso, sino que también aquellos quienes formaran parte del gobierno deberían salir de entre los de mayor excelencia, conocimiento, virtud, afabilidad, educación, rectitud moral y conocimiento de la ley y sus principios, para que a su vez se preocuparan por cuidar y defender los intereses de los pueblos a quienes representan. A todas estas características se les conoce como ESTADO IDEAL, y éste no es un concepto nuevo en absoluto.
Ya hemos empleado arriba el término Utopía, palabra que se origina del griego U Topos que significa “Sin lugar”, y que se aplica a la idea de un Estado o Nación Ideal, que cumpliera con todas las características humanas, de gobierno, económicas, políticas y sociales que permitiesen a todos los individuos que la conforman crecer y progresar por igual, al mismo ritmo, sin preferencias ni estancamientos, sin pobrezas extremas ni riquezas privilegiadas, siempre dentro del margen de una legislación perfecta brindada por un gobernante o grupo de mando justo, equitativo, culto, dedicado y enfocado sólo a escuchar y resolver las peticiones y necesidades de su nación.
El concepto, o más bien el deseo de una sociedad ideal con un gobierno utópico viene planteándose en la historia desde Platón en sus diálogos “La República” y “Las Leyes” y desde Aristóteles en su “Ética a Nicómaco” y principalmente en su “Política”. Posteriormente, esta idea siguió viva gracias a las obras de Cicerón en Roma; a la “Ciudad de Dios” de Agustín de Hipona en la edad media, y en el Renacimiento con los escritos de Erasmo de Rótterdam, Locke, Hobbes y, sobre todo, con las obras “La Nueva Atlántida” de Francis Bacon y “Utopía” de Tomás Moro, en las que se describe con mucho detalle una vida perfecta en islas desconocidas, con pueblos prósperos y gobiernos autosuficientes sólo existentes en la mente de sus autores, pero escritas con el fin de servir como ejemplo e impulsar a los emperadores de aquella época a conducirse de manera virtuosa.
Y ya en tiempos modernos encontramos ejemplos del Estado Ideal Utópico en las raíces de las corrientes socialistas y comunistas, en Marx, Engels y Bakunin, y en pensadores contemporáneos como Ernst Boch, Kelsen e Isaiah Berlin, con quienes se siguió buscando mantener vivos los principios de igualdad de los individuos brindada por una justa y equilibrada administración por parte del Estado, desapareciendo los privilegios, los monopolios y las riquezas acaparadas por unos cuantos, y logrando una armonía entre el pueblo y el gobierno que permitiera el progreso y la libertad. Este siempre ha sido el sueño del hombre: una sociedad perfecta, un gobierno perfecto, una libertad absoluta. Pero la realidad de las sociedades actuales es otra muy distinta.
Por ejemplo: nuestro país, como tantos otros, es navegado sobre una forma de gobierno conocida como DEMOCRACIA, en la que, idealmente, el pueblo en su conjunto tiene voz y voto en los asuntos nacionales, siendo sólo coordinados por un pequeño grupo de representantes que expondrán ante los poderes correspondientes las decisiones tomadas.
Los gobiernos democráticos en la actualidad, así como sus principios y legislaciones, se construyen en la teoría sobre cimientos muy amplios y variados, entre los que encontramos tres que desde el siglo XVIII han dejado huella gracias a diversos movimientos ideológicos o bélicos surgidos a lo largo de la historia: LIBERTAD, IGUALDAD y FRATERNIDAD.
De la Libertad hemos hablado ya suficiente arriba dentro de este mismo texto, pero ¿qué papel debe desempeñar la búsqueda y defensa del principio de Igualdad en las sociedades humanas de nuestros tiempos? ¿Es la Igualdad un principio teórico, un lineamiento, un sine qua non? ¿O es, por el contrario, una meta distante a alcanzar?
Para empezar, entendamos por IGUALDAD aquel principio que dictamina que todos los individuos, por su sola calidad humana de nacimiento, tienen derecho a los mismos medios y garantías para disfrutar de una vida digna, sin privilegios ni menosprecios de ningún tipo. Esto, como ya se había explicado, se traduce dentro de los grupos humanos como Posibilidad, acceso a las oportunidades, lo que a la larga acaba convirtiéndose en una de las determinantes fundamentales de la verdadera Libertad Social.
La pregunta interesante en este momento es: ¿Son las Democracias de la actualidad un verdadero ejemplo de los Gobiernos encaminados a la Igualdad? ¿Qué es lo que sucede al encausar a todos los individuos que componen a los pueblos, con intereses y peticiones diferentes, dentro de las vías de una verdadera Igualdad Social?
Aristóteles, en el libro quinto del texto de su "Política" (segunda edición bilingüe griego-español, bibliotheca scriptorum graecorum et romanorum mexicana, versión de Antonio Gómez Robledo, Coordinación de Humanidades, UNAM 2000) , deja ver que son dos los principales eventos que obstaculizan el establecimiento de una verdadera Igualdad en los Estados Democráticos: Primero, en aquellos pueblos donde el Estado procura que todos sean iguales, siempre habrá una minoría que esté en desacuerdo, ya que considerará que tiene los merecimientos o los derechos suficientes para recibir privilegios especiales –situación ahora muy común en la organización de los movimientos de protesta—. Segundo: en aquellos Estados Democráticos en los que una mayoría de personas es dirigido o gobernado por una minoría privilegiada, por muy ideal que resulte su organización, siempre habrá quienes de entre aquella mayoría deseen gozar o participar de la jerarquía del grupo en el poder, con lo que nuevas luchas se desencadenan y, así, se impone el caos. Con todo esto, la conclusión a la que llega Aristóteles es que la Igualdad Social se vuelve en un ideal imposible de alcanzar, debido a intereses y vicios individualistas o grupales, por lo que aún el más virtuoso de los gobernantes, armado con la más ideal de las legislaciones, no lograría nunca llegar a establecerla.
Aunque, como sabemos, la opinión de los clásicos no debe servirnos más que como eje en torno al cual girar los estudios de las realidades contemporáneas, esto nos deja pensando un poco sobre si ahora, casi dos mil cuatrocientos años después, la situación en nuestras Naciones en este aspecto en particular no difiere mucho de aquella descrita por el filósofo de Estagira. Así que como vemos, de lo que la Igualdad significa para las sociedades de nuestros tiempos, y del enfoque histórico y actual -así como teórico y práctico- que de la Libertad y de la Democracia se mantiene a principios del siglo XXI, todavía queda mucho por decir.

domingo, 25 de noviembre de 2007

¿OBEDECER?

Hace tiempo ya, siendo yo estudiante de la Licenciatura en Filosofía en la Facultad de Estudios Libres de la Universidad Panamericana, recuerdo haber recibido como obsequio un ensayo titulado “¿Por qué debemos de obedecer?”, escrito por una amiga, la Licenciada en Filosofía por la Universidad Anahuac Patricia Garza—a quien, hasta la fecha, agradezco tan amable gesto para con mi persona —.
Dicho texto básicamente se sustentaba sobre dos hipótesis a desentrañar: primera, ¿qué tan cierto es que el hombre deba pertenecer a un tipo de sociedad a la cual deba estar sometido? Y segunda, ¿por qué debemos de obedecer a dicha sociedad? Es más, ¿debemos de obedecer?
Con el fin de llegar a una respuesta, ella toma las obras de cuatro de los Grandes Maestros de la Filosofía Política Clásica en el orden siguiente. Su primera referencia es el Maestro del pensamiento griego Platón, quien en el Libro II de su República” menciona que “la ciudad toma su origen de la impotencia de cada uno de nosotros”, por lo que el hombre se agrupa en sociedades fundamentalmente motivado por el miedo, por el deseo de supervivencia. Siendo así, la sociedad resultante, y sobre todo sus instituciones, tienen el fin último de proteger al hombre. El hombre debe su obediencia ciega y su entrega a los dirigentes de esta sociedad, gracias a quienes permanece vivo.
