sábado, 19 de julio de 2008

AHORA LO SÉ

Luego de una profunda sensación de desazón y desesperanza, las formas comienzan a tener sentido finalmente. Hoy encaro la hoja en blanco una vez más, sólo que esta vez sin aquel miedo profundo de llegar a ser. Hoy me escribo. Redacto la entrega para mí que siempre quise redactarme en los tiempos en que estaba mudo. Creo que tenía poco que decir sobre mí para mi persona.
Pero hoy entiendo. No sólo creo entender: entiendo. El camino es uno, sólo uno y el mismo, y para redactar una entrega uno debe primero de entregarse, dejarse llevar, o más bien dejarse ir, soltarse, y aceptar. Todo se enmascara con la obscura personalidad del sacrificio, cuando en realidad ese todo siempre tuvo sentido. La realidad, la razón, siempre ha permanecido en el mismo lugar, tan deseable y tan aparentemente inasible a la vez, hosca e insensible, apetitosa y temerosa, preclara y sumisa a la vez. Y me duele saber que siempre lo supe; que no lo ignoré sino que intenté ignorarlo, que me engañé sin engañarme realmente, porque quien es consciente de que se engaña a sí mismo se miente al pensar que logra el objetivo de mentir.
Y la mentira siempre trae consigo el daño del tiempo perdido tras la culpabilidad. Esa esquiva sensación de dejá vú que nos carcome cada vez que los sonidos externos quedan acallados por la cotidiana soledad y que, rompiendo la paz como la nota inarmónica de un mal ensayado cuarteto de cuerdas, nos rasga la escala previamente considerada perfecta para recordarnos que nuestra vida dista mucho aún de tan parloteada perfección. Y yo seguía mintiendo. Y seguía convenciéndome de que creía en mis mentiras cual si una personalidad disociada intentase convencer a la otra de su inexistencia hablándole al oído. Un sinsentido doloroso. Una mayúscula omisión de la mas mínima cordura necesaria. Una burla para la seriedad de la situación de lo que he sido sin intentar cambiar.

Pero el momento suficiente siempre llega. Y es precisamente esa suficiencia de sí lo que viene hoy a golpearme, a partirme en dos. Porque no hay momentos esquivos. Todos son demasiado ególatras y jactanciosos como para ceder un poco de su tiempo y esperar. Porque no tienen tiempo alguno. Los momentos son tan instantáneos como la fotografía del segundo que acaba de pasar, fugaces, evanescentes, decadentes. No son tiempo. Son el alimento del tiempo. Y el tiempo siempre se encuentra hambriento de momentos, los devora por montones con el sólo hecho de respirar profundamente en su largo vagar dentro de un universo que no es capaz de contenerlo. Así que los momentos siempre tienen prisa. Los momentos no esperan. El momento suficiente no espera. El momento suficiente nos exige la decisión, o simplemente la toma por nosotros sin preguntar. No hay más. No hay opciones, la vida no es tan optativa como la vanidad humana quisiera plantearla. El momento es un soplo en nuestro cuerpo agotado. Nuestra vida es uno de tantos momentos en el tiempo que tan insistentemente quisimos crear para después soltarlo y dejarlo ir, incontenible en su trascendencia. Nosotros somos un momento para pensar en la contingencia. Nosotros somos un momento más dentro del veloz trayecto entre casualidad y causalidad. Somos efímeros y transitorios. Somos momentos. Yo soy un momento, ahora lo sé...

Ahora lo sé.

Sergey Rachmaninov - Suite No. 1 ("Fantaisie-tableaux") for 2 pianos in G minor, Op. 5

No hay comentarios: