sábado, 14 de junio de 2008

IDENTIDAD Y TERCER MUNDO

Hoy por la mañana, leyendo el periódico "Milenio" en su edición nacional, me encontré con una nota en la que se discutían las posibilidades reales de cada uno de los precandidatos a la presidencia de los Estados Unidos para ocupar dicho cargo, y en la que se hacía un fuerte hincapié en el hecho de que el Senador de color del partido Demócrata Barak Obama, como representante de las minorías, encontraría su principal muro en el núcleo de la población blanca evangelista o mormona que conforma el eje central de la sociedad norteamericana, alrededor del cual ha girado la política de ese país desde sus inicios, y que por tanto era siempre representada por los presidentes en turno. Porque, a pesar de los tiempos en que vivimos, la ideología cerrada y hermética del norteamericano promedio sigue siendo exactamente la misma que hace cien o doscientos años: la preservación de la herencia anglosajona, la hegemonía de la raza blanca, la defensa de los valores cristianos promulgados por todas aquellas ramas hijas del protestantismo y, por supuesto y por sobre todas las cosas, la Doctrina Monroe: "América para los americanos". El territorio Estadounidense es de ellos, los habitantes naturales de los cincuenta estados, al igual que los productos de su trabajo y su suelo, con sus respectivos beneficios. De los habitantes caucásicos, quiero decir. Porque la triste realidad es que, si realizáramos una encuesta a población abierta el día de hoy, veríamos que para un sorprendente 85% de la población blanca norteamericana los inmigrantes, las personas de color, los latinos, los italoamericanos y otros tantos más no han dejado de ser más que meras curiosidades, sectores aislados y mínimos que sólo llegaron a buscar trabajo fácil y que quitan de sus mesas la comida y los bienes que a ellos, por derecho, les corresponden. Es una realidad.
Independientemente de lo triste de estos datos, el centro de esta columna es el siguiente: Estados Unidos ha sido el país más poderoso del mundo durante décadas, y gran parte de ese poder viene dado, respaldado, por dos puntos importantes: una cohesión ideológica casi irrompible -siempre mantenida por los diversos órganos de gobierno y sus medios de comunicación-, y un fuerte nacionalismo -mal entendido y pésimamente sustentado en su historia, pero proclamado día tras día por sus sistemas educativos y sociales- que desde la infancia los hace creer que de ese tronco de héroes de tez clara y religión cristiana brotaron las ramas de su hegemonía económica y militar, por lo que mantener ese núcleo intacto y esa herencia ideológica en vigencia es la misión máxima en la vida de todo ciudadano "verdaderamente estadounidense". Así, generación tras generación, se van manteniendo vivos los dogmas del racismo, de la segregación y de la xenofobia dentro de esa nación.
Pensándolo detenidamente, éstas son varias de las características que caracterizan a los países del llamado "Primer Mundo" en general: sociedades fuertemente nacionalistas, con ideologías políticas, religiosas y sociales tan centralizadas que, en muchos casos, llegan a ser incluso regionales -véase el caso del sur de España-. La conservación del idioma, de las tradiciones, y el orgullo de su historia son también características propias de los países primermundistas desde sus orígenes: Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia, Japón... todas estas naciones las comparten y hacen manifiestas. Para bien o para mal, un gran porcentaje del crecimiento de sus pueblos en todos los aspectos es debido al orgullo de su raza, a su educación en el liderazgo, a su defensa del trabajo en equipo -bien organizado y jerarquizado- sus bajos índices de corrupción, y su sólido agrupamiento alrededor de su lengua y su tradición histórica. No son como otros, ni quieren serlo: el español es español y nada más, el francés no sueña con ser japonés ni con que su país llegue a funcionar como la India. Ese es el orgullo bajo el cuál han sido educados.
Y ya poniéndolo bajo la lupa, esas son precisamente las grandes carencias de los países llamados "del Tercer Mundo": instituciones sociales inoperantes, altísimos niveles de corrupción y burocratismo, programas educativos arcaicos que no logran imbuir en las nuevas generaciones un sentimiento de patriotismo y nacionalismo verdadero, sistemas económicos que tienen años de atraso en comparación con los famosos "líderes del mundo"-atraso que en ocasiones llega a ser de décadas enteras-, democracias jóvenes aún en proceso de maduración, alta tendencia a una demagogia que oculta las injusticias sociales, y, en forma muy importante, una permanente negación de la propia cultura, de la propia herencia histórica -misma que es vista como vergonzosa o sin importancia- al punto tal de renegar de la propia identidad. Son países sin armas suficientes para luchar en un mundo globalizado y neoliberal cada vez más salvaje y ambicioso, y sus habitantes tienden siempre a pensar que lo extranjero, o el extranjero, son mejores, por lo que el deseo de abandono, el deseo de convertirse en "el otro", se encuentra presente a la vuelta de la esquina. Tal como lo dijo el cantante argentino Facundo Cabral hace varios años "en mi país hace mucho que ya no hay argentinos; todos los jóvenes quieren ser estadounidenses, y todos los viejos quieren ser europeos".
Todo lo anterior hace de las Naciones del Tercer Mundo, y por ende a sus habitantes, víctimas fáciles del comercialismo y la invasión ideológia, de la explotación económica y de la destrucción cultural y social. Y esto es cada vez más evidente en los niños y jóvenes, que sueñan con ser y vestir como el estadounidense o el europeo que las cadenas televisivas le presentan, que reniegan de su idioma al punto de deformarlo, mezclarlo o desmembrarlo para convertirlo en algo totalmente distinto, y que crecen con la imagen cotidiana, presentada por periódicos y noticieros, de que toda nación distinta es más fuerte y tiene más valor que la propia, que su país no tiene ni tendrá la fuerza para salir adelante sin ayuda del vecino, y que por ende no tiene caso buscar una solución a una batalla que de antemano está perdida. Esto los deja en una posición inmejorable para las naciones poderosas, ya que los vuelve dependientes, callados, sumisos y obedientes desde las más tiernas edades. Pero esto podría no ser cierto. La batalla podría no estar perdida. Podría ser que con la correcta inversión económica y humana estas naciones pudieran rescatar su herencia, estructurar planes educativos de alta calidad y contenido patriótico, reagrupar a sus sociedades alrededor de la fogata de la ideología nacionalista y triunfadora, y recuperar la fe de sus habitantes en su tradición, en su idioma, en sus instituciones y en ellas mismas como sustento de lo que un país triunfador representa. Sólo así se lograría desafiar a los primeros del mundo. Sólo peleando por alcanzar el nivel del más fuerte se logra la confianza de los propios y el respeto de los demás. Pero estos son pasos muy grandes, todavía difíciles de dar.
Ojalá que, algún día, todos los habitantes de los países considerados tercermundistas podamos decir lo mismo que un gran amigo escribió en una carta en la que habla de la forma en que nos ven y se expresan de nosotros los típicos norteamericanos, y que me envió recientemente: "¡SOY MEXICANO, no latinoamericano!".

1 comentario:

Cristihan Fabian dijo...

Saludos H:. Raúl, considero que los países como tu los llamas tercer mundistas, aunque no este de acuerdo en el concepto espero discutirlo en otro tema,su falta de identidad y nacionalismo corresponde a un fenomeno estructural sociologíco de evolución de las sociedades, en realidad el emigrante es de los mas nacionalistas, ya que entienden el valor real de pertenecer a una patria, considero que esta en nuestras manos poder generar desde nuestros ambitos y en nuestro pais condiciones que permitan generar una nueva identidad adaptada a las necesidades del mundo en el que hoy tenemos la dicha de vivir.