Como segunda referencia cita a otro de los Grandes del pensamiento Escolástico Medieval: el Aquinate, mejor conocido como Tomás de Aquino—por muchos llamado “Santo”, mas no por un servidor—, quien en su obra “Sobre el Reino” afirma que “el hombre debe necesariamente ser gobernado, y por tal y como consecuencia debe de obedecer, pues de otro modo una multitud no dirigida u ordenada no alcanzaría su fin.”
Su tercera referencia es el corazón y palabra de la Patrística: Agustín de Hipona, también llamado “Santo”. Él, en su obra “La Ciudad de Dios” –misma que le tomó casi cuarenta años escribir— achaca todos los males de Roma a su desobediencia, tanto a Dios y sus representantes como a los gobernantes. Así, el libre albedrío queda supeditado sólo a nuestra “libertad para obedecer la voluntad divina”. La obediencia para Agustín es protección para el hombre y para el Rey.
Thomas Hobbes sirve como cuarto y último puntal de su exposición, En pleno Renacimiento Inglés, Hobbes expone en el “Leviatán” que es nuestra naturaleza como ciudadanos la de obedecer al Estado, ya que las bases y los límites de la obediencia política residen en la capacidad del mismo Estado para protegernos. Si efectivamente somos protegidos, entonces estamos obligados a obedecer.
La conclusión que al final la Licenciada presenta es la de que la obediencia ante el Estado tiene un fundamento ético incuestionable, y que el sistema jurídico debe ganarse el respeto de la sociedad. Un respeto llamado obediencia.
En aquel tiempo cuestioné para mis adentros, aún sin muchas bases, si las conclusiones de ese ensayo iban del todo de la mano con las ideas que yo tenía al respecto del tema. Pero hace unos días tuve el gusto de reencontrar entre mis archivos el escrito, así como de leerlo y de analizarlo bajo nuevas lentes cuatro años después, y creo que ahora lo vislumbro dentro de un campo harto distinto.
Preguntémonos: ¿los individuos, las sociedades, tienen la obligación ética de obedecer ciegamente los mandatos de los gobernantes y dirigentes, sólo porque estos últimos les proporcionan seguridad y protección? De acuerdo con las referencias tomadas por el ensayo que sirve de inspiración a éste escrito —Platón, Tomás de Aquino, Agustín de Hipona y Thomas Hobbes—, la respuesta a esta pregunta es: Sí; los miembros de la sociedad sí tienen la obligación de obedecer los mandatos de quienes detentan el poder, porque sólo así se mantiene la estabilidad y el orden en los pueblos y, por tanto, en el Estado.
Pero esto, como sabemos, tiene un alto riesgo de convertirse en una visión parcial y tendenciosa de las cosas, generalmente defendida únicamente o por poderes absolutistas, o por cátedras de algunas Universidades Privadas—que nunca en todas, ni por todos los catedráticos desde luego— donde gran parte de la enseñanza es controlada por grupos de extrema derecha, como los Legionarios de Cristo o el Opus Dei. En estas, tristemente, muchas corrientes de pensamiento, obras e incluso autores completos se ven vetados, por lo que a los alumnos se les brinda sólo una parte de la verdad: la parte que el grupo que mantiene el control desea mostrar. Educación parcial, manipulada.
Y ya siendo muy acuciosos, podríamos encontrarnos con que esto no sólo sucede en las Universidades Privadas. En muchas Universidades Públicas—que tampoco en todas, aclaro— con el fin de mantener una visión unilateral del pensamiento, y en otras ocasiones por mero desconocimiento de las referencias, también se brinda una enseñanza con conocimientos parciales y dirigidos. Aunque curiosamente, en estos casos la tendencia tiende a ser más bien de tipo comunista-izquierdista; situación que en muchos casos ya no es comprensible si pensamos que tanto el comunismo como el socialismo han demostrado ya ser ideologías inoperantes que, por si fuera poco, ya ni siquiera existen en los países que en su momento fueron sus principales abanderados.
¿Ejemplos? Pensemos en la misma Alma Mater de nuestra nación: la UNAM, donde hasta nuestros tiempos, como en los mejores momentos de los años sesentas, se esconden y crecen grupos retrógradas de “pensamiento comunista” o de “izquierda” que sólo usan de manera muy manipulada y adulterada las ideas que les convienen de grandes pensadores como Marx, Engels, Hegel y Bakunin, o la imagen de personajes como el Che Guevara, Fidel Castro, Lenin o Stalin, para movilizar y engañar a los estudiantes, crear paros o huelgas y justificar marchas, o demagogias que no tienen otra razón de ser. Falsas anarquías que sólo sirven de instrumento a futuros totalitarismos y a intereses de terceros. Terceros que nunca dan la cara.
Así, grandes ideólogos y filósofos como Berlin, Popper, Foucault, Kant, Locke, Voltaire, Arendt, Weber, Rawls, o Spinoza, quienes defendieron y proclamaron una filosofía política de tendencia o bien liberal, o bien más mesurada en sus técnicas y alcances, basada en un equilibrio entre los derechos y obligaciones tanto del Gobierno como de los Gobernados, nunca son estudiados, o son sólo superficialmente abordados.
Y por si fuera poco, la imágen antes respetada e intachable de las instituciones y partidos que conforman el Estado, que se supone son los encargados de brindar esa seguridad, estabilidad y protección a los miembros de la comunidad-situación que todavía hasta hace tres o cuatro sexenios funcionaba como pretexto para justificar esa exigencia de orden y obediencia- en estos momentos se ha perdido por completo, dejando entrever que pesaron más los intereses individualistas y las ambiciones de poder partidista que la defensa legítima de los principios que en tantos foros juraron defender. Se basaron en aquel antiguo principio que reza: "al pueblo pan y circo" para mantener acalladas las voces de miles de mujeres y hombres que sufren las carencias más apremiantes, hasta acabar con las mayores voluntades, dejando a los ciudadanos listos para agradecer a regañadientes las ridículas "bondades" que su Gobierno "tiene a bien" brindarles. Con todo esto, ¿cómo pedir a quien no tiene nada que no caiga en las mentiras y demagogias de políticos astutos y malintensionados que sólo explotan su ignorancia y sufrimiento para obtener cargos y ganancias cada vez más elevados?
Iglesias, partidos políticos, instituciones, sindicatos, gobiernos... y tristemente muchas de las mayores casas de estudio no solo piden, sino que exigen de manera abierta u oculta nuestra obediencia, echando mano de todo cuanto tienen al alcance (ya sean grandes cadenas televisivas, control por medio de la culpa o amenazas de desempleo o pérdida de privilegios laborales) y demandan nuestra ciega entrega a las ideologías y proyectos que nos son puestas al frente no para cuestionarlas -eso es privilegio de unos pocos-, sino para acatarlas independientemente de lo que nos dicte nuestra razón. ¿Por qué? La respuesta se resume en una sola palabra: Poder. A mayor número de masas obedientes, mayor poder en todos los sentidos para cualquiera de los grupos de que hablemos. Y mayor poder se traducirá en mayor capacidad de extensión y control, luego en mayor obediencia, y así sucesivamente. La esclavitud ideológica y económica en su máxima expresión.
Luego entonces, ¿obedecer? La obediencia ciega no es, ni debe ser, propia de la condición humana digna y respaldada por la civilización, la educación, el derecho y el progreso. La pura razón y la experiencia de la ciencia política nos dicen que, si bien no existen libertades absolutas, esto no es sinónimo de vasallajes, sino de integración y de sacrificio de algúnos bienes personales para obtener logros grupales cada vez mayores, siempre en beneficio de toda una sociedad, buscando a la larga el bienestar de la raza humana toda.
No podemos aplicar los conceptos de los filósofos políticos clásicos a las cambiantes masas humanas de nuestros tiempos, aunque sí es obligación del legislador y del filósofo político actuales conocerlos para ser capaces de plantear nuevas teorías y soluciones. Nuestras comunidades deben poder cuestionar si todo cuanto se les dice es cierto, y solicitar explicaciones a los organismos pertinentes en caso de sospechas de violación a la legalidad o la trasparencia. Las sociedades ya no deben ser dirigidas por medio de obediencia, sino a través de sanos diálogos democráticos y repartición de responsabilidades entre las instituciones de gobierno y los ciudadanos. Esto es válido incluso dentro de los centros religiosos: todo aquello que se nos plantee como incuestionable y absoluto debe ser frenado de primera mano, para luego pasarlo por el apretado tamíz de la razón una y otra vez ya que, de otro modo, la intolerancia será la consecuencia inevitable. Solo así se llega a las soluciones, solo así se logra el entendimiento, y solo así todos los grupos humanos lograrán obtener del individuo no su obediencia, sino su entrega voluntaria y su trabajo en equipo. Pensar en obediencias, creo yo, significa ignorar las realidades del mundo en que vivimos.

lunes, 12 de noviembre de 2007

¿PATRIOTAS O GLOBALES?

Uno de los grandes conflictos que la educación está enfrentando a nivel mundial, y que en México resulta evidente, es el de establecer una orientación adecuada a los programas y guías docentes, en materias y contenidos, con el fin de crear un ciudadano que se integre de manera adecuada al medio social que le rodea.
Hasta hace unos años esta tarea, más que conflictiva, parecía obvia y hasta sencilla: el medio que rodeaba al educando era su propia ciudad, su país, por lo que la intención de la educación debía ser formar individuos con un fuerte sentimiento de patriotismo y nacionalismo, listos a responder a las necesidades del Estado y su soberanía al alcanzar la vida adulta.
Esto permitía mantener la unidad cultural e ideológica de los pueblos, lo que se traducía en una palabra: identidad. Identidad que, a la larga, permitiría una convivencia pacífica entre los miembros de una sociedad particular, con lo que el actuar democrático se vería claramente facilitado. Además, la regla era una educación cívica de tinte caudillista, que reconociera las gestas heroicas de los grandes hombres de los movimientos Independentistas o Revolucionarios e hiciera notar al pueblo que es gracias a su lucha, y en muchos casos a su muerte, que podemos disfrutar de una Nación libre y pacífica.
Pero ahora pasamos por una etapa histórica en la que los medios de comunicación, las potencias primer mundistas y las grandes empresas multinacionales han permitido que ese gigantesco movimiento conocido como Globalización se expanda sin medida en todos los países, en todos los estratos socioeconómicos y, desde luego, en todos los niveles de educación y edad.
En este momento, se quiera aceptar o no, vivimos tiempos distintos, en los que sobre todo los jóvenes viven y se sienten identificados con los principios, las ideas, las metas y los fines no solo de la sociedad que los rodea de manera inmediata, sino también de países diversos, con lo que la propia cultura se pierde o se sacrifica –aculturización— a favor de la adquisición de la cultura del otro que es distinto a nosotros –transculturación—.
La pregunta ahora es: ¿Cuál es el enfoque que la educación en México habrá de tomar en los años siguientes? ¿deberá insistirse en rescatar los ideales de patriotismo a favor del rescate cultural de nuestra nación para evitar en lo posible la pérdida de identidad? ¿o es momento de enfrentar una realidad globalizada, que nos orille a una educación de tinte más plural, multicultural y unificador que prepare a los jóvenes para el mundo futuro al que habrán de enfrentarse, aún a expensas de una parte de la enseñanza cívica? o mejor aún: ¿acaso se logrará un casi imposible equilibrio entre ambas vertientes?
En las últimas dos décadas, en México se ha vivido una gradual y casi imperceptible transformación de la educación desde lo patriótico-cívico hasta lo democrático-plural, lo que ha abierto en los niños la tolerancia y aceptación a las ideas de quienes son distintos a ellos. A ese ritmo, en unos años más nos enfrentaremos a un programa multicultural que pondrá en duda muchas de las bases cívicas que antes considerábamos incuestionables.